Monedas y seudomonedas en Yucatán a fines del siglo XVIII
y principios del XIX

Ricardo Fernández Castillo[1][2]
Universidad Autónoma de Yucatán

Resumen

Muchas líneas se han invertido en el pasado glorioso de la plata novohispana-mexicana, los avatares de su producción minera, la acuñación del afamado real de a ocho y su circulación internacional en Occidente y Asia. Pero en ese marco donde la plata mexicana constituyó una de las primeras divisas globales, aún faltan acercamientos sobre la participación regional de provincias novohispanas que, aún sin contribuir a la producción metalífera, eran parte integral del sistema monetario castellano y, por ende, de su funcionamiento general. Será el caso de Yucatán con sus particulares usos monetarios.

Palabras clave: Monedas, Seudomonedas, Plata, Cacao.

Introducción

Cuando el término “historia monetaria” aparece, múltiples etapas fundacionales pueden venir a la mente en una narrativa que por sí sola vertebra los grandes hitos de nuestro pasado. El dinero en México ha sido especialmente pletórico en personajes, variaciones y arraigos. La gloria añeja de la plata, las fichas de haciendas, los billetes bancarios y las decisiones de ministros como Lucas Alamán, Manuel Orozco y Berra y José Ives Limantour —por mencionar algunos—, son apenas un primer listado de posibles derroteros para la escritura de las tramas del dinero en México.

El virreinato de la Nueva España, durante su tiempo de vida entre 1521 y 1821, es en sí mismo un recurso interminable para redescubrir esa historia monetaria. La minería, la Real Casa de Moneda de México, las exportaciones de plata por Veracruz y Acapulco y la fortaleza del peso fuerte español han inspirado la pluma de muchos estudiosos que ven en la moneda un artefacto que combina valores simbólicos y materiales. Después de sus funciones tradicionales como medio de cambio, depósito de valor y unidad de cuenta, la moneda se desenvuelve como intermediaria en usos políticos, culturales y sociales.

Tan sólo el peso fuerte español, acuñado en las casas de moneda de Ciudad de México, Lima, Potosí y Santa Fé de Bogotá, nos da una calibración general de la colosal unidad monetaria que representaba la monarquía española. Unidad que intriga aún más al conocer que muchas de sus piezas eran muy disímiles. No se piense que las monedas formalmente acuñadas en esas casas de moneda, con singularidades artísticas y caligráficas, estaban presentes en todos los rincones de los millones de kilómetros cuadrados que abarcaban los territorios españoles en Filipinas, América y Europa. Justo antes de caer en esa trampa comprensiva, recordemos que el dinero no requiere estar físicamente presente para influir. Justo como el sociólogo Georg Simmel apuntó, la sustancialidad del dinero también reside en su alta maniobrabilidad para referir valores y proyecciones, simplificándolas bajo el yugo de un signo (2013: 135-228).

Luego de dimensionar las longitudes geográficas de la monarquía española en torno a las cuales el dinero se movía con jurisdicción ilimitada, conviene precisar aún más sus circuitos. Algunos eran domésticos, altamente configurativos de regiones y tendencias de producción. Otros nos transportarían a Europa, Estados Unidos, India y China, recordando que la plata era altamente valorada en mercados internacionales (Marichal, 2017). El peso fuerte español era una mercancía-dinero, una manufactura que derivaba de amplias relaciones de producción —el oro y la plata no aparecían espontáneamente en la superficie—.

Entre esos circuitos, invertiré las próximas líneas en la provincia de Yucatán. Me alejaré de los famosos distritos mineros y estaremos a varias leguas de distancia de Guanajuato, Real del Monte y Zacatecas. También nos distanciaremos del boyante mercado urbano de la Ciudad de México. Pero esa distancia tiene un ingrediente ficticio: para la Nueva España, el sistema monetario castellano estaba presente desde las Californias hasta Bacalar en el extremo sureste del virreinato. Por tanto, nos quedan muchas locaciones cuya interacción con los medios de cambio podría debilitar, recomponer o al menos matizar las grandes imágenes que teníamos sobre la plata en la Nueva España y el mundo. Será el caso de Yucatán, una porción del virreinato que debe ser analizada más allá de su supuesto aislamiento cuasi insular, considerando más bien su integración política, económica y monetaria con el Golfo, centro de México, La Habana e incluso, con comerciantes angloamericanos. Una región que no producía plata, pero que la utilizaba a la menor oportunidad.

