Joanna Korzeniowska[1]
CIESAS Ciudad de México
Apuntes de salidas exploratorias en la Zona Lacustre de Xochimilco
Cuemanco, Xochimilco. Foto: Joanna Korzeniowska (21 de febrero 2024).
El miércoles 21 de febrero 2024, tras el transcurso algo ruidoso y el estancamiento producido por el tráfico desde horas tempranas en la Calzada de Tlalpan, llegamos al Embarcadero de Cuemanco, en Xochimilco. Unos minutos después de las 8 a. m. aún se sentía el frío; el calor apenas aparecía saliendo de la sombra que plasmaban los locales comerciales alrededor del área de las trajineras. A las 8:45 de la mañana nos dirigimos para abordar la trajinera y empezar el trayecto por los canales.
Del suelo firme y bastante estable pasamos a una superficie móvil que nos transportó durante horas seguidas; nuestros cuerpos seguían el ligero ritmo de la trajinera producido por la fusión de la fuerza física, los remos y el agua. Al voltear alrededor se podían apreciar diferentes horizontes: el horizonte de los cerros adelante, el horizonte de las chinampas con distintos tipos de vegetación y algunos techos no muy altos, el horizonte del embarcadero que se estaba quedando en la lejanía, hasta desaparecer.
Fotografía 1. Paisaje desde la trajinera. Joanna Korzeniowska, 21 febrero de 2024
La sonoridad del paisaje cambió radicalmente. Se convirtió en una mezcla entre los sonidos de las aves acuáticas (pelícanos, patos, gaviotas, el perro de agua, garzas) —algunas de las cuales siguen los ciclos estacionales en sus rutas migratorias—, con el tenue ruido de insectos volando, el rítmico y constante chapoteo del agua que abrazaba a la trajinera. Al mismo tiempo, los motores de las nuevas canoas señalaban las modificaciones y afectaciones producidas al paisaje sonoro, al ecosistema, pero también a la economía.
La problemática no se traduce únicamente en la transformación de lo acústico de este taskscape (Ingold, 2000) particular. La contaminación se produce por el uso de lubricantes y las emisiones de aceites de los motores hacia las aguas de los canales. El oleaje que genera el motor pega en las orillas de las chinampas debilitando su constitución. Su presencia ruidosa espanta a los animales. Además, dueños y trabajadores de trajineras tradicionales se ven desplazados por la competencia comercial de los botes que ofrecen involucramiento de mucha menor fuerza física, más rapidez en el viaje y menor precio para los turistas.
Una hora después de salir del embarcadero, pasamos a la chinampa donde está uno de los ajolotarios. Encontramos que el refugio de los ajolotes se basa en el uso de la infraestructura existente y la colocación de filtros que permitan crear condiciones para vivir y reproducirse de la especie. Nuestro guía planteó que es un “manejo del territorio que favorece todo el ecosistema” por medio de la producción sin agroquímicos, que reactiva la producción agrícola basada en su tecnología sustentable. Los filtros detienen tanto a los depredadores como a los contaminantes presentes en el agua. Estas interrelaciones construyen “todo un proceso ecosistémico”.
Otro punto importante es que, desde otro punto de vista —el de Genaro[2] que nos llevó en la trajinera—, poner un ajolotario en la chinampa puede ser un negocio más rentable que, por ejemplo, una cancha de fútbol. Las nociones de protección, refugio y la agricultura sustentable pueden presentarse también como decisiones comerciales y tener un sentido de emprendimiento.
Fotografía 2. Cuemanco. Joanna Korzeniowska, 21 de febrero de 2024
En este espacio agroturístico estaba colocada una muestra de producción agrícola con el uso de chapín. El dueño de la chinampa contaba cómo algunos de los productores están destinando sus cultivos para la venta en el mercado de Xochimilco. Al final del recorrido por la chinampa, le pregunté si los cultivos no presentaban plagas; respondió que “cuando a la tierra y a las plantas se trata bien, son sanas” (notas de campo, 21 de febrero de 2024), no tienen plagas.
