Mauricio Sánchez Álvarez[1]
CIESAS-Laboratorio Audiovisual
Hay algo curioso acerca del término afrodescendiente. Sobre todo si por un momento lo ponemos no en el contexto de los últimos cinco o seis siglos de la historia humana, sino en el panorama más amplio de la evolución de la especie. Porque, si tomamos a esta última como el parámetro, y por lo que se sabe hasta ahora acerca de nuestros orígenes geográficos y biológicos, cada ser humano que ha existido es, en realidad, un afrodescendiente. No sería errado, incluso, hablar de África como el continente madre. Quizás entonces valoraríamos todo aquello que en materia de derechos humanos se nos viene a la mente cuando hablamos, en forma acotada, de afrodescendencias, muy posiblemente con una mirada tanto extrañada como admirada. Extrañada porque sobreviene toda la tragedia de gentes desterritorializadas, esclavizadas, abusadas y en particular negadas y de qué manera. Gentes con las que, para decirlo suavemente, el mundo tiene una deuda, sobre todo esa parte del orbe que se benefició de esa ignominia, que, por lo demás, vio con indolencia. Y, por otra parte, admirada porque en medio de y a pesar de todo, los afrodescendientes han sabido también entregarle al mundo, además de su sudor y sufrimiento, un patrimonio estético y cultural en verdad incalculable. El cual muestra, sí, la tragedia y el drama que han vivido, pero también un profundo sentido de goce y alegría.
Esta entrega de Ichan Tecolotl dedicada al Decenio Internacional de las Afrodescedencias, que culmina el presente año, busca contribuir de estas dos maneras a la necesaria discusión y reflexión colectiva que debe suscitar el tema de los derechos de las poblaciones afrodescendientes en el mundo, y en particular en México y América. Una primera serie de textos aborda directamente el asunto de cómo evaluar el Decenio en el contexto nacional, señalando avances y también compromisos pendientes. Gabriela Iturralde, investigadora del INAH, abre esta sección abordando las políticas públicas emprendidas en este período, viendo el antes, el durante y el recomendable después. Y entre los aspectos más reveladores de su texto figura el que, por fin, los distintos actores —Estado, organizaciones, activistas, académicos— se han sentado a la mesa para tratar un asunto que prácticamente no se discutía con nombre propio. Para decirlo sucintamente: la visibilización de la afrodescendencia en México y su intervención en asuntos públicos han comenzado. En este sentido, una de las ventanas que se ha abierto es de carácter demográfico-cultural, al incluir una pregunta en el Censo 2020 que busca registrar a la población afrodescendiente del país, tema que discute Karla Rivera, estudiante del Posgrado en Estudios Latinoamericanos de la UNAM, tomando el caso del grupo de los mascogos, que vive en la frontera norte de México, entre Coahuila y Texas. Para ella, es claro que el proceso de registro es un acto complejo que requiere todavía una readecuación sociocultural tanto de la pregunta como del modo cómo se organiza. Por su parte, Cristina Masferrer, también del INAH, muestra en forma detallada cómo, gracias a una alianza entre activistas, organizaciones e instituciones académicas, así como a una atenta escucha de la Secretaría de Educación Pública, el tema de la afrodescendencia ha ido ganando presencia en el currículum oficial. Mientras que Rodolfo Martínez, del Programa de Sistemas de Información Geográfica del CIESAS, pasa revista a la situación normativa de las comunicaciones electrónicas (radio, televisión, redes digitales) a partir de la reforma constitucional que permite el otorgamiento de concesiones a personas y organizaciones afromexicanas, resaltando la paradoja de que con lo poco que se ha concedido se han logrado avances cualitativamente significativos, sin dejar de mencionar que los medios masivos corporativos no han cambiado su postura racista. Una paradoja también subyace al texto de Nahayeilli Juárez Huet, investigadora del CIESAS Unidad Peninsular, quien muestra cómo las religiones afrolatinas han sido, por un lado, reconocidas como un importante legado histórico-cultural (proceso que se inició bastante antes del Decenio), pero, por el otro, en los hechos siguen siendo estigmatizadas y violentadas, debido a prejuicios racistas e imaginarios coloniales que aún prevalecen en las sociedades latinoamericanas.
La sección dedicada a resaltar el valor del patrimonio cultural afrodescendiente comienza con una presentación etnográfica de Citlali Quecha, del Instituto de Investigaciones Antropológicas de la UNAM, de la religiosidad de las poblaciones de la Costa Chica de Oaxaca, que tiene una clara impronta cristiana católica, con presencia de otros credos e iglesias (en buena parte cristianas), en medio de una región que ella considera cosmopolita por su considerable diversidad étnica e histórica, que incluye varios grupos indígenas, además de mestizos y, por supuesto, afrodescendientes. Le sigue un video y un texto de Claudia Lora Krstulovic, posdoctorante del CIESAS Ciudad de México, que versa sobre el IV Festival Artístico Afrodescendencias, que ella coordinó, y en los que se puede apreciar cómo esta actividad ha llegado a constituirse en un singular ejemplo de colaboración interinstitucional-interorganizacional y también de colaboración con los actores locales, cuyo patrimonio artístico se revalora durante el Festival. En el siguiente texto, Mario Rey, escritor y literato, además de profesor de la UACM, nos lleva de la mano por la literatura afrocolombiana, que retrata como un movimiento pujante, ya con varias décadas de existencia, en el que descolla su precursor, Manuel Zapata Olivella. Después viene una serie de imágenes del fotógrafo mascogo Raúl Torralba, que recorre visualmente la natura y cultura de la localidad de El Nacimiento, de donde Torralba es oriundo, acompañada de un breve texto de quien escribe estas líneas en que se contextualizan histórica y culturalmente las imágenes en cuestión. Y cierra el dossier un análisis sociocultural, también a cargo del suscrito, acerca de dos largometrajes en que el actor bahamo-estadounidense Sidney Poitier representa papeles muy contrastantes —prófugo de la justicia en uno y policía experto en homicidios en el otro—, que transcurren en el entorno segregacionista y discriminatorio del sur estadounidense a mediados del siglo pasado.
Esperamos que este esfuerzo colectivo sea de interés y provecho para las reflexiones y acciones que, sin duda, aún requiere el proceso de revaloración y reivindicación de las poblaciones afrodescendientes en nuestro país y continente.