Voces monetarias para el Yucatán virreinal

Entre economistas, historiadores y numismáticos, las plumas que han transmitido los principales derroteros de la historia monetaria nos han legado una imagen general sobre el dinero en la Nueva España. Conocemos el carácter monopólico que tuvo la Real Casa de Moneda de México entre 1535 y 1810, las salidas de plata para el resto del imperio español y las monedas populares que acompañaban la circulación de los pesos fuertes de plata. Al respecto, hace más de dos décadas que el historiador italiano Ruggiero Romano escribió su trabajo emblemático en torno a la escasez de monedas oficiales en la Nueva España, paradójico para un virreinato que producía abundantes cantidades de plata.

Sin duda, sus ideas provocaron debates que todavía no han sido totalmente resueltos. Entre las réplicas más destacadas, Antonio Ibarra respondió de manera inmediata con un estudio ampliamente fundamentado sobre el occidente novohispano para demostrar que había mucha más plata en circulación (Ibarra, 2017: 113-140).

El propio concepto de seudomoneda no se ha mantenido intacto. Desde que Romano lo vertió en la historia económica mexicana, pareciera ser que no ha dejado de rondar la mente de los interesados en el tema. Cuando la moneda no cumple con sus funciones básicas, entonces el concepto de seudomoneda resulta tentador para ajustar mejor la lente. Después de todo, ¿podrían las acuñaciones de plata y oro de la Real Casa de Moneda de México suministrar suficiente dinero para el comercio en la Nueva España?

Para Romano, la vida económica del espacio mexicano se articula entonces sobre diferentes pisos, que están señalados por la presencia de las monedas (en plural: de oro o de plata, gruesas y pequeñas), sobre seudomonedas (los tlacos, fichas de cobre, madera, cuero y granos de cacao) y sobre el trueque de bienes y servicios. Entre estos diferentes pisos hay ejes conectores más o menos sólidos (Romano, 1998: 227-228).

Si bien el estudio de Romano es generoso en citas que permiten cobertura territorial, la Nueva España era en realidad un mosaico de culturas y tradiciones, y siempre faltarán acercamientos regionales. No pensemos en esas regiones como arrinconamientos aislacionistas. Desde 1794, surgieron los consulados de comerciantes de Guadalajara y Veracruz (Ibarra, 2017: 167-188), grandes agrupaciones de comerciantes mayoristas que acompañaron a su homólogo de la Ciudad de México. Estas grandes corporaciones simbolizaban un empoderamiento regional, junto con los gremios de comerciantes que sí existían para el caso del Yucatán colonial.

En un cuadro con estas características, no podemos renunciar a incluir provincias que, aun careciendo de minería de metales preciosos, formaban parte igualmente del sistema circulatorio de la monarquía española en su conjunto, una de las unidades monetarias más amplias y formidables de la historia, cuyo resquebrajamiento se dio solamente con las guerras de independencia (Irigoin, 2010: 921-923).

Yucatán era parte de ese sistema monetario y resentía las transformaciones en las políticas de cambio en el grabado y composición metálica del circulante. En ese mismo sentido, el sureste novohispano aterrizaba la legislación monetaria de manera sui generis, lo que no sería extraño en vista de que el patrón bimetálico adoptó particularidades domésticas tanto en Europa como en América; circulaciones simultáneas de oro, plata, cobre, aleaciones menores, e incluso fichas populares que desatarían discusiones historiográficas sobre su papel ambivalente como crédito o seudomoneda.

La llegada de monedas formales de oro y plata a Yucatán podía darse por numerosas vías. Por ejemplo, había llegada y recirculación de monedas oficiales de plata a través de recursos eclesiásticos, remisiones de la Real Hacienda y el situado (Marichal, 1999: 48). Este último consistía en una transferencia entre cajas reales para atender el funcionamiento de guarniciones militares, salarios de funcionarios, abastecimiento de los estancos o monopolios reales y pendientes eventuales como sueldos o prebendas eclesiásticas (Romano, 1998: 61). Había situado para Yucatán a través de Campeche e Isla del Carmen. El fomento del puerto de Sisal a fines del siglo XVIII y principios del XIX se realizó, entre otras razones, para inclinar la balanza de transferencias a favor de una locación controlada por Mérida, la capital. Después de todo, debían competir con otros receptores de recursos como la capitanía general de Cuba y varias plazas del Golfo de México o seno mexicano, como se le conocía en esas épocas.