Gracias al trabajo de Genaro con el uso de remos y la fuerza de su cuerpo, seguimos moviéndonos y flotando por los canales, buscando un espacio libre del ruido de los motores y observando diferentes usos y cambios del suelo (canchas, temazcales, invernaderos, áreas agroturísticas, etc.) y ejemplos de usos no relacionados con el área protegida. Su representación de los cuidados del agua y el ecosistema,en el que por un momento estuvimos insertos, fue que “el agua es limpia, sólo se ve negra, sucia… en Venecia está sucia, huele feo…” (notas de campo, 21 de febrero de 2024). Los sentidos de la vista (colores) y del olfato (olor feo) representaban los sentidos posibles de lo limpio, lo contaminado o no contaminado, del cuidado del medio ambiente.
Observamos, además, que diferentes actores e instituciones estatales, académicas, y de otro tipo, participan en las “políticas territoriales” del área protegida chinampera. Estas políticas se rigen por medio de los programas de ordenamiento de los terrenos: por un lado, los decretos que designan la posesión o tenencia de la tierra y, por otro, el uso del suelo que no necesariamente está vinculado con el tipo de propiedad.
28 de febrero 2024, San Luis Tlaxialtemalco, Xochimilco
La salida a San Luis, el 28 de febrero de 2024, contrastó con el recorrido en la trajinera en muchos sentidos (además de la forma de desplazarse), en los usos y problemáticas vinculadas con el agua, en el tipo de producción agrícola (floricultura), en la organización social y comunal, la propiedad de la tierra vinculada con diferentes tipos de expropiación territorial y conflictos en el pueblo, pero también en la presencia un poco más palpable de los pesticidas. Caminando tras la reunión inicial con María y Luisa, pasamos por un local cerrado de venta de fertilizantes agroquímicos.
El primer espacio que visitamos fue el invernadero del tío de María, quien nos habló sobre sus cultivos, sobre el enraizador donde se propagan las plantas nuevas, sobre su terreno que es el “orgullo del campesino”, siendo floricultor desde la herencia de sus padres. El hijo del tío de María es ingeniero agrónomo, lo cual facilita la producción en el invernadero debido a que los servicios de agrónomos son muy costosos. El hijo agrónomo, por ejemplo, ha ayudado consiguiendo el “medicamento” (plaguicida agrícola o fertilizante químico) para la tierra a mitad de precio. El trabajo en su invernadero es “despacio pero constante”, con jornadas hasta las 3 p. m., siete días a la semana. La producción disminuyó de cuatro invernaderos a uno, ya sin empleo de un peón.
El interior del invernadero se siente aún más caluroso que la temperatura bajo el sol en las calles. El señor platica que el calor y las rociadas y el tiempo son las condiciones necesarias y básicas para el cultivo de las plantas. En las siguientes fotografías (3 y 4) se presenta la disposición y organización casi simétrica de diferentes tipos de plantas, así como los recursos y materiales que se usan para su cultivo; dispositivos y redes para el riego y aplicación de productos fertilizantes y fumigantes por medio de mangueras, bombas, tinacos, y extensiones eléctricas, dentro de la cúpula de metal cubierta de lámina de plástico, que crean una infraestructura propia y particular de los invernaderos.
Fotografía 3 SEQ Rysunek \* ARABIC 3. Vista de la producción florícola en el invernadero. Joanna Korzeniowska, 28 feb 2024
Fotografía 4 SEQ Rysunek \* ARABIC 4. Materiales en el invernadero. Joanna Korzeniowska, 28 feb 2024
Fotografía 5 Lavaderos en San Luis Tlaxialtemalco Joanna Korzeniowska, 21 febrero de 2024
En el camino al área pública de lavado, nos paramos junto a la antigua zona de carga y descarga que ahora refleja el proceso de disminución de niveles de agua y se convirtió en un espacio contaminado. Isabel recurrió a la memoria de los tiempos: cuando la tierra era fértil, ahí se cultivaba maíz y, a pesar de no tener mucho dinero, vivían de “lo que daba la tierra”. El agua tiene diferentes usos, desusos y formas. A unos pasos del pequeño pozo de agua sucia en el área de carga y descarga está ubicada la zona de lavado que se surte de una de las plantas potabilizadoras, marcada por la presencia de varias mujeres ocupadas y agachadas sobre los lavabos. Diferentes puntos del trayecto sobre la chinampa —canales más y menos pequeños de agua fluyendo o estancada— se ven interrumpidos por la construcción de un nuevo camino de tierra o acompañados por diferentes tipos de puentes.
