Ángel Palerm ¿un legado en riesgo? Compromiso social, crítica marxista y reflexión colectiva en el CIESAS

Edgars Martínez, Ámbar Paz, Sergio Gallardo, Valeria de Pina y Óscar Salvador

Doctorado en Antropología, CIESAS-Ciudad de México


“Es a los estudiantes, en definitiva, a quienes se dirige este libro: no a mis coetáneos. En verdad, no pocos de ellos deberían figurar en una larga lista de coautores, ya que sus reacciones en la clase, sus entusiasmos lo mismo que sus desagrados, han sido el mejor tamiz que yo hubiera podido desear para llevar a cabo la larga, aunque siempre entretenida selección de autores y textos que forman el volumen”

Ángel Palerm

Introducción a “Historia de la etnología»

Ángel Palerm, Ángel Palerm Viqueira, los hijos de Eric Wolf, Eric Wolf y Carmen Viqueira en el parque México frente a casa de los Palerm. c. 1970. (Álbum de fotos de Eric Wolf, propiedad de su viuda Sydel Silverman). 

Ángel Palerm comenzó su labor académica como antropólogo cuando ya habían transcurrido años fecundos, en la cuarta década de su vida, como el resultado de una decisión madura de vida. Convirtió su temprana experiencia militante en una vocación profundamente comprometida con la formación de nuevas antropólogas y antropólogos, la cual revolucionó la praxis científica de esta disciplina en México, país que le dió refugio y que le permitiría desarrollarse como uno de sus principales referentes. En este texto revisaremos el legado de Ángel Palerm desde lo que consideramos sus aristas principales, centrándonos en sus concepciones de compromiso y crítica marxista, en su fijación por hacer de las instituciones órganos útiles en la transformación social, en la importancia que le otorgaba a la formación de estudiantes como el futuro de la disciplina y, entre otras, a su comprensión de la praxis etnográfica como método de rigurosidad investigativa y epistémica. Estos elementos, nos ayudarán a comprender la impronta característica y fundamental del surgimiento de CIESAS para la antropología mexicana y como, en un proceso de neoliberalización institucional, tales pilares se fueron desdibujando en la historia reciente de la institución.

Desde la crítica militante a la praxis antropológica – marxista en la sociedad

Es imposible entender las motivaciones y las aspiraciones de Palerm en la antropología mexicana al margen de sus precoces vínculos militantes. Ya en 1935, con 18 años de edad, tituló “chispazos” a una contribución publicada en Cultura Obrera donde señalaba su convicción de apoyar la lucha obrera, cuestión que lo llevaría tempranamente a afiliarse a la Confederación Nacional del Trabajo de Ibiza, con el afán de apoyar la revolución proletaria y entender sus formas de organización (Torres, 2019: 3). Esta misma lógica, aunque ya matizada por sus desencantos frente al marxismo soviético y “occidental”, fue lo que le llevó con posterioridad, ya en México, a materializar la propuesta de crear una institución de antropología, disciplina que junto con el marxismo heterodoxo consideraba necesarias y fundamentales para incidir en la realidad.

A nuestro parecer, la síntesis más clara de lo que Palerm consideraba como una ciencia comprometida se encuentra en la compilación de ensayos publicados bajo el nombre de “Antropología y Marxismo” en 1980. En este trabajo, su última obra, Palerm apuesta por una “dialéctica viva, real, entre la antropología y el marxismo” (1980: 9) la cual no se agota en los límites disciplinares, sino en una proyección consciente del impacto que la praxis rigurosa y ética para la sociedad. En tal postura, vemos el desenlace de toda una trayectoria intelectual militante que, sin caer en ambigüedades ni mimetismos complacientes, fue movilizada mediante la responsabilidad irrestricta de su tarea académica en la realidad social mexicana: luchar por su transformación.

Evidentemente, para Palerm tal objetivo no era posible desde activismos o luchas aisladas sin proyección estratégica, es decir, desde una actividad política que descuidara su horizonte emancipatorio y se refugiara en pequeños guetos discursivos academicistas. Más allá de esto, su labor, siempre cercana a la tradición socialista, apuntaba a establecer un programa intelectual de incidencia concreta en los grandes problemas nacionales, recalcando el rol fundamental que el marxismo y la antropología crítica tendrían para hacerles frente, cuestión que explicita cuando, fijando posición, nos habla de que “el verdadero proyecto revolucionario del marxismo (…) sólo es realizable por medio de la ciencia y de la praxis social de la ciencia en una sociedad democrática […]” (Palerm: 1980: 11).