Las exportaciones yucatecas como el palo de tinte, mantas, hilos, cera, miel, sebo y sal también provocaban la llegada de signos de plata. Al llegar, su circulación interna se daba gradualmente gracias a operaciones de abastecimiento, pago de impuestos, repartimiento de mercancías y obvenciones religiosas. Los núcleos urbanos de Campeche y Mérida actuaban como válvulas redistribuidoras de esas monedas hasta que finalmente se atesoraban o salían nuevamente en la compra de alimentos y mercancías a Veracruz, Tampico, Cuba, Nueva Orleans, Baltimore y Jamaica, sin omitir el contrabando. En este esquema, Yucatán figuraría como un escape de moneda de plata (Romano, 1998: 60-61).

Pero de ese gran mapa monetario, resaltemos lo que hemos comprometido desde el inicio: ¿qué ocurría con la circulación interna en Yucatán? A pesar de ser una interrogante aparentemente sencilla, en realidad demanda mucho análisis. Alicia Contreras sentó un precedente magnífico sobre cómo se comportaba la economía del Yucatán colonial ante la escasez de monedas de oro y plata, alejándose de la postración productiva y dinamizando los intercambios a través de papeles de empréstitos. Su estudio ha sido fundacional en el conocimiento de la naturaleza auténtica de la recirculación monetaria de Yucatán.

Los préstamos y cartas de obligación fueron una alternativa a la escasez de monedas de plata en el sureste, ya que satisfacían, al menos momentáneamente, algunos requerimientos comerciales como medios de cambio (Contreras, 2011: 23-24). Hasta este punto conviene recordar que la discusión es multiescalar: Romano argumentó que existían esferas económicas en la Nueva España sujetas a una interacción constante. Producción monetarizada, economías “naturales” y niveles intermedios de redistribución. En Yucatán ocurría lo propio, mas no quiero fijar una explicación que sucumba a dibujar focos de economía formal alrededor de Mérida, Campeche y Valladolid rodeados de una circunferencia aún más amplia correspondiente a la economía “natural” y doméstica de los pueblos de indios. Eso sería didácticamente accesible, pero económicamente impreciso, pues la idea de una economía natural no debe asociarse con una economía doméstica autárquica y cerrada. Dicha economía y el autoconsumo han sido parte consustancial del despliegue histórico de la economía capitalista y por tanto, han estado en constante interacción (Romano, 1998: 178-179).

En Yucatán escaseaban las monedas de oro y plata, condición compartida con otros puntos del virreinato, aunque probablemente en magnitudes distintas. Los mercados de Campeche, Mérida y Valladolid funcionaban como válvulas que bombeaban moneda hacia el interior de la región. Tomaré como caso prototípico las compras oficiales de alimentos para el abastecimiento de núcleos urbanos. Algunos organismos municipales para el control de precios como los pósitos y las alhóndigas, más las tiendas, carnicerías y pulperías de los núcleos urbanos, funcionaban con seudomonedas de cobre, latón, cacao y mantas, no sólo con monedas de plata. Existía una relación bipolar de aceptación y repulsión de estos circulantes populares detectados por las autoridades encargadas de vigilar el mercado urbano.

En el discurso de la época, había una situación monetaria “desordenada” y sujeta a arbitraje de comerciantes y tiendas. Un bimetalismo oro-plata profundamente aterrizado en lo regional. En contraste, estas condiciones deben ser observadas y sometidas a nuevos escrutinios, pues eran laboratorios singulares donde se entremezclaban las múltiples esferas económicas que podían existir en la época. Si las esferas económicas eran diversas y en continua interacción, entonces las modalidades de medios de cambio y las estrategias para emplearlos nos acercarán a la construcción regional de un concepto propio de seudomoneda. Como señalaron los letrados yucatecos José María Calzadilla, Policarpo Antonio Echánove, Pedro Bolio y José Miguel Zuaznávar en 1814, había grandes cantidades de cacao en el mercado urbano de Mérida funcionando como medio de cambio (1977: 71-74). ¿Cómo se había llegado a tal escenario en el que la capital provincial, con sus instituciones y grupos de poder, atestiguaba la confluencia de estas seudomonedas?