Fotografía SEQ Rysunek \* ARABIC 5. Usos del agua en el lavadero público. Joanna Korzeniowska, 28 feb 2024.
Fotografía 6. Condición actual de lo que fue el área de carga y descarga.
Joanna Korzeniowska (28 feb 2024).
Los recuerdos también se anclan en otros acontecimientos violentos como la inundación y devastación de las chinampas por las aguas negras antes de los años 80. En otro momento, Luisa trazó los cambios en el paisaje señalando los contornos del pueblo en el horizonte, sobre los cerros. Comentó que las fracturas en el subsuelo que se han ido produciendo debido a los sismos, fueron construyendo una nueva nivelación del paisaje; ahora se veían espacios que antes estaban tapados por los cerros.
La dimensión del trabajo se manifestaba en lo verde de los cultivos, en la presencia de invernaderos y de agricultura de cielo abierto, en los aparatos, recursos e insumos, macetas apiladas, pero también en las figuras de personas absortas en el riego o limpia de la tierra, bajo el sol, cubiertas con sombreros, con espaldas agachadas y manos sumergidas en la tierra o cargando mangueras (ilustraciones 7 y 8).
Fotografía 7 Joanna Korzeniowska, 21 febrero de 2024
Fotografía 8 Joanna Korzeniowska, 21 febrero de 2024.
Breve reflexión e indagación acerca de los tóxicos-“medicamentos”
Pasamos un corto rato con otro productor que estaba limpiando la tierra en un “colador enorme” (fotografía 9). Él nos contó que aún hace unos 20 o 25 años usaban la técnica de los chapines. También, que antes fumigaban la tierra con un gas tóxico —bromuro de metilo—, pero que, ahora lo sustituyeron por otro fumigante —metam sodio— comercializado como VAPAM o BUNEMA. Agregó que los productos que usan ahora tienen un proceso “más limpio, más delicado” y se aplican durante un periodo más largo de tiempo (tres o cuatro semanas).
Los Ingredientes Activos (IA) de los pesticidas mencionados —bromuro de metilo y metam sodio— figuran dentro de los Plaguicidas Altamente Peligrosos (PAP) de acuerdo con el PAN (Pesticide Action Network) y clasificaciones de peligrosidad de otras instancias como la OMS (Organización Mundial de la Salud). Los criterios de riesgo ambiental y para la salud de acuerdo de estas diferentes fuentes no siempre muestran consenso en términos de la Categoría Toxicológica (CT). Sin embargo, siguiendo a Bejarano (2017), el metam sodio aparece dentro de los PAP tanto bajo los criterios de la FAO-OMS como bajo los de PAN Internacional.
Fotografía 9 Joanna Korzeniowska, 21 febrero de 2024
De acuerdo con los datos del Manual de Plaguicidas de Centroamérica (2024) se han comprobado efectos tóxicos en la salud humana del metam sodio en la exposición crónica y a largo plazo en los siguientes ámbitos: teratogenicidad, probable carcinógeno humano (según la EPA), disrupción endocrina (categoría 1), y genotoxicidad. En cuanto a su ecotoxicología esta es extrema a mediana en peces, extrema a alta en crustáceos, mediana a ligera en aves, mediana en abejas, alta en algas. Además, se agrega; “R50: Muy tóxico para organismos acuáticos. R53: Puede causar efectos adversos a largo plazo en el ambiente acuático” (Manual de Plaguicidas de Centroamérica, 2024).
En el caso del bromuro de metilo, en referencia a la toxicidad crónica en humanos, se han comprobado los siguientes daños posibles: neurotoxicidad (nivel 4), mutagenicidad (débil), disrupción endocrina (categoría 2), efectos reproductivos (degeneración de los testículos), y “otros efectos crónicos: alteraciones del sistema nervioso central, disminución de la agudeza visual, dificultad para hablar, espasticidad de brazos y piernas, confusión y coma, recuperación parcial y lenta, alucinaciones, euforia, cambios en la personalidad. Toxicidad cardíaca, de la glándula suprarrenal y testículos. Oliguria, anuria y uremia” (ídem).
