Dr. Saúl Horacio Moreno,
Investigador y Director Regional CIESAS Golfo.
La avenida es muy transitada, una de las principales arterias que desahogan el incómodo tráfico de la ciudad de Xalapa, hacia el puerto de Veracruz o hacia la Ciudad de México. Abajo del enorme puente los automovilistas se regulan por la lógica del 1 x 1. Primero tú, después yo, antes de nosotros el peatón. Dinámica que desde hace más de una década ha logrado que la pesadilla de manejar en la capital veracruzana sea más leve. Pero esta autorregulación en la sociedad xalapeña no se restringe al ámbito del tráfico automotriz, sino a muchos otros espacios de la vida cotidiana. Esto ocurre porque hay un vacío de autoridad legítima y ese control lo han tomado los ciudadanos por la fuerza de la necesidad o los actores criminales por el uso de la fuerza ilegítima imponiendo sus reglas.
Las casas de citas, los bares y el resto de espacios donde se ejerce la compra-venta de los cuerpos han estado en dicha situación. En esos espacios-límite entre lo legal y lo ilegal, lo formal y lo informal, las relaciones entre clientes y prestadoras de servicios sexuales o emocionales guardan esa característica de estar entre la autorregulación o la regulación forzada. En términos de la legalidad su trabajo se mantiene en la nada.
En ese lugar es donde las reglas de la fuerza, que son acuerdos paralelos al orden formal, encarnan en la subordinación de las mujeres a deseos y necesidades de los hombres. Sin embargo, esta vinculación inequitativa, al final regulada por el dinero, se da entre hombres que explotan a mujeres y mujeres que explotan a otras mujeres. No es un asunto que se remita a los genitales masculinos o femeninos, sino a relaciones desproporcionadas del ejercicio de poder y de la complacencia de necesidades donde las más desventajadas son aquellas quienes proveen el “servicio” y los favorecidos, en sus necesidades, los que pueden pagarlo. Pero, en el fondo del asunto, los vencedores son los intermediarios entre hombres y mujeres, los dueños o dueñas del negocio y toda la trama de relaciones que los acompañan. El dinero se ubica tan nítidamente como mediador de la incomunicación humana. Mujeres que no hablan por querer hablar, sino sus palabras son impulsadas por el ánimo de ganar algunos pesos.
En este sentido es que el trabajo de las mujeres en condición de sometimiento está acompañado de una falsa conciencia. Para algunas la justificación de venderse está en las necesidades de los hijos, en el pariente enfermo, en la falta de dinero para la medicina de la madre, para solventar los compromisos en el pueblo de donde son originarias. Para otras, hay que conseguir dinero para mantener al marido, vestirlo, calzarlo, incluso construirle su casa. Para otras más, las menos, tener dinero para “darse sus gustos” en zapatos, ropa, bebidas, bailes. Todas tienen urgencias económicas o psicoafectivas, pero no lo reconocen como una necesidad imperiosa sino como una decisión personal y autónoma, con un deseo de imaginar que lo hacen en libertad. Se dibuja ante los demás como un sacrificio voluntario, cuando en los hechos no había otra salida que no fuera morir de hambre o enfermedad, en algunos casos y, en otros, para vivir en una burbuja que las presentara fuera de la imperante pobreza. Es difícil distinguir entre quienes ejercen la venta de su sexualidad por necesidad material y quienes lo hacen por necesidad afectiva.
Esta condición del trabajo sexual o emocional femenino de estar en la nada es la causa fundamental de su vulnerabilidad. Se ocasiona en los prejuicios o en la ceguera de los representantes de la autoridad que no reconocen una actividad laboral muy frecuente en el contexto de precarización actual. Fuera de cualquier prejuicio, muchas mujeres se ven limitadas, por los bajos salarios, a participar en las actividades que ellas mismas denominan como “trabajos normales”. Tienen que ofrecerse en la venta del cuerpo y de su tiempo para escuchar las problemáticas sexuales y emocionales de los hombres que van en busca de “comprensión” a sus vidas. Este complejo vínculo cliente-prestadora del servicio puede pasar por muchos matices desde aquellos para quienes las trabajadoras son completamente un objeto hasta aquellas que pueden llegar a tener amistad con sus clientes. Asimismo, las relaciones entre ellas pueden pasar de un utilitarismo a una solidaridad en circunstancias adversas.
