Carlos García Mora
Departamento de Etnohistoria
Instituto Nacional de Antropología e Historia
Corriendo el año de 1978 y estando de visita en el cubículo que el antropólogo Andrés Medina Hernández ocupaba en el Instituto de Investigaciones Antropológicas de la Universidad Nacional Autónoma de México, quien esto escribe le planteó la conveniencia de editar una revista que canalizara la corriente marxista, en auge desde hacía unos diez años en los medios antropológicos mexicanos.
En efecto, buena parte de la inquietud intelectual y política de las nuevas generaciones de antropólogos, enfrentados al desmoronamiento de la llamada escuela mexicana de antropología, había producido un notable aumento de trabajo teórico y de investigación desde la perspectiva marxista. Ello se reflejaba en la polémica acerca de la relación entre el marxismo y la antropología, y en los estudios sobre los problemas nacionales. Esta corriente prosperó al mismo tiempo que las inclinaciones modernizadoras no marxistas, las cuales prosperaban gracias al apoyo institucional otorgado al desarrollo de la antropología nacional.
En particular, la discusión en torno al marxismo y la antropología y, específicamente, la generada entre el enfoque marxista y los enfoques opuestos a ella, por ejemplo, en los estudios sobre la cuestión agraria y en la caracterización de las antiguas sociedades mesoamericanas, alcanzó gran intensidad en el ámbito de la Escuela Nacional de Antropología e Historia (enah), pero también ocurrió en otros ámbitos. Ciertamente, ello era un tema recurrente, pues en México tenía su historia, al menos desde la década de los años veinte. Pero en los años setenta, este debate, además de hacerse explícito, alcanzó en cantidad y calidad niveles sin precedentes. Para verificarlo, bastaría reunir los escritos que sobre ese tópico fueron publicados en ese tiempo.
De inmediato, Medina llevó a varios colegas la idea de recoger esa inquietud en una revista. Entre los consultados estuvo Alfredo Tecla, profesor de la enah y coordinador de la cooperativa Editores Taller Abierto, quien acogió con interés la iniciativa aceptando patrocinar la publicación. Ante panorama tan prometedor, otros fueron invitados a formar parte de un comité editorial que elaborara el proyecto y se encargara de la edición. Varias personas acudieron al llamado, pero se mantuvieron más o menos constantes e invirtieron su tiempo en ello, los propios Andrés Medina y Alfredo Tecla, además de Gloria Artís, Manuel Coello, Ariel José Contreras, Carmen Morales Valderrama, Mercedes Ordóñez, Florencia Peña Saint Martin, Augusto Urteaga y Carlos García Mora, quien se hizo cargo de la coordinación.
Dicho equipo editorial agrupó a personas de diferente afiliación política, con puntos de vista diversos y aun opuestos. Contábanse miembros del hoy desaparecido Partido Comunista Mexicano, una integtrante del también extinto Movimiento de Acción y Unidad Socialista, el coordinador pertenecía al Partido Mexicano de los Trabajadores, y los demás a ninguna organización. De hecho, el acuerdo entre ellos consistió en abrir con la revista un foro marxista en el que se ventilaran las polémicas antropológicas, sin convertirlo en vocero de los intereses específicos de alguna asociación. Sin embargo, un observador atento podía deducir que esa cuadrilla, heterogénea y un tanto extraña, mantenía una postura distanciada del bloque congregado en torno al grupo de antropólogos que, en la segunda mitad de los años sesenta y principios de la siguiente década, encabezaron la autollamada «antropología crítica». Esta tendencia había conformado una alianza con discípulos, amigos, funcionarios y subordinados, con los cuales llevaron a cabo un proyecto modernizador a partir de la llamada apertura “democrática” que tuvo lugar durante el régimen gubernamental del presidente Luis Echeverría Álvarez.
De hecho, puede decirse que, políticamente, el proyecto de la revista participaba de las diversas posiciones marxistas desarrolladas como alternativas opuestas a la citada tendencia modernizadora, que había sustituido la ya endeble “escuela mexicana de antropología” en las instituciones oficiales.
Aunque en algún momento, la revista buscó contar con corresponsales, en la práctica sólo contó con la colaboración del antropólogo Alfredo Barrera Rubio. Él cubrió la representación en la ciudad yucateca de Mérida. Por parte de Ediciones Taller Abierto, Georgina Tecla Yalín estuvo a cargo de la administración. De entre quienes colaboraron en el diseño gráfico, Alberto Garza Ramos fue quien con mayor eficacia prestó su ayuda.
Una vez cuajado el proyecto y tras innumerables peripecias, el primer número logró salir de la prensa en mayo de 1979. En su presentación, la revista dio a conocer los motivos de su aparición, con el estilo declarativo que tan usual eracuando este tipo de publicaciones aparecía en el firmamento:
En los años recientes, el desarrollo teórico y político de la antropología en México ha reconocido en la teoría marxista un marco de reflexión y un método crítico para la comprensión y transformación de la realidad.
