Al son de la pandemia[1]

José Juan Olvera Gudiño
CIESAS Noreste


Imagen que contiene pasto, edificio, exterior, tren

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Escenario principal del Free Spirit Festival, en Woodstock Plaza (Santiago Nuevo León) horas antes de su arranque. Foto de Xiomara Romero (2015). Intervención de José Juan Olvera.


Me he preguntado cómo ha impactado, en el arte y la cultura, la pandemia generada por el virus SARS-coV-2 y por la contingencia sanitaria activada para protegernos como sociedad. Sabemos que, hasta el momento, este sector ha sido uno de los más golpeados por la pandemia, como lo demuestra una encuesta realizada exprofeso (UNAM, 2020). En estas líneas quiero compartir un proyecto de investigación en el que comienzo a trabajar, en forma de ideas, cuestionamientos, hipótesis y una que otra cifra. Se referirán únicamente a la música popular y a sus actores, ámbito que comparte muchas de las condiciones de vida y trabajo con disciplinas artísticas y culturales afines.

Estoy pensando en la música popular como el conjunto de actividades alrededor de la producción, distribución y consumo de música en ámbitos urbanos y rurales-urbanos, con un carácter altamente mediatizado, un acento mercantil y una dependencia creciente con la evolución tecnológica. Habrá que reconocer la diversidad de esferas y actores implicados, pues cuando decimos música solemos pensar únicamente en los músicos.

¿Quiénes son los actores del mundo de la música popular? Además de los músicos, los promotores artísticos, los gerentes de las casi desaparecidas disqueras y de las emergentes empresas digitales de generación y distribución de contenidos y también sus megacorporaciones; los managers, los técnicos de audio, diseñadores, escenógrafos y publicistas, fotógrafos, profesionales de la información en la industria del espectáculo, los constructores de instrumentos musicales, sus vendedores y reparadores, y un largo etcétera.

También podemos distinguir distintos ámbitos de actividad. Por un lado están las grandes empresas de la música, sean discográficas, de conciertos en vivo, de distribución de contenidos. Por otro, el sector compañías independientes y, finalmente, un vasto sector informal, compuesto por innumerables artistas que no pertenecen a ninguna organización. Aunque siempre hay vasos comunicantes entre unos y otros, son universos diferentes y, dentro de cada uno de ellos, se desarrollan distintos procesos y escenas, en el sentido artístico-periodístico del término.

Ahora bien, ¿por qué valdría la pena estudiar la música popular bajo esta condición de pandemia y contingencia? ¿qué características la harían digna de estudio? Se me ocurren varias: desde el punto de vista económico ésta no es claramente una actividad prioritaria. De hecho, esta rama de la actividad social ha sido una de las que primero cierran ‒si no, la primera‒ y de las que se reabren hasta el final. ¿Por qué? Porque, al menos en el sector de la música en vivo (bares, antros, auditorios, macroconciertos, etc.), hablamos de nuestros cuerpos en estrecho contacto, que son mediados por la música para expresarse, sentirse y explorarse. Finalmente, porque en cada época o coyuntura histórica hay un sector de la intelectualidad que refleja su tiempo en productos con orientaciones estéticas/éticas. Pero ¿qué pasa si no hay condiciones para que eso ocurra? ¿Qué les pasa a ellos y qué le pasa a la sociedad?

Tres aspectos me parecen relevantes para un estudio como éste: el impacto, la reacción de los actores y el papel del Estado. Cada uno tiene aspectos a desplegar, que abordamos someramente aquí, destacando su estrecha vinculación y mutuo condicionamiento. Por nuestra experiencia colectiva en estos dos años, sabemos que economía y salud, siempre en tensión, mantienen un frágil equilibrio y que, a su vez, también están íntimamente relacionados con otros aspectos tales como la educación y el desarrollo de las Tecnologías de Información y Comunicación (TIC).