En cuanto a su ecotoxicología tiene una toxicidad aguda alta en peces, algas y en crustáceos, mediana en aves y abejas. Se considera muy tóxico para organismos acuáticos y dañino para la capa de ozono. El Protocolo de Montreal de Sustancias que Agotan la Capa de Ozono lo incluyó para su eliminación a nivel mundial (excepciones para “usos críticos”) (Bejarano, 2017). Ambos IA se comercializan en México, aunque aparecen como con “uso restringido” basándose en lo encontrado en los Registros Sanitarios de Plaguicidas, Nutrientes Vegetales y LMR de la Cofepris.
Adicionalmente, un estudio complejo acerca de la contaminación química y biológica en la Zona Lacustre de Xochimilco (ZLX) (Bojórquez Castro et al., 2017) existen diferentes tipos de contaminantes provenientes de distintas fuentes. El estudio arroja luz sobre la presencia de una diversidad de agentes tóxicos en el ambiente de la zona con una duración prolongada dentro de procesos de acumulación, los cuales, finalmente no son degradables. Bojórquez Castro y colaboradores sostienen que el agua y el suelo son los más afectados por la contaminación. Podemos observar que la toxicidad acumulada en el medio ambiente de la ZLX tiene origen principalmente en las siguientes fuentes:
del aire provienen tóxicos químicos diluidos, no exclusivos de la ZLX, como el ozono, ciertos hidrocarburos, etc.; de la zona urbana vecina a los canales, de terrenos agrícolas, y en escorrentías provenientes de las zonas altas urbanizadas se vierten aguas grises y negras, principalmente con materia orgánica, detergentes, bacterias y otros biopatógenos, así como residuos sólidos; de los terrenos agrícolas hay descargas de pesticidas, sales y materia orgánica en forma de residuos vegetales o desechos de animales. (Bojórquez Castro et al., 2017: 250)
Similarmente, se subraya la presencia de contaminantes en las “descargas de agua semidepurada provenientes de las plantas de tratamiento, mayormente del Cerro de la Estrella” (ídem). Para el caso específico de los canales y las lagunas de la zona, la calidad de las aguas está afectada mayormente por metales pesados tales como “cadmio, cromo, mercurio, plomo y otros, además de hidrocarburos, grasas, aceites, solventes industriales, herbicidas, pesticidas y desechos químicos producidos por actividades agrícolas (Ficha Ramsar, 2004)” (Bojórquez Castro et al., 2017: 222).
Frente a esta breve experiencia en San Luis e indagación por el momento superficial sobre su toxicología y riesgo a la salud socioambiental, es preciso preguntarse sobre cómo se construyen los umbrales de “riesgos aceptables” desde diferentes agentes regulatorios, pero también los “lenguajes de valoración” (Svampa, 2008) encarnados, construidos por la población. En este sentido, es necesario plantear que “la contaminación tóxica es ´inherentemente incierta´” (Edelstein, 2004). Las exposiciones pasadas del cuerpo, la relación de dosis-respuesta, los efectos sinérgicos y la ambigüedad etiológica, todos contribuyen al problema de la ambigüedad tanto en la toxicología como en la epidemiología (Brown, Kroll-Smith y Gunter, 2000, citado en Auyero y Swistun, 2007: 149).
La toxicidad y los paisajes contaminados
Retomando la importancia de la experiencia encarnada que plantea Tsing (2013), es necesario recurrir a Ingold (2000), quien propone la existencia de un taskscape entendido en cuanto a la interactividad dentro del dwelling (habitar) donde “el paisaje en su conjunto debe entenderse asimismo como el paisaje de actividades en su forma encarnada: un patrón de actividades «colapsado» en un conjunto de características” (p. 198). El habitar, además, es este proceso de constitución del paisaje. El taskscape, siendo parte encarnada del paisaje por medio del habitar, produce diferentes resonancias, se rige por medio de distintas temporalidades, “se hace” a través de un ensamblaje de tareas/actividades en su proceso de ajustamiento mutuo. En el taskscape, como propone Ingold, las personas que realizan las actividades y, además, se atienden (cuidan) unas a otras.
A partir del registro de un taskscape múltiple en Xochimilco (diferentes ocupaciones en las chinampas, el trabajo de Genaro en la trajinera, el trabajo en diferentes cultivos y en diferentes sistemas agrícolas, así como el trabajo de diferentes entidades no humanas dentro de un proceso ecosistémico, en diferentes temporalidades y ritmos), pienso en la importancia de observar y analizar el trabajo ecosistémico, en sus interactividades, diferentes niveles de registros, participaciones, condicionantes e implicaciones dentro de paisajes contaminados y vinculados a procesos socioambientales. El proceso de incorporación, de encarnación, y lo sensorial resultan ámbitos privilegiados para acercarse a los impactos tanto en la salud ocupacional como en la salud socioambiental.
