A Lucía, in memoriam

Julieta Sierra [1]
CIESAS Ciudad de México

Armando Alcántara, Margarita Estrada, Carlos Macías y Julieta Sierra en el seminario  «Homenaje a Lucía Bazán» (julio 2025). Archivo Institucional CIESAS.

Me siento profundamente hornada de dedicar estas palabras para rendir un modesto tributo a nuestra querida y entrañable colega y amiga, Lucía Bazán. La recuerdo con el cariño y la admiración que puedo expresar por haber convivido con ella, y quiero compartir mi experiencia de haberla conocido como persona, y como una académica que sin duda marcó mi trayectoria formativa como antropóloga.

A inicios del año 1999, yo era estudiante de la licenciatura en Antropología Social en la UAM-Iztapalapa. La Dra. Margarita Estrada fue mi profesora en ese programa, y gracias a ella recibí la invitación para colaborar con Lucía en el proyecto de investigación que entonces estaba desarrollando sobre la producción de calzado en San Mateo Atenco, en el estado de México, titulado Trabajo, espacio y familia en zonas de urbanización reciente.

Mi primer acercamiento con ella fue como su becaria para realizar mi servicio social en el Archivo Nacional Agrario, y posteriormente me planteó la posibilidad de incorporarme a su proyecto dirigiendo mi tesina. En esos años no había convenios institucionales como los que existen ahora, de manera que Lucía fungió como mi directora con base en la confianza de que lograría desarrollar y concluir la investigación al cabo de unos meses. El trabajo con el que me titulé versaba sobre el tema del trabajo familiar en los talleres de fabricación de calzado en San Mateo Atenco.

Desde nuestro primer encuentro, el trato que recibí de Lucía fue cálido. Me reunía con ella en el CIESAS para recibir asesorías, pero esas sesiones se convertían en largas y amenas charlas en las que yo le contaba mis avatares de antropóloga novata haciendo mi primer trabajo de campo. Me tomó poco tiempo advertir su sentido del humor, irónico, ingenioso y también ácido. Sus opiniones eran críticas y también constructivas, lo que hacía que esas sesiones fueran, además de interesantes, divertidas. Su disposición siempre generosa para escucharme, corregirme y darme retroalimentación se combinaba con el entusiasmo que me transmitía por la investigación.

Lucía me visitó en un par de ocasiones durante mi estancia en campo. Releyendo mi diario de campo de entonces, noté que registré, en paralelo a mis impresiones sobre el caso de estudio, mi experiencia de trabajar con ella. Hicimos juntas un recorrido en uno de los talleres zapateros, entorno que ella conocía muy bien ya que anteriormente había hecho una investigación sobre este tema en León, Guanajuato. Me pareció admirable su soltura para conversar con las y los trabajadores, y aprendí de ella los gajes del oficio para hacer observación participante. Caminé con ella por los mercados de calzado, y sus impresiones sobre las dinámicas del comercio en aquel lugar están presentes hoy en mis reflexiones sobre el tema de los mercados.

Recordar este evento me llevó a revalorar la tarea de las direcciones de tesis, y la manera en que en la práctica antropológica se construye el conocimiento, compartiendo los saberes en el ejemplo, y en el acompañamiento. Veo en mi primera etnografía la impronta de su influencia, sus consejos para formular datos cualitativos. En este caso, sus indicaciones de detallar los procesos de producción de calzado, las máquinas, y las estrategias familiares de los y las trabajadores, quedaron plasmadas en mi trabajo de titulación.

Esta experiencia de investigación me llevó a profundizar en el posgrado en dos temas de los que Lucía era especialista: la antropología urbana y la antropología del trabajo. Lucía me contagió su pasión por estudiar las dinámicas urbanas y rurales, y también por interesarme en la discusión antropológica sobre el parentesco, temas en los que trabajé por muchos años.

Desde luego, leí con mucho interés sus publicaciones. Recibí de sus manos un ejemplar de su libro Cuando una puerta se cierra cientos se abren, una de sus grandes aportaciones a los estudios urbanos en México, referente para comprender las formas de vida, trabajo y vivienda de los obreros de sectores populares en la Ciudad de México. En la dedicatoria que me escribió, expresó su deseo de que ese trabajo me sirviera de estímulo para entusiasmarme en la investigación antropológica. Y así fue desde entonces.

Estudiando en el CIESAS en los programas de Maestría en Antropología Social y el Doctorado en Antropología, tuve la fortuna de verla con frecuencia y de recibir sus consejos en esa etapa de mi carrera, y pienso que en se contacto casi cotidiano se estrechó nuestro vínculo.

Yo no lo sabía en ese momento, pero la dedicación y el compromiso institucional de Lucía la llevó los siguientes años a involucrase en actividades en las que combinaba la investigación con el trabajo académico-administrativo, lo que la mantuvo desde entonces muy ocupada, aunque pienso que también logrando una gran realización profesional.

Lucía fue un ejemplo de vocación, dedicación y un profundo compromiso institucional y también humano. Su participación en el evento conmemorativo de los 50 años del CIESAS fue conmovedora. El mensaje que nos dio ese día no se reduce al discurso que pronunció, fue sumamente simbólico porque estuvo presente; a pesar de todo lo que estaba viviendo en ese momento nunca le faltaron las fuerzas, la capacidad y el ánimo para continuar con su labor.

En el año 2022, Lucía me invitó a participar en la Comisión de Evaluación de Estímulos del CIESAS, actividad que desarrollé con mucho interés y que me abrió la puerta a conocer mejor la institución, las labores que las y los investigadores realizan, y a reconocer las aportaciones que sostienen el prestigio académico del CIESAS. Estar en esta actividad me acercó de nuevo a ella.

Me habría gustado tenerla como profesora en el posgrado, y aunque eso no sucedió, reconozco que en muchos otros sentidos, Lucía fue una gran maestra. Una manera de preservar y hacer perdurar esos momentos intangibles de transmisión del conocimiento que recibí de ella, fue cuando me desempeñé como docente en el programa de licenciatura en antropología en la Escuela Nacional de Antropología e Historia, a partir del 2019. Impartiendo los cursos de Antropología Urbana e Industrial y Familia y Parentesco, los trabajos de Lucía eran una referencia obligada en mis programas de curso, tanto como los libros y artículos de otras colegas del CIESAS.

Hace un año, en el mes de agosto de 2024, fue la última vez que nos vimos. Conversamos por un largo rato, le conté de mi experiencia ahora como directora de tesis de licenciatura, justamente de una tesis sobre las estrategias de movilidad urbana en Azcapotzalco. Nuevamente estoy leyendo sus trabajos sobre la vivienda obrera y la familia junto con mi dirigida. Aprendí de ella lo que hoy enseño, a hacer investigaciones originales, a tener rigor metodológico, y, lo más importante, a disfrutar los procesos de investigación.

En esa ocasión tuve la fortuna de agradecerle por sus enseñanzas, por su acompañamiento, por su calidez, por haber sido mi directora de tesis. Jamás me imaginé que el abrazo que nos dimos ese día sería una despedida. Recibí con una profunda tristeza la noticia de su fallecimiento, pude llorar por su partida con el sentimiento profundo de quién pierde a una mentora, a una amiga. Este mes de abril inicié una nueva etapa en mi carrera como investigadora del CIESAS, y pienso desde ese día en el gran compromiso que siento de corresponder y agradecer también a Lucía, aunque ya no esté aquí, por enseñarme y acompañarme en este camino.


  1. julietasierra@ciesas.edu.mx