Respecto de la economía, el impacto fue directo y brutal para una mayoría, pues de manera abrupta se cancelaron a principios de 2020 conciertos, audiciones, giras, grabaciones. De acuerdo con la firma consultora PricewaterhouseCoopers, la industria de la música en vivo es un negocio que valía, en 2020, 26 mil millones de dólares (Williams y Jackson, 2020). Pero en agosto de ese año Live Nation Entertainment, una de las productoras de eventos más importantes de Estados Unidos, reportó la pérdida de $ 431.9 millones para el trimestre mayo-julio, una caída del 98 por ciento en las ganancias en comparación con el mismo periodo de 2019 (ALT 105.1, 2020), así como “una caída en el valor de sus acciones de más del 15%, en la primera quincena de marzo de 2020. (Cortina, 2020)”

Y sin embargo, hubo un ámbito de la música que no disminuyó, sino que continuó su ascenso. En la Gráfica 1 puede observarse un importante incremento de la música por streaming (transmisión por suscripción por pago) en el año pandémico 2020, respecto del 2019. En realidad se consolida una tendencia hacia el alza de los últimos años del periodo prepandémico. En 2021, el streamming tuvo una considerable alza del 24.3% para obtener 16.9 mil millones de dólares, el 65% por ciento del total de las ganancias en todos sus formatos. En este contexto, “América Latina experimentó un crecimiento del 31.2%, una de las tasas de crecimiento más altas a nivel mundial. El streaming representó el 85.9% del mercado, una de las proporciones más altas en cualquier región (IFPI: 2022)”.

Las ganancias totales de la industria de la música grabada aumentaron de manera importante en el periodo pandémico. De 2019 a 2020 un 7.4% (21.6 mil millones de pesos) y de 2020 a 2021, un 18.5% (US $ 25.9 mil millones). Estas ganancias, que equivalen prácticamente a las del entretenimiento en vivo a nivel mundial arriba citadas, no se habían obtenido desde 1999, cuando esta industria obtuvo su pico más alto de ganancias (25.2 mil millones de dólares) antes de caer 15 años consecutivos por el arribo de la nueva era digital (IFPI, 2018). Así pues, las preguntas sobre los usos de estas plataformas digitales por parte de los músicos y sus mecanismos de monetización, gestión de derechos, visibilización y construcción de redes, están abiertas y son más pertinentes que nunca.

Fuente: Elaboración propia con datos de la Federación Internacional de la Industria Fonográfica.

Detrás del glamur, la precarización

Ahora bien, es una realidad que la mayoría de los actores del ramo de la música popular en México laboran como trabajadores independientes, sin prestaciones de ninguna clase. Al acabarse el trabajo no tienen ningún tipo de protección o red, que no sea la que hayan construido previamente (trabajos paralelos o complementarios, ahorros, trabajos o aseguramientos del cónyuge). Pero no sólo se tiene que acabar el trabajo para que vengan los tiempos malos. Mariachis contagiados en las camionetas que los trasladan a los pocos eventos que hay; productores contagiados por los usuarios de sus estudios de grabación, casi sin usar… un músico enfermo y sin servicio de salud pública es un caso ilustrativo de la precariedad real que siempre ha estado escondida en países como los nuestros, detrás del aparente glamour del trabajo artístico.

Sencillamente: enfermarse es un daño económico y desemplearse es una amenaza para la salud. Ahí es donde el impacto de la pandemia muestra los efectos vinculantes entre lo físico y lo emocional. El estrés, la angustia y la depresión aparecen como factores que, a su vez, agudizan nuestros males o nos vuelven proclives a nuevas enfermedades.

¿La depresión que la mayoría de nosotros ha padecido en estos tiempos, impacta de manera particular en los músicos por no poder salir, por no poder hacer lo que les gusta, por no tener trabajo? Ante la conciencia de que su modo de vida es ese precisamente: expresar aquello que la gente no percibe o no es capaz de expresar, y él sí, gracias a su sensibilidad, creatividad y valor, aparecen la enfermedad, el desempleo o la depresión, bloqueando y perturbando este lado de su ser.

