Palabras pronunciadas en representación de las personas premiadas, durante la Ceremonia de entrega de los Premios INAH 2023[1]
Ariana Mendoza Fragoso[2]
Instituto de Investigaciones Sociales, UNAM
Ariana Mendoza ofreciendo su discurso.
Crédito de la foto: Sandra Rozental Holzer
“¡Achis! ¿Apoco así fue de importante lo que te contamos?” Algo así fue la frase que salió de los labios de una de las mujeres que me abrió camino, acompañó y cuidó durante mi trabajo de campo en los pueblos vecinos al lago de Texcoco, cuando le conté que mi tesis había recibido un premio del Instituto Nacional de Antropología e Historia.
La frase de quien fue una de mis guías en campo sintetiza muy bien el espíritu de lo que celebramos en esta ceremonia. Si bien cada una de las personas premiadas nos hemos esforzado por realizar investigaciones de calidad. Nos hemos encargado del cómo. Éste es un reconocimiento, principalmente, a lo que en ellas hemos contado, a las historias de esas personas, lugares, familias, comunidades, ciudades, lenguas, patrimonios y paisajes que nos hemos tomado realmente en serio, conversando con ellos a través de nuestras investigaciones.
De tal manera, si bien este es un motivo de orgullo y felicidad para nosotres, nuestras familias, instituciones y para nuestras profesoras y profesores. Sobre todo, y principalmente, esta es una ocasión privilegiada para dar a conocer y valorar esas historias que suelen ser invisibilizadas, menospreciadas o contadas de formas ajenas para sus protagonistas.
Es así que, con todo y el riesgo que implica hablar por otres (en este caso por mis colegas premiades), quisiera agradecer en primer lugar, a esas personas que nos contaron “cosas así de importantes”, que confiaron en nosotres, que nos abrieron puertas, caminos. Que fueron maestros y maestras de la vida cotidiana.
En segundo lugar, me gustaría agradecer al INAH y las personas que participaron como jurado de estos premios, por hacer de esta trigésima octava edición una muestra contundente de la versatilidad e importancia de la antropología y la historia. Los trabajos galardonados en las 8 categorías dan cuenta de los retos analíticos y epistémicos, políticos y éticos, que la desafiante realidad de nuestra época impone a nuestras disciplinas. Han sido reconocidos trabajos que abordan desde temas que se han mantenido en la agenda de los grandes problemas nacionales y latinoamericanos desde hace décadas, como la precarización del trabajo y de los sistemas de la salud o las problemáticas provocadas por proyectos de desarrollo, hasta problemas más actuales y apremiantes como la crisis de personas desaparecidas, la violencia feminicida, los conflictos ambientales y la criminalización de la migración.
Quiero resaltar que en esta edición se han reconocido también estudios sobre procesos sociales que en otros momentos carecían de visibilidad, sino es que eran considerados irrelevantes: el trabajo doméstico, la maternidad como proceso social, la salud reproductiva, la politicidad femenina, las infancias en contextos de violencia. Por otro lado, la importancia social de lenguas como el otomí, el totonaca, el tsotsil, el triqui, el purépecha, y la lengua de señas, ha quedado también representada.
Todos estos temas que han sido abordados en los trabajos premiados —y otros tantos que por espacio no puedo mencionar— dan cuenta del carácter plural del INAH como institución y de la antropología mexicana como disciplina. Lo que se refrenda en la diversidad de lugares y contextos que han sido abordados en estas investigaciones y en la heterogeneidad de instituciones y programas de docencia e investigación en donde se gestaron. Asimismo, es de resaltar el carácter multidisciplinar de muchas de éstas, que han dialogado con disciplinas como la biología, la química, la ingeniería, o las artes. Lo que evidencia la flexibilidad, creatividad y potencialidad de la antropología actual. Felicidades y gracias.
Una mención particular merece la amplia presencia de premiadas. Es muy motivador saber que este espacio se fortalece con el reconocimiento de pensamiento femenino crítico, creativo, poderoso. Frente a una academia que insiste en sus estructuras patriarcales, la entrega de estos premios da muestra de la relevancia del papel de las mujeres en la producción de conocimiento.
