Aenikkaeng

Michael Vince Kim[1]
Fotógrafo independiente


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En las haciendas de Yucatán, hoy abandonadas, hubo alguna vez coreanos trabajando el henequén junto a mayas y prisioneros yaquis. En 1904 en la península de Corea, un aviso en el periódico prometía una oportunidad laboral única en México: un trabajo digno en un país rico e idílico. Fueron 1 033 los coreanos que al año siguiente, convencidos por el aviso, abordaron el SS Ilford en el puerto de Chemulpo (actual Incheón) y dejaron detrás un país bajo las garras del imperio japonés para comenzar una nueva etapa en sus vidas.

Al llegar al puerto de Progreso, en Yucatán, la realidad no podría haber sido más diferente. Engañados por su desconocimiento de la lengua española, habían firmado un contrato laboral que los obligaba a trabajar en haciendas de henequén durante 4 a 5 años. Trabajaron el agave espinoso, el “oro verde de Yucatán,” en condiciones de trabajo forzado: “Mi padre se escapó cinco veces; lo capturaron y azotaron cada vez,” recuerda Joaquín, un coreano-yucateco de segunda generación.

Poco después de zarpar rumbo a México, Corea fue declarada protectorado de Japón y en 1910, ya sería una colonia de su imperio. Paradójicamente, una vez terminado el contrato con las haciendas henequeneras, los coreanos carecían de un país al cual volver. Sin patria y sin dinero, permanecieron en México, en donde echaron raíces hasta el día de hoy: “No somos ni coreanos, ni mexicanos; somos coreanos-yucatecos,” dirían muchos de los actuales descendientes de coreanos en Mérida, Yucatán.

México, sin embargo, no fue el destino final para todos los inmigrantes coreanos. Un grupo menor partió en busca de trabajo a Cuba, aprovechando el boom de la industria azucarera que, fatalmente, colapsaría poco después, en la década de 1920, y terminarían trabajando una vez más el henequén en tierras aún más lejanas.

Las siguientes fotografías forman parte de la selección presentada y premiada con el primer lugar en la categoría «People Stories’» del World Press Photo Contest 2017. Fueron tomadas en 2016 en distintas localidades de Yucatán y la isla de Cuba, ante un viaje de auto-exploración de los legados de identidad personal y comunitaria de descendientes coreanos en América Latina.

This search for identity has been the impetus for my photography. Growing up as a second-generation ethnic Korean in Argentina, my inner conflict between the dominant culture and my ancestral culture was reflected in my broken Korean, seamlessly blended with Spanish. It was only natural that I would reject the simplistic idea of a homogeneous ethnic identity, an idea that ignores the multiplicity of personalities that inevitably stems from displacement, migration, and multilingualism (Kim, 2018: 105).

Bibliografía


Kim, Michael-Vince (2018), “Far from Distant Shores: Identity in the Korean Diaspora”, en Cross-Currents: East Asian History and Culture Review, núm. 29, pp. 105-108.

Descripción de fotos

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Jóvenes coreano-yucatecos juegan en una piscina en Mérida durante el cumpleaños de Joaquín, un coreano-yucateco de segunda generación. Mérida, México. 2016.

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Bañistas en el puerto de Progreso, ciudad en donde 1 033 coreanos llegaron a Yucatán en 1905 luego de arribar a México en el puerto de Salina Cruz, Oaxaca. Progreso, México. 2016.

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Clase de natación en una playa de Matanzas. Matanzas, Cuba. 2016.

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Puerto de Progreso, ciudad en donde 1 033 coreanos llegaron a Yucatán en 1905 luego de arribar a México en el puerto de Salina Cruz, Oaxaca. Progreso, México. 2016.

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Olga y Adelina, descendientes de Lim Cheon Taek, una de las líderes de la comunidad coreana en Cuba. Matanzas, Cuba. 2016.

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Cecilio, músico coreano-cubano. Cárdenas, Cuba. 2016.

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Sandra, coreana-cubana. Matanzas, Cuba. 2016.

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Plantas de henequén. La Habana, Cuba. 2016.

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Cecilio, músico coreano-cubano, toca la canción tradicional coreana ‘Arirang’. Cárdenas, Cuba. 2016.

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Vestido tradicional coreano perteneciente a una joven coreana-yucateca. Mérida, México. 2016.

  1. michaelvincekim@gmail.com