Este arte de fraguar en un mismo proyecto de vida el compromiso frente a las grandes problemáticas nacionales -e internacionales- y a la rigurosidad de un programa intelectual, cuestión profundamente desdibujada en la academia contemporánea, dotó con singularidad única las consecuencias de su paso por la antropología mexicana. De hecho, evidenciando la crisis disciplinar producto del empirismo descriptivo á-teórico predominante en la época y del marxismo dogmático repetitivo y mecánico, afirmó la importancia del trabajo de campo antropológico como una praxis necesaria para superar tales dilemas. La etnografía, sólo en tanto práctica encausada por una matriz teórica rigurosamente compenetrada, permitiría la vigilancia epistémica necesaria para encauzar la labor antropológica lejos de las sensuales tendencias académicas deterministas y culturalistas; en sus palabras: “por supuesto, las teorías deben ser criticadas en sí y por sí mismas. Hay que llamar la atención, de todas maneras, sobre el hecho de que, al alejarse de la praxis, las teorías suelen manejarse como modas. Esto tiene siempre graves consecuencias (Palerm, 1980: 68).

Esta praxis implicaba, entre otros planos, la creación colectiva de instituciones que permitieran la creación y difusión del conocimiento antropológico y, cuestión no menor, donde tal ejercicio pudiera convivir de manera democrática con la iniciativa estatal y los estamentos académicos-sindicales y estudiantiles. A diferencia de muchxs que abandonaron la batalla por transformar el carácter clientelar que prontamente adoptarán las instituciones emblemáticas de la antropología mexicana durante la segunda mitad del siglo pasado, Palerm insistió en disputar estos espacios para encauzar y posibilitar la praxis antropológica hacia un horizonte emancipatorio. Esto, más allá de su propia pluma y labor, queda expresamente referenciado en la presentación que Patricia Torres escribe sobre su figura, identificándolo como un “inspirador y organizador de nuevas instituciones dedicadas a la docencia e investigación de esta disciplina y creador de proyectos de antropología aplicada con el afán de permitir que el conocimiento generado desde la investigación coadyuve al cambio social(2019: 1).

Bifurcación del quehacer antropológico: ¿autonomía intelectual o proyección estatal?

En la década de los setenta en la antropología mexicana prevalecía una relación simbiótica Estado-investigación sin una vertiente crítica. Se ejercía una ideología nacionalista que enmarcaba las proyecciones etnográficas de investigación e involucraba a los antropólogos en labores estatales. En el contexto político de 1968, los estudiantes tomaron un papel activo y revolucionario que bifurcaron la mirada de entender y hacer antropología, donde especialmente los estudiantes de la ENAH criticaban, desde su formación marxista, la utilidad al Estado de la antropología sin que se aprovechase esa relación para gestar un conocimiento crítico de los mecanismos y controles políticos del mismo, así como el reduccionismo de entender la diversidad indígena del país como ‘comunidades aisladas’ que debían ser incorporadas al proyecto de modernidad que proponía el PRI.

En el sexenio de Luis Echeverría (1970-1976) hay una ‘apertura democrática’ que separó a los antropólogos entre quienes se incorporan en instituciones gubernamentales, reproduciendo la política indigenista, y entre quienes apelaban a construir otra antropología desde una crítica marxista. Aquí se sitúa Palerm, en esta segmentación resultado de un proceso de maduración de la antropología que se venía dando desde una década atrás, a partir de esfuerzos intelectuales como el de Pablo González Casanova al debatir el ‘colonialismo interno’ en 1965 o el de los estudiantes que habían ‘llegado a contradecir’, diría un joven Arturo Warman.

Efecto de estas transformaciones son la constitución de nuevos departamentos e instituciones antropológicas como el Instituto Nacional Indigenista, UAM-Iztapalapa, y el CIS-INAH. “Había una esperanza manifiesta de consolidar una escuela marxista de antropología. Esta corriente dominó la formación de los nuevos antropólogos desde la década de 1970 y hasta 1990, cuando la caída del muro de Berlín y el desmantelamiento de la Unión Soviética cambiaron el paradigma marxista ortodoxo (Nahman, 2014: 32). La influencia marxista en estudiantes y antropólogos en esta década impregnaron los programas de docencia, proyectos de investigación y su aplicación. La UAM y CIESAS nacen en esta demanda generacional de separar la antropología tanto del Estado como del grupo denominado etnicista (Guillermo Bonfil, Rodolfo Stavenhagen, Salomón Nahmad) que se acercaban a los planteamientos de países industrializados que no partían de realidades como las latinoamericanas.