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Pero hay mucho más detrás de los temas, títulos y autorías de estas investigaciones, que merecen también mención y un profundo agradecimiento. Por un lado, el trabajo colectivo y de diálogo detrás de cada obra. Siempre pensamos juntes: en los espacios con nuestros asesores y asesoras, profesores, profesoras, estudiantes y con nuestros colegas, espacios que implican las clases, seminarios y coloquios, pero, como quien ha tenido la misma fortuna que yo, a veces van más allá de éstos: acompañándonos en campo, comiendo y riendo juntas, cocinando en casa, jugando al futbol.
Los procesos de titulación son agobiantes. Hacer trabajo de campo, de archivo, sistematizar, leer, y escribir, no son tareas fáciles, pero de eso va el oficio de la antropología. Es el fuerte espíritu de competitividad que inunda la academia y con ello las prácticas violentas con las que opera (a veces sutiles y simbólicas, a veces no) lo que suele hacer cruel a este proceso. Junto a celebrarnos, aprovechemos esta ocasión para reconocer que estos premios son resultado y al mismo tiempo parte del excesivo espíritu de competitividad que muchas veces nos ha robado nuestra tranquilidad, la pasión por lo que hacemos… ¡pero hagámoslo para tratar de cambiar las cosas! De mis colegas y amigas antropólogas más cercanas he aprendido que es posible hacer una academia crítica y rigurosa al mismo tiempo que amorosa, empática, cuidándonos mutuamente.
Crédito: Luis Gerardo Peña Torres, INAH.
Un agradecimiento especial va a las personas que nos procuraron física y afectivamente: padres, madres, familiares que nos motivaron y mantuvieron en pie, a las parejas que nos comprendieron, a les hijes, hermanos, hermanas, sobrinas que nos inspiraron. Si hacer una tesis no es fácil, en el contexto de una pandemia, el acompañamiento y cariño de nuestra red de cuidados y afectos se volvió vital, incluso cuando ésta funcionó a la distancia. Gracias por ese trabajo casi siempre silenciado.
Ahora, quiero terminar de contarles la conversación con la que abrí mí participación. Invité a esta mujer, mi guía y compañera en campo, a venir a esta ceremonia. Me dijo que lo pensaría y luego de varios días su hija me escribió un mensaje por WhatsApp diciendo que su madre no podría asistir porque los días miércoles es cuando mejores ventas tiene en el tianguis donde “chambea”. Luego de que yo insistí, agregó: “además dice que esos lugares cultos no son lo suyo”.
Ella hoy no vino porque tenía que trabajar, pero además porque se sentiría incómoda. No era la única con esta sensación. Me reconocí en las palabras de esta mujer texcocana.
En el pueblo de Guadalupe Victoria del municipio de Ecatepec en el Estado de México donde crecí, así como en el pueblo de Tocuila de donde ella es, lugares donde la educación pública no es la mejor y la precariedad de la vida es palpable, se nos prepara para ganarnos la vida, ser cultas es lo de menos. Como a ella, mi familia me crio para ser una persona modesta, empática, perseverante, trabajadora, no más, no menos. Y, al mismo tiempo, me lo dieron todo.
Pienso en esto y resuena en mí la “Carta a escritoras tercermundistas” de la poeta chicana Gloria Anzaldúa, cuando apunta que “las escuelas a las que asistimos (o no asistimos) no nos dieron la confianza en que teníamos razón de usar los idiomas y las experiencias de nuestra clase”. ¿Acaso no nos dice la cultura hegemónica que estos espacios no son para mujeres como nosotras?
Sin embargo, aunque no logré que mi guía en campo me acompañará hoy, aquí estoy yo, tratando de poner en palabras un temor, una contradicción que me habita profundamente.