El reconocimiento de este hecho ha motivado a un grupo de antropólogos mexicanos para crear un medio de difusión independiente que aliente la comunicación entre todos aquellos interesados en profundizar esta corriente. Para ello se han propuesto fundar Antropología y marxismo, una publicación que desean cumpla los fines mencionados. El desarrollar una corriente de esta naturaleza se inscribe dentro de una búsqueda común a diversas y, en ocasiones divergentes, escuelas antropológicas. Como lo advertía décadas atrás Paul Kirchhoff, sumarse a dicho esfuerzo no implica descartar los aportes de la antropología clásica, pues ello sería fatal para el avance del conocimiento. Partimos del principio de que poner de pie a la antropología convencional, recogiendo y debatiendo sus realizaciones a la luz de la teoría y la práctica marxista, resulta fundamental para el avance en el sentido que proponemos. De aquí que una condición necesaria para Antropología y marxismo es sumarse al propósito expresado por publicaciones semejantes, en el sentido de mantener foros independientes de discusión académica y política para la solución de los problemas que nos afectan, no como miembros de una élite intelectual dedicada a la especulación teórica, sino como profesionistas empeñados en el análisis crítico de la realidad, sumando su esfuerzo a la lucha por la transformación de la sociedad mexicana.
Tales son los objetivos de Antropología y marxismo. Queda descartada por tanto, la posibilidad de constituirse en órgano de intereses particulares o de algún grupo, organización o institución dentro del gremio antropológico. Interesa, sí, deslindar posiciones respecto del academicismo estéril y la empiria burocrática, fenómenos ambos de los que adolece en buena medida el ejercicio de la antropología en México.
En un tono igualmente declarativo y algo exaltado, la editorial de ese primer número estuvo dedicado a los cambios ocurridos en la antropología nacional, intentando enumerar algunos aspectos verificables durante los últimos años en el medio mexicano. Luego, la editorial insistió en que los antropólogos debían considerar el contexto político de la teoría y la práctica antropológicas y, por lo tanto, la necesidad de incorporarse como tales a las organizaciones y a los movimientos populares y democráticos.
Atendiendo a la inquietud expresada en su presentación, la revista incluyó en su número inaugural las conferencias inéditas que Paul Kirchhoff, etnólogo alemán avecinado en México, impartió al arribar al país en 1936. Éstas versaban en torno al origen de las clases sociales y del Estado, editadas con el título de «Etnología, materialismo histórico y método dialéctico». Asimismo, esta entrega contenía la traducción de un breve escrito de Lawrence Krader respecto de las etapas de desarrollo del modo de producción asiático. Andrés Medina reseñó una mesa redonda relativa a la polémica acerca del indigenismo, la lucha de clases y los partidos políticos, celebrada en enero de 1978 en la enah. Antonio García de León entregó un trabajo donde proponía una política de aplicación social de la lingüística. Federico Besserer, Daniel González y Laura Pérez Rosales hicieron una crónica del conflicto entre los trabajadores de la mina sonorense de La Caridad y la Empresa Mexicana de Cobre. Además, se publicó un texto elaborado por varios antropólogos para proponer la formación de un Frente Democrático de Antropólogos, el cual nunca cristalizó, quedando dicho documento como único registro de aquel intento fallido. Dos reseñas bibliográficas cerraron el número: una de José Ariel Contreras respecto del libro El proletariado agrícola en México de Luisa Paré, y otra, de Axel Ramírez, relativa a los textos de José Stalin que abordan el tema de las lenguas.
La segunda entrega, que cubría el periodo de septiembre de 1979 a marzo de 1980, dedicó su editorial a la renovada polémica causada por la presencia del Instituto Lingüístico de Verano en México, a propósito de la terminación del convenio de dicho organismo estadounidense de proselitismo protestante con la Secretaria de Educación Pública. De esa manera, Antropología y marxismo se sumó a las manifestaciones en contra de dicho “instituto” y al apoyo oficial que recibía. Este número, preparado por Gloria Artís, fue dedicado a la cuestión agraria. En primer término, traía un artículo donde Roger Bartra abundaba sobre la entonces viva discusión en torno a la caracterización del campesinado mexicano. Manuel Coello aportó su punto de vista al respecto en otro ensayo en el cual criticó el concepto de «modo campesino de producción». José Antonio Machuca exploró el tema del crédito y la renta del suelo en la colectivización ejidal, y Ariel José Contreras, la economía pequeño mercantil y la reproducción amplia. Por su parte, Agustín Ávila abordó la lucha sindical de los jornaleros huastecos del municipio potosino de Tanlajás. Ángeles Sánchez Bringas dio testimonio del esfurerzo por supervivir de una cortadora de caña. Andrés Medina transcribió la información disponible relativa a las nuevas organizaciones de hablantes de lenguas americanas y las denuncias referidas a la esterilización de mujeres mazahuas. Dos reseñas críticas completaron las páginas editadas. Una de Patricia de Leonardo dedicada al trabajo de Judith Adler Hellman acerca de los movimientos políticos en la región coahuilense de La Laguna, ocurridos entre las décadas de 1930 y 1970. Una más, de Manuel Coello, sobre el libro Teoría marxista de la economía campesina de Héctor Díaz Polanco.