Como parte de la creación del Centro de Investigaciones Superiores del Instituto Nacional de Antropología e Historia (CIS-INAH), Ángel Palerm fue llamado como director (1973-1976) quien le imprimió un sello propio a la institución al otorgarle a la figura del estudiante un papel central como próximo investigador y colega. “Palerm propuso formar primero a los investigadores, para poder, posteriormente, fundar con ellos el instituto” (Glantz, 1978: 6). Desde su fundación, el instituto desarrolló programas de docencia e investigación que impulsaron políticas públicas en torno a cinco grandes temáticas: minorías étnicas –incluyendo las no indígenas-, problemas agrarios y campesinos, migración interna e internacional, antropología política y cuestiones urbanas.

Además, “[…] quería poner en práctica una serie de ideas que había logrado madurar como investigador, estaba convencido de que la manera de producir cambios en una institución era propiciarlos desde adentro” (Glantz, 1978: 5), lo cual nos deja ver su comprometida apuesta por transformar la práctica antropológica desde la relación docencia-investigación, tan abandonada hoy en las instituciones que él mismo fundó, donde parece prevalecer una noción pragmática y utilitaria de la misma.

Fundando una escuela: legado de Ángel Palerm en la investigación, la docencia y el trabajo de campo

Roberto Melville (2008) afirma que el trabajo de campo como instrumento para la formación profesional de antropólogos y antropólogas ha sido una aportación sustantiva de la escuela mexicana de antropología, misma que se consolidó al integrar a estudiantes en diversos proyectos de investigación que estaban a cargo de profesores e investigadores con mayor experiencia. Las primeras prácticas de campo en México, con la participación de estudiantes de antropología, se dieron en la década de 1940, en la Escuela Nacional de Antropología e Historia.

Otras escuelas de antropología, como la fundada por Ángel Palerm, retomaron esta tradición del trabajo de campo en equipos de profesores y estudiantes. Carlos Giménez Romero (2014) apunta que el enfoque palermiano sobre el aprendizaje del trabajo de campo se gestó en México hacia 1970, con la integración de grupos de investigación conformados por diversos profesores y alumnos de las universidades en las que ejerció su profesión: la Escuela Nacional de Antropología e Historia, la Universidad Iberoamericana, la Universidad Autónoma Metropolitana-Iztapalapa y el Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social.

Lo que distinguió a Ángel Palerm como profesor de antropología fue que buscaba generar conocimiento crítico y colectivo in situ. Para él fue fundamental la interlocución que se daba en las Estaciones de Trabajo de Campo entre estudiantes que comenzaban a aprender el oficio de antropólogos y antropólogas y el profesorado (ver imagen 2). Aquellos espacios eran de aprendizaje colectivo ya que todas las voces contaban y abonaban a la discusión y al crecimiento de la disciplina. De ahí surgieron interesantes reflexiones académicas, metodológicas y teóricas que hasta la fecha siguen siendo un parteaguas de la antropología en México.

Ángel Palerm con alumnos en trabajo de campo en el Acolhuacan, cerro de Tezcutzingo, Estado de México, julio de 1972 (Foto de Alma Rosa Rodríguez).

Sus alumnos recuerdan las sesiones de aprendizaje y trabajo de campo que también se impartían en sus Estaciones de Campo donde incursionaron por primera vez en las técnicas de elaboración de genealogías, mismas que aprendían a realizar desde sus propios casos familiares. Éstas les ayudaron a exponer de manera crítica la complejidad de las relaciones parentales que estudiaban en las comunidades rancheras o agrícolas en las que se asentaban por varios meses.

Pedro Tomé Martín, antropólogo español, describe cómo Ángel Palerm y Eric Wolf -colegas y amigos estudiosos de las sociedades latinoamericanas y europeas- intrigados por las semejanzas que había entre España y México se propusieron realizar investigaciones novedosas sobre las poblaciones no indígenas, de las que poco se sabía en aquel entonces: “Alojados en el Hotel Francés, y a través de los amplios ventanales que miran a la plaza de Capuchinas, Palerm y Wolf contemplaron una abigarrada multitud de hombres y mujeres curtidos por el sol, cuyas facciones le parecieron al ibicenco típicamente españolas” (Tomé, 2008: 122).