La recirculación de plata al interior de Yucatán: situado y redes de pósitos

A través del situado, remisiones eclesiásticas, comercio, contrabando, sueldos y salarios se tenían vías para la llegada de monedas de oro y plata a una provincia que no producía esos metales y mucho menos contaba con una casa de moneda. Al llegar a Yucatán, la plata se desenvolvía en mecanismos de atesoramiento y diversas operaciones de compra-venta. El atesoramiento de monedas no debe ser subestimado, pues no representaba la “muerte de las monedas”. Por el contrario, respaldaba actividades de gran calado como el mercado de tierras, además de las compras al mayoreo en mercados externos.

Lo que no se atesoraba, eventualmente recirculaba. Abordemos un ejemplo que en sí mismo es parcial, pero esclarecedor. Las tareas de abastecimiento alimenticio de Campeche y Mérida involucraban compras periódicas de maíz, arroz, carne de res y de cerdo. A través de una red institucional de cabildos y funcionarios —fieles ejecutores y síndicos procuradores—, la plata recirculaba a haciendas y pueblos de indios para el aprovisionamiento de maíz, legumbres y otros productos. Destacaban en esa red los organismos denominados pósitos y alhóndigas, graneros oficiales para el almacenamiento, control de precios y expendio, directamente regulados por los ayuntamientos.

Si bien los pósitos y las alhóndigas han sido analizados en sus funciones económicas y asistencialistas (Fernández, 2012: 55-76), también jugaron un papel relevante en la circulación monetaria. Además del almacenamiento de granos ante sucesivas crisis por escasez de maíz, plagas de langosta, huracanes, enfermedades —viruela y sarampión—, acaparamiento y especulación (Patch, 2011: 479), pareciera ser que a fines del siglo XVIII los pósitos fueron vistos como una estrategia para que la dotación interna de monedas de plata fuese mucho más eficiente. El reglamento de pósitos de Yucatán de 1795 —verdaderos graneros oficiales para la regulación de precios y existencias—,[3] dirigido especialmente a las subdelegaciones de la provincia, significó una medida de fomento de mercados, no sólo de medidas paliativas ante emergencias. El proyecto buscaba asegurar las cosechas de maíz en la región e impulsar su adquisición con medios de cambio formales: pesos fuertes de plata. Cada uno de los pósitos de la provincia crearía un fondo de capital para la compra constante de granos a través de adelantos de capital.

Estos fondos no iban a estar compuestos por seudomonedas, tampoco por signos de crédito. En su lugar, se esperaba que mantuvieran un stock de plata, preferentemente con denominaciones menudas, y por tanto atractivas para los cosecheros, mismos que podrían emplearlas para el pago de impuestos, obvenciones y otras necesidades. Pero con todo y sus promesas, el plan tenía un punto débil: no preveía (¿deliberadamente?) la especulación mercantil. Es muy probable que los nombres de hacendados, prestanombres y asociados fueran los que accedían indirectamente a estos fondos. En consecuencia, los hacendados se convertían en una suerte de “dueños del dinero” en Yucatán. Mientras tanto, los cosecheros indígenas recibían invitaciones constantes, más cercanas en su funcionamiento a presiones compulsivas, para que mantuvieran un ritmo de cosechas constantes, con la amenaza de que subdelegados y caciques serían destituidos del cargo si incumplían la orden.[4] Entiendo que con esto se reincide en una situación que Romano acusaba para toda la Nueva España, la concentración aristocrática de la moneda seguida por una sequía de la misma.

Después de todo, en Yucatán, apellidos como Quijano, Quintana, Peón, Ávila y Dondé, gozaban de un emplazamiento estratégico desde Campeche y Mérida, con capital y redes de propiedades agrarias que igualmente abastecían a los núcleos urbanos. Este rasgo en los mercados regionales de Yucatán, guardaba ciertas semejanzas con los grupos —mucho más vastos e intrincados— de los consulados de México, Guadalajara y Veracruz, mismas que incluían intereses burocráticos, inversiones en el comercio al mayoreo e intervención en los fondos de rescate. Una economía monetizada, pero con una estratificación palpable.