En ese mismo número apareció una serie de cartas que saludaban la aparición de la revista, enviadas por el pleno de la delegación sindical de los investigadores del Instituto Nacional de Antropología e Historia, por la revista Nueva antropología y por Guillermo Aparicio Vega y Andrés Fábregas Puig.
El tercero y último número, correspondiente al periodo de abril a septiembre de 1980 —impreso en la realidad en junio de 1981—, dedicó su editorial a los movimientos llamados «indígenas» enfatizando la pertinencia de que los profesionistas de la antropología los apoyaran. El contenido, editado por Carlos García Mora, estuvo dedicado a la cuestión de la interrelación entre la sociedad y la naturaleza. Juan Manuel Sandoval Palacios proporcionó un panorama crítico de cómo la antropología estadounidense abordaba el tema para luego esbozar como opción la perspectiva marxista. Víctor Manuel Toledo escribió sobre la articulación de los ecosistemas y el proceso productivo en las sociedades campesinas, ejemplificado con el caso del trópico mexicano. Elsa Margarita Peña Haaz analizó el agroecosistema chinampero del suroeste de la Cuenca de México y el papel del trabajo en ese sistema de producción agrícola. Enrique Leff desglosó la discusión teórica relativa a la relación de la sociedad capitalista con el medio natural. Carlos García Mora trató acerca del problema de la degradación ecológica en las sociedades capitalistas y el papel de las clases trabajadoras en la oposición a esa situación y en la construcción de un proyecto de desarrollo ambiental. Finalmente, Frank Cajka caracterizó la antropología ecológica en los Estados Unidos como una manera de percibir al mundo, describiendo sus características. Cuatro reseñas completaron esa última entrega. Una de Enrique Nalda, a propósito del ensayo de Francisco Javier Guerrero relativa al estudio de las economías primitivas. Otra, de Narciso Barrera Bassols y José Arellano Morín, abordó el trabajo de Kirsten J. Johnson tocante al uso que de los recursos naturales hacia la población otomí del valle hidalguense de El Mezquital. Una más, de Esteban Krotz, comentó la entonces debatida obra La alternativa de Rudolf Bahro. Por útimo, una de Enrique Leff, comentando el libro El concepto de la naturaleza en Marx de Alfred Schmidt.
Después de este número, lo incosteable de la revista —que exigía inversiones irrecuperables en la práctica— obligó a la cooperativa patrocinadora a retirar su apoyo. Dada le heterogeneidad de los miembros del comité editorial, ellos no lograron supervivir como grupo de trabajo ni mucho menos encontrar alguna alternativa financiera. De manera que, al igual que otras revistas del medio antropológico mexicano, Antropología y marxismo desapareció tan rápido como nació.
Los tres únicos números de la cortísima vida de una más de tantas revistas antropológicas mexicanas pasaron a formar parte de las rarezas bibliográficas que sólo pueden consultarse en alguna biblioteca. Quedaron como testimonio de una inquietud intelectual y política que prosperó en la década de los años setenta, pero cuya expresión editorial estaba condenada a no perdurar, por las dificultades económicas y porque su caldo de cultivo terminó por evaporarse.
En efecto, la polémica misma sobre el tema del marxismo y la antropología decayó posteriormente hasta casi abandonarse, por razones que sería interesante dilucidar. Ciertamente, la publicación apareció a destiempo, pues el auge de los estudios hechos por investigadores marxistas había llegado a su apogeo tiempo antes y, de hecho, ya sólo podía servir para recapitular o recoger los saldos que dicho proceso produjo. Además, la actividad política de los antropólogos estuvo siempre influida por el acelerado cambio del contexto nacional y por los consiguientes realineamientos de las facciones en la comunidad antropológica en México. Así, fueron esfumándose el fenómeno intelectual y el escenario político que pudieron explicar la aparición temporal de una revista como Antropología y marxismo.
Los protagonistas de las diferentes tendencias que, desde la perspectiva marxista, entablaron parte de las polémicas teóricas y políticas de la época y que intentaron engendrar una escuela en el campo de la investigación antropológica, siguieron los más disímiles caminos. Algunos, abandonaron notoriamente su marxismo y hasta su posición política de izquierda. En esa diversidad de nuevas rutas que transitaron pueden percibirse las líneas de continuidad y discontinuidad que, por un breve lapso, se anudaron temporalmente.
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Versión revisada del artículo “Antropología y marxismo” aparecido en la sección dedicada a las revistas del tomo 8 de La antropología en México. Panorama histórico. 8. Las organizaciones y las revistas de varios autores, coordinación general Carlos García Mora, coordinación del volumen Mercedes Mejía Sánchez, México, Instituto Nacional de Antropología e Historia, pp. 259-265 (Col. Biblioteca del inah). ↑