Palerm creía que el trabajo de campo era una actividad sustancial para la formación de los estudiantes, concebía que la universidad debía salir de los recintos tradicionales. Una de las Estaciones de Trabajo de Campo fundada por él y Carmen Viqueira, su esposa, lleva el nombre «Casa José de Acosta» y está ubicada en el poblado de Tepetlaoxtoc en el Estado de México, muy cercano a Texcoco. Región ampliamente estudiada por él a propósito de sus trabajos sobre sistemas hidráulicos prehispánicos y presentes, la denominó Acolhuacán como también lo hizo Eric Wolf. Con el fin de que “la enseñanza de la antropología se hiciese en el terreno mismo” (Fábregas, 2015: 14) la Casa se convirtió en un punto de encuentro para estudiantes, investigadores y la comunidad. En la Casa estuvo innumerables veces Efraím Hernández Xolocotzi de la Universidad Autónoma Chapingo, agrónomo que proponía que los estudiantes de esta disciplina deberían hacer “investigación de huarache”, es decir, a partir de los conocimientos de los propios campesinos, idea afín a la perspectiva de Palerm. De esta forma, la casa fue, y sigue siendo, un centro vivo de trabajo etnográfico. En este recinto y en otras Estaciones de Trabajo de Campo hablaba entre sus estudiantes sobre la importancia del “[…] trabajo en grupo en la investigación regional” (Fábregas, 2015: 15), como los que hizo en múltiples espacios.

La diversidad cultural del territorio mexicano despertó una curiosidad genuina en Palerm, misma que lo llevó a proponerse proyectos colaborativos para el estudio de las diversas regiones de México. Inició una investigación en las rancherías del estado de Jalisco, a la que invitó a nueve de sus alumnos de la Escuela Nacional de Antropología e Historia entre los que estaba el chiapaneco Andrés Fábregas Puig a quien le delegó la coordinación del grupo de estudiantes quienes investigarán problemas sociales de la región de los Altos. En el estudiantado que participó de aquella memorable investigación, que tuvo una duración de dieciocho meses, se encontraban: Virginia García Acosta, Carmen Icazuriaga, Patricia de Leonardo, Jaime Espín, Leticia Gándara, Tomás Martínez Saldaña, Antonieta Gallart, José Díaz Estrella y Román Rodríguez.

Estos estudios desde la antropología de diversas regiones de la geografía mexicana y las culturas heterogéneas que las habitan pusieron en marcha discusiones metodologías de aprehensión de la realidad y advirtió la importancia central de la etnografía. En este sentido proponía una “crítica antropológica de las ideas marxistas sobre evolución social, los modos de producción y su articulación, y el campesinado bajo las condiciones del capitalismo” (Palerm, 1980: 9). Consideraba que la antropología tenía una praxis ininterrumpida fundada precisamente en el trabajo de campo. Tenía una vocación genuina por entender las realidades en los espacios mismos, de este modo se alejaba de la teoría marxista dogmática y ritualizada, en sus propias palabras, y hacía un verdadero diálogo o un ir y venir entre teoría y praxis. Daba especial importancia al espacio geográfico vinculado a este estudio de las realidades en el terreno, así como lo narra Andrés Fábregas Puig: “explicaba las características del terreno, señalaba puntos de interés, relacionaba el paisaje con planteamientos de la ecología cultural o con alguna de las corrientes teóricas de la antropología“ (2015:15). Los resultados de los innumerables trabajos de campo que realizó junto a colegas y estudiantes dieron como resultado textos de gran profundidad teórica como ¿Un modelo marxista para la formación colonial de México? o La formación colonial mexicana y el primer sistema económico mundial, donde revitaliza la discusión entre los marxismos sobre las particulares formas de los modos de producción.

Algunos de sus discípulos que nombramos líneas arriba, fueron integrados al CIESAS desde sus inicios. Así Palerm fortaleció y consolidó, gracias a su labor como profesor, a diversas generaciones de antropólogos y antropólogas comprometidas y comprometidos con la antropología. Aquellos jóvenes estudiantes alcanzarían la meta de obtener un trabajo digno, en un centro que se especializaría en formar nuevas generaciones y en generar investigaciones pertinentes y originales que ayudarían a conocer más sobre los aspectos socioculturales, históricos y lingüísticos de México.