En este sentido, cabe retomar la noción de la violencia lenta de Nixon (2011: 2) entendida como “violencia que ocurre gradualmente y fuera de la vista, una violencia de destrucción retardada que se dispersa a través del tiempo y el espacio, y violencia de desgaste que típicamente no es vista como violencia en absoluto”. El autor también habla de los “desplazamientos estáticos”, desplazamientos sin irse del lugar, una pérdida de la tierra, de los recursos y el despojo que conlleva seguir en estos paisajes inhabitables.
En este contexto, es preciso preguntarse sobre las dinámicas y formas posibles de conocer, darse cuenta, percibir la toxicidad. Debido a los procesos que llevan a la invisibilización de los efectos de la contaminación, así como la construcción de su imperceptibilidad en movimiento, en dispersión y acumulación por medio de diversas rutas en el medio ambiente, en los cuerpos humanos y no humanos, las formas de percibir, representar y evidenciar los efectos de la contaminación se vuelven más y más complicadas. Este proceso se vincula también con las temporalidades de la toxicidad. Cabe agregar aquí también la importancia de pensar el paisaje en referencia tanto al espacio como al tiempo.
En el caso de los contaminantes, como sugieren Geissler y Prince (2020), su permanencia en el medio ambiente a través de generaciones, su durabilidad y su mutabilidad, hablan de afectaciones y procesos a futuro, simultáneamente vinculándose con lo sucedido en el pasado por medio de los rastros de sustancias y residuos acumulados en nuestro alrededor y en nuestros cuerpos. Estos procesos de invisibilización de los tóxicos, así como el uso de sentidos ideológicos (y económico-políticos) generan silencios que, a su vez, se vinculan con los mecanismos de regulación de la vida y de la toxicidad. Las regulaciones se manifiestan por medio de la “incertidumbre tóxica” (Auyero y Swistun, 2013), por el sacrificio encarnado del “imaginario productivista” y con el “engranaje [que] también opera en la regulación de los sentires, los dolores y las subjetividades” (Duer, 2021). Se señala que estas confusiones, la incertidumbre y la producción del no saber son mecanismos intencionales “de la forma en la cual la dominación social funciona como del sufrimiento tóxico de los residentes” (Auyero y Swistun, 2013: 150).
Sin embargo, no podemos comprender cómo se construyen los paisajes tóxicos, las experiencias de la toxicidad y de la “violencia lenta”, sin tomar en cuenta, como sostienen Pain y Cahill (2021), que esta violencia lenta y la ambigüedad intencionada se generan en la intersección de diferentes violencias —lentas, extraordinarias, estructurales, cotidianas, agudas— y con la participación de distintos actores, sin olvidarse del papel del Estado y de las industrias. Simultáneamente, las autoras, desde la perspectiva de las geografías feministas críticas y antirracistas, llaman la atención a la espacialidad de la violencia, a que la violencia lenta no es un proceso despersonalizado y es siempre política.
Así, cabe subrayar que la distribución desigual del daño y de la exposición dentro de marcos históricamente perpetuados de la vulnerabilidad, así como la construcción de la territorialidad, se dibuja dentro de las relaciones de poder, en “una relación de fuerza aunque muy desigual” (Haesbaert, 2013: 25) donde el territorio “más que nunca, se convierte así en el locus del conflicto” (Svampa, 2008: 9). La exposición, el daño y el riesgo se experimentan y enfrentan de maneras desiguales bajo las interconexiones de la clase, raza, etnia, género, en geografías sistemática y estructuralmente vulnerabilizadas.