No con todos ha ocurrido así. Como buena parte de la sociedad, muchos músicos exploran nuevas opciones de desarrollo profesional, económico y espiritual. Se han inclinado para explotar todas las posibilidades que el ciberespacio o los mundos virtuales ofrecen a través de la Internet, sea para regalar, solicitar, vender o comprar canciones, conciertos, consultorías, asesorías, instrumentos. Para muchos artistas esta ha sido una oportunidad no pedida para desarrollar labores creativas desde sus hogares, sus estudios caseros, cuyos beneficios sólo se pueden ver a plenitud, cuando haya más normalidad.

Tampoco aquella es la única salida. Músicos que salen a la calle para buscar complemento a sus ingresos cuando las clases presenciales de música ya no existen, músicos que ya estaban en la calle pero se les acabaron los trabajos complementarios (Ramos, 2020; Santa Cruz, 2019). Es también en la calle donde algunos de ellos se topan con una vitalidad urbana, una fuerza de resistencia que, en lo más duro de la pandemia, aflora en la rutina de la ciudad. No olvidemos que para muchos jamás ha habido ni protección sanitaria, ni contingencia.

Por otro lado, me planteo preguntas sobre la suma de contingencias que es, a su vez, la suma de desigualdades. Por ejemplo, la contingencia generada por la violencia armada de los años pasados y presentes, con su cuota de caídos, desaparecidos y desplazados. Me pregunto sobre el paralelismo de la rutina experimentada en la ciudad de Monterrey, por no referirme a otros espacios, como algunas zonas de Michoacán o las ciudades fronterizas de Tamaulipas, donde la violencia armada no ha desaparecido o se ha agudizado. En aquellos lugares o en el Monterrey del periodo 2008-2011, con un toque de queda autoimpuesto, la vida se acababa a las 10 de la noche cuando, en teoría, los músicos debían salir a tocar en los espacios en vivo, de manera que muchos de ellos tomaron actividades paralelas o sencillamente se dedicaron a otras cosas.

Finalmente, aparece el papel del Estado mexicano ante este sector. No ofrezco una opinión formada porque aún no tengo datos para conformarla. Me queda claro que será una de las labores más interesantes y también difíciles de realizar, y que éste no es un ámbito que el Estado haya privilegiado para su atención. Pero sí hay necesidad de evaluar, al paso de estos 22 meses, la política pública hacia la cultura ‒y hacia la música popular en particular‒ en tiempos de pandemia, lo que se ha hecho o dejado de hacer, así como el costo social que esto ha tenido.

Hay, sin embargo algunas cosas que pueden estar claras: La existencia de prácticas económicas de formalidad, informalidad e ilegalidad alrededor de la música popular genera muy diversos universos, por lo que el apoyo para un subsector no significa el apoyo generalizable. Tal diversidad está basada en la gran desigualdad económica y social, pero también en la variedad de los mundos legales del Estado, así como de los paralegales y paramilitares de los grupos del crimen organizado, en muchos de los cuales hay colaboración. Los músicos se mueven en varios de estos mundos, de modo que las generalizaciones sobre lo que hace o deja de hacer el Estado, se convierten en un riesgo.

Por otro lado, en Francia, Canadá y otros países, por ejemplo, se han dado apoyos a organizaciones culturales, así como apoyos individualizados a los artistas (Worldwide Independent News, 2020), mientras que la organización gremial de los músicos mexicanos es muy rudimentaria o se fue erosionando bajo 35 años de desarrollo económico neoliberal. Aun así, se han podido ver intentos diversos de organización para pedir ayuda a las autoridades (García, 2020) o para ofrecérsela entre los mismos miembros del gremio.