Prueba de ello fue la petición de 1799 para que las aportaciones de pueblos de indios a los fondos de los pósitos rurales fuese en maíz y no en moneda.[5] Si el campo yucateco hubiera estado más monetizado, la composición de ese fondo hubiera podido cumplir el ideal de un stock de plata o con algún grado de complementariedad entre maíz, cobre, cacao y demás valores.

Las seudomonedas en Yucatán y su complementariedad con el peso fuerte

La escasez de moneda en Yucatán debe entenderse con parámetros de la época y, en todo caso, se debe profundizar en cómo se concatenaba con sustitutos. Durante el tiempo de vida del virreinato de la Nueva España existieron cuatro tipos de moneda oficial acuñada en la Casa de Moneda de México. Las partidas legales de acuñación correspondieron a la moneda de Carlos y Juana (1536-1555), moneda macuquina (1556-1732), moneda columnaria (1732-1772) y moneda de efigie real (1772-1821). Algunos testimonios indican que en Yucatán, continuaba circulando la moneda macuquina mucho tiempo después de haber sido legalmente abolida y cambiada por la moneda columnaria e incluso la de efigie regia. A pesar de los decretos reales de cambio oficial de moneda, la población retenía moneda de plata antigua y la acompañaba con las nuevas presentaciones.

Imagen 1. Moneda macuquina en la Nueva España, 1556-1732

Ocho Reales Macuquino 1733

Fuente: Pablo Luna, El dato numismático, https://eldatonumismatico.com/numismatica-basica/ (consultado el 28 de marzo de 2025)

La moneda macuquina no tenía implementos de seguridad para evitar los cortes de rebabas de plata. Además, la retención de moneda antigua respondía a que la población conocía que los cambios de grabado entrañaban una artimaña de la corona española para rebajar el contenido de plata, sin cambiar el valor nominal (Ibarra, 2023: 78-80). Este envilecimiento monetario con fines recaudatorios afectó a Yucatán y a otras partes de la Nueva España y el Caribe. Téngase en cuenta que los primeros afectados no eran exactamente agricultores o los pueblos de indios en la Sierra, Beneficios, Camino Real o la Costa. La propia Real Hacienda resentía esas políticas, ni qué decir los intendentes gobernadores. Entre 1791 y 1794, cuando la Junta Superior de Real Hacienda presionó para que las cajas de Yucatán enviaran sus monedas columnarias para cambiarlas por nuevas presentaciones de efigie regia, solamente 16,521 pesos de un total cifrado en 82,631 fueron devueltas a la provincia en el marco de tres años.[6] La lentitud en la política monetaria afectaba a la economía regional.

Así, al hablar de la coexistencia de medios de cambio en el sureste, debemos tener en cuenta que ni siquiera en la esfera de la economía “formal” había una homogeneidad impoluta. Ello a causa de que la circulación combinaba monedas macuquinas, columnarias e incluso de efigie con distintos usos empresariales, sociales y de atesoramiento, dependiendo de la región o grupo poblacional.

Además, ante la escasez de moneda oficial, existían libramientos, libranzas, letras de cambio, cacao, fichas de cobre y trueque, más un listado casi interminable de medios alternos (Romano, 1998: 143-145). En Yucatán esta pluralidad adquiría formas genuinas, pues el maíz, las mantas y la sal podían asumir funciones provisionales de medio de cambio. Aunque es importante aclarar: las seudomonedas, dependiendo del caso, podían fungir como medios de cambio, pero fallaban en el cumplimiento de las otras funciones dinerarias mencionadas líneas arriba, sin hablar de su baja durabilidad e, incluso, problemas de transportabilidad.

Estos usos sociales de la moneda deben entenderse en el marco de pugnas locales por la plata, un marco general en el que la población conocía las particularidades de su sistema monetario legal. Al respecto, podemos agregar transacciones similares a las del comerciante Joseph Dondé, quien en 1798 retenía moneda de alta ley para emplearla en Jamaica en la compra de esclavos.[7] Al interior de la provincia, muy posiblemente, sus tiendas y agentes en Campeche y Mérida servían como receptores y redistribuidores de monedas antiguas y nuevas, es decir, macuquinas, columnarias y de efigie real.