Sin lugar a duda, Palerm dejó una huella en sus discípulos, quienes le han rendido homenaje, y le agradecen por las enseñanzas y la dedicación que tuvo para con la Antropología en México. En el libro La diversidad intelectual. Ángel Palerm in memoriam, compilado por su discípula Virginia García Acosta, Andrés Fábregas expresa con emotivas palabras su agradecimiento a quien fuera uno de los profesores que lo marcaron e impulsaron en su carrera profesional:

“Ángel Palerm es un personaje inolvidable. Fue un maestro porque enseñó antropología como pocos lo han logrado. Es inolvidable porque no puede borrarse de la memoria de sus discípulos. Enseñar significa estimular la reflexión acerca de una ciencia, arte u oficio. En ese menester desarrolló una notable habilidad alejada de la rutina, admirable por su constancia y su calidad creativa. Combinó el don del magisterio con el de la amistad, una virtud que le acompañó a lo largo de su vida y que practicó en las buenas y en las malas. Por eso es inolvidable” (Fábregas, 2000: 211).

Ausencias y legados de Palerm en el contexto actual del CIESAS

Ángel Palerm siempre sostuvo que el capitalismo ha sido global desde el siglo XVI y que las crisis de este sistema económico generan nuevas formas de articulación y regulación (Besserer, 2008), las políticas educativas no son ajenas a ello. Desde hace algunos años las políticas económicas proponen en la agenda pública y federal una ‘ciencia neoliberal’, con la cual se quiere romper en la administración de Elena Álvarez-Buylla, actual directora del Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología (Conacyt), sin lograrlo por entero. Esta situación, nos convoca a recordar los principios fundadores del CIESAS que Ángel Palerm imprimió en su dirección, recalcando la necesidad de un instituto de producción antropológica centrado en la sinergia indisociable de estudiantes-investigadores-trabajadores.

Como todos los centros de investigación del Conacyt, el CIESAS se erige en la ambigüedad estructural de ser una institución autónoma intelectualmente, descentralizada y con personalidad jurídica propia, pero que depende financieramente del Estado. Dicha autonomía está supeditada por las demandas sociales que la administración estatal en turno considera prioritarias, ponderación visible en la regulación y/o recortes a los recursos operativos de la institución.

Ante la creciente presión por la reducción de presupuesto y medidas de financiamiento de las que se valen los centros de investigación, así como los institutos y universidades con programas de posgrados de calidad; el ejercicio intelectual del CIESAS se encuentra ante un gran reto al tratar de equilibrar la formación colaborativa de trabajo que Palerm dejó como legado en la institución con las demandas cada vez más altas y precarizadas de la ‘eficiencia terminal’ que vuelve a los estudiantes únicamente beneficiarios de becas en lugar de libres pensadores que desde la antropología busquen dar propuestas a las demandas de la sociedad mexicana para atender problemas sociales urgentes a resolver.

Si los estudios que proponen y realizan de manera individual y colectiva[1] no son prioridad para la burocracia estatal en turno, la estratificación financiera limita, reduce o quita recursos de su posterior desarrollo o consolidación como investigadores.

Pese a todo, el CIESAS aún mantiene su autonomía intelectual al plantear y desarrollar proyectos de investigación que no se guían por preguntas planteadas por representantes del Estado. La crisis que atestiguamos parece atacar los fondos financieros que, de manera estructural dan vida al CIESAS, siendo uno de los sectores más precarizados el de los trabajadores que lo sostienen, limpian y mantienen en pie en las distintas sedes: Mérida, San Cristóbal de las Casas, Monterrey, Jalapa, Guadalajara, Oaxaca y Ciudad de México. La entera dependencia del financiamiento estatal nos hace cuestionarnos: ¿La antropología mexicana ha dejado, alguna vez, de estar al servicio del Estado? Pareciera que no.

Sin embargo, Palerm vivió en carne propia el hecho de que un proyecto de investigación dependiera de los recursos disponibles, muchas de las veces otorgados por las instituciones del Estado. En febrero de 1948, cuando estaba a punto de terminar su licenciatura en historia, Palerm se integró al equipo de Isabell Kelly en el Proyecto Tajín. Estuvo un mes a prueba y demostró ser más maduro y propositivo que los otros estudiantes del equipo (Kemper, 2014). Kelly quería que Palerm se quedara más tiempo en el proyecto, pero dicha permanencia tambaleaba porque el INAH no contaba con recursos suficientes, por lo que Kelly, sabiendo que Palerm tenía una esposa y dos hijos que mantener, buscaba alternativas de financiamiento para desarrollar el potencial del joven etnógrafo quien, aunque sabía poco del trabajo de campo, demostró tener facilidades para relacionarse con la gente, incluso con las autoridades municipales demostrando, desde entonces, que el trabajo de campo es un ejercicio colectivo (Kemper, 2014).