¿Quién soy yo para hablar en representación de y frente a una élite académica? ¿Por qué será que estar aquí, escribir y decir en voz alta estas palabras se siente tan innatural para mí? ¿Quién soy yo, una mujer de Ecatepec, que piensa que puede analizar la vida social, hacer de este un mundo mejor? ¿Cómo explicar a mi gente que la única oportunidad que tenía de estudiar la universidad pública para “mejorar” la forma en que mi familia históricamente se ha ganado la vida, la invertiría en una carrera en humanidades, siendo antropóloga? ¿Qué tengo para contribuir, para dar?
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¡Sí! hablo por mí en un momento específico de mi vida. Pero me arriesgo a compartirles mi sentir para ir más allá de esta autorreferencia y pensar juntes en los sentidos que nuestra labor tiene para las personas fuera de la academia, para los propios contextos donde investigamos y aquellos de donde venimos.
Comparto esto para reconocer que muchas de las personas que estamos aquí, que nos hemos colgado títulos, credenciales y ahora un premio alrededor de nuestros cuellos, “tal como collares de perlas”, estamos siempre en peligro de contribuir a la invisibilidad, a la incomodidad de las personas sin las que la antropología no sería posible.
Pensando con el clásico antropólogo Marcel Mauss, me gustaría convocarnos a pensar este premio como un don, un regalo, un intercambio que más allá de lo material, de la cosa que se regala en sí, es importante porque crea un vínculo social, “obliga” a quien lo recibe, y quienes recibimos ese don/regalo/premio, solo nos podemos liberar de esa obligación ofreciendo algo más a cambio.
Compañeros y compañeras premiadas: ¿qué tenemos para dar?
Instituciones: ¿cómo podemos, con su respaldo y apoyo, trascender el fetiche de las credenciales, los títulos, los premios?
Las respuestas a estos interrogantes tienen que ser (y de hecho, ya están siendo) diversas, creativas, con miras a potenciar nuestras articulaciones con los propios procesos organizativos de la sociedad, a divulgar los resultados de nuestras investigaciones en términos y formatos cercanos a los contextos en los que trabajamos. Deben además no perder de vista que, aun cuando somos capaces y valoramos la autogestión, son imprescindibles presupuestos dignos para la educación pública y para las humanidades, así como el serio reconocimiento de estas y los resultados de nuestras investigaciones como interlocutores indispensables en los procesos de toma de decisión.
Pero también creo que las respuestas deben partir y estar marcadas por nuestra propia experiencia y formuladas a un nivel más cotidiano, interpersonal, modesto.
A mí, la antropología me ha permitido reconocer mi propia voz junto a la de mis interlocutoras e interlocutores en campo, en la periferia, en lugares donde se nos ha arrebatado mucho, entre ello la posibilidad de imaginarnos como sujetos que producimos conocimiento valioso; donde si bien se carece de mucho, somos abundantes en experiencias, destrezas y sensibilidades. Quizá por eso es que se nos ha hecho creer que no pertenecemos a los “lugares cultos”: universidades prestigiosas, museos, al “mundo intelectual”, por el temor de aquello que nuestro pensamiento puede revelar: los temores, los corajes, las contradicciones, la fuerza de una persona oprimida hablando.
En ese acto de “hablar con” creo que se encuentra el espíritu de la antropología, el que tiene que ver, como nos ha compartido Tim Ingold, con conversar. En su apertura a la conversación está aquello sutil pero poderoso que la antropología también puede dar. Porque sí, aun cuando a nosotres mismes y a nuestras interlocutoras en campo nos cause sorpresa, así de importante es lo que contamos, cómo lo contamos y junto a quienes lo contamos. Porque la antropología, además de ser un trabajo para ganarse la vida, es un trabajo de y para la vida. Tiene que ver con aprender a vivir en conversación con el mundo, con andar un camino de atender y dejarse aprender por los y las conocedoras de la vida cotidiana.
Crédito: Luis Gerardo Peña Torres, INAH.
- Estas palabras fueron pronunciadas por la autora en la ceremonia que se llevó a cabo el martes 29 de noviembre de 2023 en el Auditorio Jaime Torres Bodet del Museo Nacional de Antropología. ↑
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Investigadora Asociada C Tiempo Completo | Correo: arianamendoza@sociales.unam.mx. ↑