El desafío para la Real Hacienda, los gobernadores y cabildos en Mérida, Campeche y Valladolid crecía al intentar regular los mercados urbanos ante una diversidad monetaria de este tipo. El problema aumentaba cuando aquellos comerciantes privados, aún con el beneplácito del ayuntamiento, hacían circular fichas de cambio con dinámicas compulsivas para los consumidores: tenían que regresar con el mismo comerciante para reutilizarlas. Problemas que, en suma, jamás deben hacernos pensar que el comercio se detenía o la economía se paralizaba.

Finalmente, brindemos un panorama sobre la salida de plata de Yucatán. La región que nos ocupa era parte de circuitos transoceánicos, verdaderos tejidos relacionales de la economía global donde la moneda actuaba como vehículo. Las importaciones de Yucatán por vías legales o fraudulentas, implicaban salida de numerario hacia, por ejemplo, La Habana, Estados Unidos y las Honduras Británicas en Centroamérica. Tomando el último punto, a través del tráfico de esclavos, armamento, harina y licores, las monedas recirculaban a Jamaica, emporio redistribuidor del comercio inglés. Desde varios canales, la moneda podía entonces remitirse al Banco de Inglaterra (Romano, 1998: 104-105).

En Jamaica, algunas gacetas calculaban que durante los primeros cinco meses de 1813 habían salido más de seiscientos mil pesos fuertes de plata de Yucatán hacia esa isla por cuenta del comercio ilícito (Calzadilla et al., 1977: 73). Los actores de la época trataban de manejar a conveniencia estos circuitos, con distintos grados de éxito. En 1795 cuando el intendente gobernador de Yucatán, Arturo de O’Neill, inició averiguaciones para la importación de maíz y trigo desde Luisiana, dispuso que el pago de los barriles fuese con moneda de plata columnaria proveniente del fondo de propios y arbitrios.[8] Una gestión institucional que empleó estratégicamente el cambio monetario a favor de intereses políticos y asistenciales. Sin embargo, durante esa temporalidad, la moneda de curso legal era la de efigie regia.

Imagen 2. Moneda de efigie regia o de “busto real”, 1772-1821

Fuente: Pablo Luna, El dato numismático, https://eldatonumismatico.com/numismatica-basica/ (consultado el 28 de marzo de 2025)

El que Arturo de O’Neill haya usado moneda vieja para pagar importaciones en Yucatán es un fuerte indicio de que las constantes crisis alimenticias por sequías, plagas, enfermedades y pérdidas de milpas estaban asolando la región y reduciendo la capacidad de compra. Una “sangría monetaria con hemorragia comprobable” a favor de los angloamericanos —para el caso narrado—, diría Romano, sólo que desde mi perspectiva, las formas, etapas y mecanismos puestos en práctica aún no habían sido pormenorizados en la historiografía sobre el tema.

Conclusiones

Con este orden de factores, podemos comprender cómo a fines del siglo XVIII y principios del XIX en Yucatán se empleaban papeles de empréstitos, monedas populares y cacao como signos seudomonetarios para fraccionar la plata, misma que resultaba cara a una región que no la producía y tampoco la lograba atraer con alguna balanza de comercio que fuera favorable. Para trabajos a futuro, corresponderá rastrear las múltiples formas de circulación mixta, pero con la aclaración de que ese carácter híbrido no debe ser rastreado únicamente en el ámbito rural o en la cotidianeidad de tiendas y pulperías, sino en consonancia con ámbitos formales de circulación en los que el propio gobierno colonial y los grandes comerciantes incurrían en usos a conveniencia de un sistema monetario heterogéneo.

Si bien las menciones de moneda oficial han correspondido a la plata, también existía oro en circulación, aunque en cantidades ínfimas por la mayor disponibilidad del primer metal. Calzadilla y compañía explicaron la prolijidad para emplear el oro existente en la manufactura de alhajas (1977: 64). Pero, por el perfil económico de la región, “poco oro podía ser buen oro”, en términos de reforzar fortunas familiares, instrumentos financieros y transferencias de gran envergadura. El análisis deberá continuar por ese derrotero.