Es por ello que vindicar el legado de Palerm ejercita la vocación crítica de la antropología y su compromiso, en la cual se fundó esta institución. Además de sus aportes para la fundación de instituciones donde se han educado gran cantidad de antropólogas y antropólogos de México y otros países, Palerm dignificó a la disciplina que nos convoca, cubierta por un carácter fundacional colonialista y reivindicó la labor de la investigación concreta, pues señalaba “la dependencia del pensador puramente teórico […] respecto a los productos de la actividad de aquellos científicos dedicados principalmente a la investigación concreta” (Palerm, 1980: 15), poniendo de relieve la investigación directa.

Tampoco dejó de polemizar sobre los intereses de la antropología, concebía que “cuando el viejo sistema comenzó a desintegrarse, la antropología sirvió […] para establecer formas más sutiles de colonialismo y para combatir las luchas de liberación nacional” (Palerm, 1980: 20). De esta forma consideraba que debía asumirse críticamente la propia praxis científica como una producción social de la ciencia enmarcada en la incesante discusión de sentidos y de los compromisos que se deben tener frente a la sociedad: “[…] la producción científica en general es un aspecto necesario, indispensable y permanente de la praxis social, mientras que las teorías son manifestaciones efímeras del proceso continuo de producción social de la ciencia. Las teorías están destinadas a ser revisadas, negadas y sustituidas”. Nuestra tarea es evidenciar qué sentidos tiene actualmente la producción social de la ciencia y cuáles praxis científicas deben ser asumidas y cuáles criticadas.

Quienes fueron discípulos de Palerm, algunos ahora docentes e investigadores del CIESAS, tienen exitosas carreras e intervenciones esenciales en las políticas públicas que buscan erradicar la pobreza, desigualdad, discriminación indígena, entre otras cuestiones abordadas. Podríamos afirmar que la escuela palermaniana (sic) ha trascendido generaciones, fronteras y escuelas de pensamiento. Como estudiantes de doctorado en Antropología adscritos a la sede CIESAS-Ciudad de México, reivindicamos la importancia del legado de Palerm y reconocemos el empeño que llevó a cabo para consolidar un centro de investigaciones que apostaba en la figura del estudiante un papel importante para su latencia y cristalización del compromiso antropológico como disciplina indispensable para contribuir a resolver los problemas sociales de México.

Hoy día, asistimos a una crisis económica global vinculada, sobre todo, a la pandemia provocada por la enfermedad COVID-19, la cual ha provocado recortes presupuestales que han impactado negativamente a las ciencias y a la educación. La carencia de recursos financieros sumada a los riesgos sanitarios ha provocado que en el CIESAS se proponga a estudiantes e investigadores que el trabajo de campo etnográfico sea preferentemente virtual y/o de archivo en lugar de presencial. Aunque esto parece una solución temporal, como estudiantes y futuras investigadoras e investigadores estamos preocupados por la posibilidad de que el trabajo de campo responda más a las políticas neoliberales que a la construcción de conocimientos útiles tanto para la academia como para las comunidades.

Consideramos que invocar la memoria y legado de Palerm, a cuarenta años de su fallecimiento, es repensar críticamente nuestra institución y retos que enfrentamos como gremio y sinergia estudiantes-trabajadores-investigadores, donde también es vital pensar las lamentables ausencias de ese compromiso ético y político que le daba al quehacer antropológico.

Sabemos, que los recortes presupuestales, las agendas de los profesores, las distancias y la inseguridad que azota a México hacen que sea complicado retomar hoy aquella forma de trabajo de campo que Palerm propuso en grupos de trabajo conformados por estudiantes y profesores, pero podemos apelar a su memoria desde otros frentes de acción y posicionamientos, más allá de las ataduras burocráticas de la academia actual. Con estas notas invitamos a nuestra comunidad a pensar en esta conmemoración a Palerm no tan sólo desde la nostalgia teorética, sino desde la militancia académica viva de su legado que hoy está en riesgo.

Nota: Las imágenes se reproduce con el permiso de la Dra. Patricia Torres Mejía, autora del libro Vida y obra de Ángel Palerm Vich (1917-1980).

Bibliografía

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[1] Una cualidad de los estudiantes y egresados de los distintos programas de posgrado, es su participación en organizaciones civiles, colectivos y organismos no gubernamentales que buscan poner en práctica los planteamientos antropológicos, para poner a prueba y defender teóricamente en sus respectivos trabajos de tesis.