En este oscuro y complejo mundo predomina la idea de que “ellas son la nada”, que no sirven para nada, que “no saben hacer nada”, que por eso trabajan allí. La mayoría de la clientela desconoce la dura trayectoria laboral que pasa una mujer antes de llegar al comercio sexual. Este pensamiento, la idea de que son nada, tiene mucho poder, se ancla en un mundo fértil abonado por el concepto del pecado y del castigo divino. Ellas llegan a creérselo y sus vidas que se desplazan en el tiempo como cualquier otra vida, para ellas mismas, no valen nada.
La venta del cuerpo requiere de la compra de éste. Si alguien compra es porque alguien vende y viceversa, como en el circuito de la producción de la crítica a la economía política. Pero, las diferencias entre el trabajo del sastre y del zapatero en Marx que pueden darse en el valor de uso y unificarse en el valor de cambio, se modifican en la sexo-emotivo-prestación. Existe mientras se otorga el “servicio”, pero desaparece una vez otorgado. Por tanto, la fugacidad de la operación de compra-venta pasa de Nada a Algo (por un momento) y vuelve a la Nada incrementada. Por eso la enorme sensación de vacío que experimentan tanto la sexo-emotivo-prestadora como su cliente, una vez terminada la operación.
En Xalapa la venta de sexo puede ofertarse directamente en la calle o por medios electrónicos (Facebook o páginas web). En medio de esos polos muchas de esas vidas ocurren en casas de citas, las cuales han sido presentadas desde hace más de una década como “masajes”. Son casas habilitadas para proveer sexo a los sedientos de placer u ofrecer consuelo a sus lastimadas emociones con mujeres desconocidas. Negocios cuya publicidad, antes del periodo del expresidente Felipe Calderón (2006-2012), se hacía en la prensa escrita, en particular en el Diario de Xalapa. Pero que, una vez que las autoridades federales del Partido Acción Nacional (pan) concluyeron que eso fomentaba la “mala práctica” de vender el cuerpo y se dejó de publicitar en los impresos y se pasó a los medios electrónicos, siendo más eficaz su comunicación pues, como sabemos, el número de lectores de periódicos se ha reducido considerablemente a diferencia del incremento de aquellas personas que se informan por las redes sociales.
Una casa de masajes puede estar situada en cualquier parte de la ciudad. Son casas-habitación que se reconocen por el acuerdo que implica la iluminación roja que pretende pasar por discreta o por el contrario, un letrero sugerente de colores que dice ABIERTO/OPEN. En algunos casos una cartulina que dice “Se busca chicas mayores de edad con amplio criterio” basta para saber que se trata de una “casa de masajes”. La crisis económica ha sido tan fuerte que muchas mujeres que jamás se hubieran pensado en esta situación acuden a este tipo de negocios en la oscuridad para allegarse de recursos. Incluso, ellas siguen trabajando en situaciones extraordinarias como la pandemia por Covid-19, como señalan notas de la prensa local. La oscuridad es relevante para mantenerse ocultas, pero fuera de las instalaciones de estos centros llevan una vida normal de señoras madres de familia, algunas con pareja, la mayoría sin ella, pero todas con hijos que mantener. A la par de esta complicada situación de vida hay un sin finde problemáticas en la vida de las mujeres en condición de pobreza que van más allá de los asuntos económicos.
Desde décadas atrás, la pobreza y la violencia es lo que soporta al malestar profundo que recluye a estas mujeres en las “casas de masajes”. Así como las heridas del machismo se inscriben en los cuerpos y las emociones, así la escasez de recursos y las agresiones intrafamiliares atraviesan las trayectorias vitales de las personas que se ocupan en la oferta de servicios sexuales o emocionales en estos momentos y en estos lugares del Golfo de México.