En esta ocasión, nuestro límite cronológico corresponde a los albores de la guerra civil de independencia y la crisis de la monarquía española iniciada en el propio territorio ibérico. Estos fenómenos que trastocaron las bases del dominio virreinal cambiaron la dinámica monetaria y comercial de Yucatán, pues permitieron nuevas participaciones de la provincia en el comercio marítimo, aunque hipotéticamente con mayor exposición a la salida descontrolada de la poca plata existente en la región. Será importante desarrollar este nuevo análisis en otro trabajo, pero contando con las variables explicadas gracias al presente espacio.

Referencias

Calzadilla, J. M., Echánove, P. A., Bolio, P., y Zuaznávar, J. M. (1977). Apuntaciones para la estadística de la provincia de Yucatán que formaron de orden superior en 20 de marzo de 1814. Ediciones del Gobierno del Estado de Yucatán.

Contreras, A. (2011). Economía natural-economía monetaria. Los empréstitos en Yucatán (1750-1811). Universidad Autónoma de Yucatán.

Fernández Castillo, R. (2012). El pósito y la alhóndiga de Mérida a fines del siglo XVIII y principios del XIX. Temas Antropológicos, 4(2), 55-76.

Ibarra, A. (2017). Mercado e institución: corporaciones comerciales, redes de negocios y crisis colonial. Guadalajara en el silgo XVIII. UNAM / Bonilla Artigas.

Ibarra, A. (2023). Gresham en la Nueva España: la política monetaria global de Carlos III y la desmonetización novohispana, 1772-1818. En Ibarra, A. y Hausberger, B. (coords.), Historia económica del peso mexicano: del mercado global a la gestión política de la moneda (pp. 73-116). El Colegio de México.

Irigoin, A. (2010). Las raíces monetarias de la fragmentación política de la América española en el siglo XIX. Historia Mexicana, 59(3), 919-979.

Marichal, C. (1999). La bancarrota del virreinato. Nueva España y las finanzas del Imperio español, 1780-1810. Fondo de Cultura Económica / El Colegio de México.

Marichal, C. (2017). El peso de plata hispanoamericano como moneda universal del antiguo régimen (siglos XVI a XVIII). En Marichal, C., Topik, S., y Frank, Z. (coords.), De la plata a la cocaína. Cinco siglos de historia económica de América Latina, 1500-2000 (pp. 37-75). Fondo de Cultura Económica.

Patch, R. (2014). Sociedad, economía y estructura agraria, 1649-1812. En Quezada, S., Castillo Canché, J., y Ortiz Yam, I. (coords.), Historia general de Yucatán (vol. 2, pp. 431-489). Universidad Autónoma de Yucatán.

Quiroz, E. (2005). Entre el lujo y la subsistencia. Mercado, abastecimiento y precios de la carne en la Ciudad de México, 1750-1812. El Colegio de México / Instituto de Investigaciones “Dr. José María Luis Mora”.

Romano, R. (1998). Moneda, seudomonedas y circulación monetaria en las economías de México. Fondo de Cultura Económica / El Colegio de México.

Simmel, G. (2013). Filosofía del dinero. Capitán Swing.


  1. Facultad de Ciencias Antropológicas, UDY. Correo electrónico: ricc444@gmail.com
  2. Agradezco a las estancias posdoctorales por México de la Secretaría de Ciencia, Humanidades, Tecnología e Innovación (SECIHTI), 2023-2025 por el apoyo. Recibí orientación de la asesora de dicha estancia, la Dra. Pilar Zabala Aguirre. Agradezco también al Seminario de Historia Económica del Sureste (CIESAS) por la constante retroalimentación.
  3. Archivo General del Estado de Yucatán, Fondo colonial, Bandos y Ordenanzas, 5 de junio de 1813, Vol. 1, Exp. 08, f. 1.
  4. Archivo General de la Nación, Bandos y ordenanzas, caja 2, vol. 1, exp. 4.
  5. AGN, Indiferente virreinal, Alhóndigas, caja 5761, exp. 25.
  6. AGN, Casa de Moneda, vol. 322, exp. 2.
  7. AGN, Intendentes, vol. 54, exp. 1.
  8. AGN, Intendentes, vol. 75, 178