En este sentido, Duer (2021) sostiene la importancia de la comprensión de los microterritorios desde la agencia de las personas que los habitan. La autora plantea que es imprescindible el acercamiento a los procesos de “asimilación de estos discursos por los mismos cuerpos que se ven sacrificados. […] Comprendo la articulación de este discurso como un dispositivo disciplinante de normalización que tiene un anclaje material y corporal que afecta en simultáneo a los cuerpos y al ambiente (tierra, aire y agua)” (Duer, 2021). Williams (2018) argumenta que las biopolíticas de los pesticidas se formulan por medio de la valoración desigual de la vida humana haciendo uso de umbrales de los “riesgos aceptables”. Batet Figueras (2019: 122) se pregunta, entonces, “¿hay riesgos aceptables o razonables?” Al respecto, es necesario recurrir a la propuesta de Saxton (2014):
también tenemos que contribuir con nuestro trabajo a reimaginar economías y ecologías políticas alternativas (Burke y Shear, 2014) que no sean tóxicas ni explotadoras (o simplemente menos tóxicas y menos explotadoras). Es un imperativo urgente y ético que encontremos formas de aplicar nuestra investigación a los esfuerzos que buscan abordar, resolver, remediar y sanar a las personas y los lugares perjudicados por las sinergias de las exposiciones tóxicas y relaciones sociales. (Saxton, 2014: 12-13)
El escenario global, e intensificado para el Sur Global, de la legitimación del desarrollo, de la promesa de la mejora y progreso tecnificado a partir de la territorialización de la toxicidad en geografías químicas precisas e históricamente trazadas, sitúa las asimetrías entre personas expuestas y las que se benefician de y legitiman la producción, aplicación y exposición dañina a los contaminantes como resultado de desigualdades estructurales en las relaciones de poder y sus implicaciones en las políticas de la definición de la toxicidad (Hendlin, 2021; Stein y Luna, 2021; Hayes y Hansen, 2017; Martín Mantiñán, 2022).
Los sentidos, la memoria, las formas de significar, la percepción y experiencia del paisaje tanto como de la toxicidad, enmarcan su importancia metodológica (así como epistemológica y ontológica) en el pensar y observar los procesos de habitar, en relación a las actividades y exposición ocupacional y ambiental, así como frente a relaciones de poder desiguales que se territorializan en los malestares socioambientales. Así, las prácticas y los sentidos asociados al hacer y habitar espacios contaminados pueden develar los procesos de producción de umbrales de riesgos aceptables, de la normalización de la toxicidad, por medio de, por ejemplo, los lenguajes de valoración, así como de jerarquías y desigualdades vividas dentro y fuera de los espacios del trabajo (incluyendo los hospitales, centros de salud y hogares donde se desarrollan las acciones terapéuticas y de cuidado). Las temporalidades tanto de un taskscape particular, como la cronicidad en el habitar y en el vivir (territorios) enfermos, se plantean como una dimensión significativa que, además, debe extenderse hacia la comprensión de las permanencias y persistencias de los contaminantes en el ecosistema.
Dichos procesos lentos, silenciosos, hasta cierto punto invisibilizados, dejan huellas profundas en el transcurso de todo un proceso ecosistémico en contextos históricos y políticos particulares. Lo anterior se puede comprender a través del funcionamiento de una geopolítica de la enfermedad (véase Pereyra et al., 2023). El malestar “más-que-humano” (Tsing, 2013) y la producción de territorios contaminados insertos en procesos de vulnerabilización de condiciones de vida construyen experiencias encarnadas basadas en lógicas extractivistas, de subordinación y dominación que buscan y permiten la mejora de las condiciones de producción, consumo y ganancias, es decir, “el bienestar de la industria” (Saxton, 2015) y la disminución de fuentes de riesgos tóxicos en el Norte Global, en los países centrales capitalistas.
Referencias
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Bejarano González, F. (coord.) (2017). Los plaguicidas altamente peligrosos en México. Red de Acción sobre Plaguicidas y Alternativas en México, A.C. (RAPAM), Centro de Investigación en Alimentación y Desarrollo, A.C., INIFAP, IPEN, PNUD, Red Temática de Plaguicidas, RAP-AL, Universidad Autónoma del Estado de México, UCCS.
Bojórquez Castro, L. (coord.) (2017). Contaminación química y biológica en la zona lacustre de Xochimilco, México. Universidad Autónoma Metropolitana.
Comisión Federal para la Protección contra Riesgos Sanitarios (Cofepris) (s. f.). Consulta de registros sanitarios de plaguicidas, nutrientes vegetales y LMR. http://siipris03.cofepris.gob.mx/Resoluciones/Consultas/ConWebRegPlaguicida.asp
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