En la introducción al libro Economías de las músicas norteñas, he destacado que pandemia y contingencia han obligado a los artistas…

a reinventarse, en tanto artistas y en tanto seres humanos con necesidades económicas. Dentro de este sector, las economías alrededor de la música popular han tenido una dramática caída en el ámbito de la música en vivo. De acuerdo con lo que hemos visto y oído durante estos meses, podríamos decir que se han intensificado los fenómenos que se describen en este libro y que siempre han rodeado a muchos músicos populares: la inseguridad, la cultura del riesgo, la vida como contingencia. A quienes tenían más capitales económicos, sociales o culturales, esos recursos les han ayudado a resistir e incluso a crear en el confinamiento. A muchos otros, sin tantos recursos y sujetos a un mayor grado de incertidumbre, les ha tocado buscar otras alternativas económicas aunque no hayan dejado por completo la música. No obstante, al posible castigo por contravenir la censura; a la volubilidad de algún jefe narco, en tanto cliente o a su venganza por contravenir las normas no escritas que rodean ciertos medios musicales controlados por el crimen organizado; al desplazamiento hacia otros lugares debido a la violencia o las amenazas, ahora se han agregado la enfermedad y la muerte, que esperan, pacientes, que ocurra un descuido en cualquier lugar, especialmente en las contadas oportunidades de trabajo (Olvera, 2021: 17-18).

Así pues, podemos creer que muchos de los músicos, no sé si la mayoría, no bailan nada más al son de la pandemia, sino también al de las distintas contingencias vividas y al de las desigualdades acumuladas.

Finalmente, es pertinente pensar en la posibilidad de nuevas olas pandémicas y entradas a nuevas o distintas normalidades. Tan sólo en estas semanas me he preguntado yo ¿qué tan preparado (económica, emocional, físicamente, técnica y logísticamente) está este sector para esta nueva normalidad, y qué tan preparados estamos nosotros que somos muchos de esos cuerpos?

Bibliografía


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Cortina, F. (2020), Coronavirus y el impacto en la industria musical en vivo. Forbes México. Recuperado de: https://www.forbes.com.mx/forbes-life/coronavirus-impacto-industria-musical-vivo-mundo/

García, J. (2020), “Músicos se manifiestan en busca de apoyo ante la pandemia”, en Excélsior. Recuperado de: https://www.excelsior.com.mx/comunidad/musicos-se-manifiestan-en-busca-de-apoyo-ante-pandemia/1393279

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Olvera, José Juan (2022), “las músicas norteñas en contexto”, en José Juan Olvera (coordinador). Economía de las músicas norteñas, México, CIESAS, col. Casa Chata.

Ramos, M. (2020), “La pandemia los lleva a tocar para todos”, en El Norte. Recuperado de: https://www.elnorte.com/aplicacioneslibre/preacceso/articulo/default.aspx?__rval=1&urlredirect=https://www.elnorte.com/pandemia-los-lleva-a-tocar-para-todos/ar2018815?referer=–7d616165662f3a3a6262623b727a7a7279703b767a783b786d–

Santa Cruz, Israel (2020), “Contingencia por Covid-19 también afecta a músicos de Monterrey” (archivo de video), en Telediario Monterrey. Recuperado de: https://www.youtube.com/watch?v=RyHKTKF9ths

UNAM (2020), “Estudio de opinión para conocer el impacto del Covid-19 en las personas que trabajan en el sector cultural en México”, en Cátedra Inés Amor. https://teatrounam.com.mx/teatro/antifestival/

Williams, Trey y Nate Jackson (07-08-2020), «How the Music Industry Looks to Survive Without a $26 Billion Live Concert Business», en WRAP-PRO. Consultado en https://www.thewrap.com/how-the-music-industry-looks-to-survive-losing-a-26-billion-live-concert-business/

Worldwide Independent News (2020), “La industria musical independiente en tiempos de Covid-19”. Recuperado de: https://winformusic.org/la-industria-musical-independiente-en-tiempos-de-covid-19/

  1. Este texto apareció en una primera versión, en el blog Académic@s43, en el mes de enero de 2022.