Evocando y honrando a Lucía del Carmen Bazán Levy
7/11/1946 – 28/11/2024

Teresa Carbó [1]
CIESAS Ciudad de México

Lucía Bazán y Teresa Carbó en CIESAS Ciudad de México. Archivo CIESAS.

“Buenos días.

Muchas gracias por estar aquí ahora, en directo o en pantalla. Así es la vida hoy, ni modo…” Eso dije el pasado jueves 3 de julio, en la Unidad Ciudad de México, saludando en ausencia a Lucía, junto con Armando Alcántara, Margarita Estrada, Carlos Macías Richard, y Julieta Sierra.

Desde una pantalla, admito que, a veces, la comunicación a distancia es conveniente, considerando las lluvias, el tráfico y el actual surtido de transportes eléctricos, prominentes las motos (que temo y detesto), y todos los otros de nueva invención, a distintas velocidades, sin cascos y con excesiva imprudencia.

Pues bien, convengamos en que tiempo y espacio son las grandes coordenadas de todo acontecer humano, individual y colectivo. Desde ahí, en la pequeña escala de nuestras vidas, esas coordenadas se expresan en diferentes extensiones: ciclos, temporadas, etapas, fases, e inclusive breves momentos que a menudo se olvidan a pesar de ser la argamasa de varias décadas. Vivimos nuestras circunstancias y vicisitudes también en lugares, a menudo pequeños: oficinas, cubículos, rincones adaptados, y hasta rellanos de escaleras. Especialmente en la casa de Victoria 75, llena de vericuetos, donde inician estos mis recuerdos un tanto dispersos.

Ahí conocí a Lucía del Carmen Bazán Levy entre fines de 1979 y comienzos de 1980, cuando empezó nuestra resistencia ante las transformaciones que estábamos viviendo en CIESAS, ya no más CIS-INAH. Nos descubrimos de pronto convertidos en un Centro otro, con un nuevo director, don Henrique González Casanova (q. e. p. d.), designado en ese cargo con base en complicados procesos políticos en la élite gobernante. Nota: Roberto Melville está reconstruyendo tramos esenciales de la historia institucional de nuestro Centro.

Desde 1973, Lucía habitaba junto con otros colegas el cuarto más grande de esa hermosa casa porfiriana, entrando a mano izquierda, tras exquisitos vidrios biselados y opacos (no insonorizados). Allí nos apretujábamos para las asambleas, ansiosos y entusiastas, o para recibir informes de los compañeros que negociaban intensivamente en múltiples frentes. Jorge Alonso, Alberto Aziz, Luz Elena Galván y otros; me disculpo por las omisiones.

Negociábamos con el Departamento de Asuntos Jurídicos de la SEP, y con cuanto funcionario pudiera escucharnos. Cuando el conflicto se puso álgido, acudimos asimismo a la Secretaría de Gobernación.

Durante ese ciclo, debo a Arturo Warman (q. e. p. d.) un gesto generoso que me trajo a este Centro, del cual ya no me fui más. Arturo me incluyó en la lista de los ya para entonces “ex CIS-INOS”. Era verdad que yo trabajaba ahí desde octubre de 1979, gracias a Guillermo Bonfil (q. e. p. d.), con la puerta siempre abierta de su despacho, en el Programa de Evaluación de la Educación Bilingüe y Bicultural que coordinaba María Eugenia (Nina) Vargas Delgadillo (q. e. p. d.), pero me había estado pagando por honorarios la DGEI. De hecho, todos éramos remunerados de ese modo.

También en ese espacioso cubículo (la sala de la casa, me imagino), Victoria Novelo, Raúl Nieto Calleja, Juan Luis Sariego, Lucía y algunos estudiantes: Federico Besserer y otros “chamacos” curiosos investigaban un campo pionero: la antropología del trabajo. Desde sus orígenes, siempre esta comunidad de práctica abordó analítica y críticamente con criterios de avanzada los asuntos más apremiantes y amargos de las desigualdades e inequidades del país, en ánimo de conocer para corregir.

Perfumaba el patio central de esa casa una enorme magnolia que daba sombra y aroma a ramas llenas. Victoria 75 pertenecía a una familia de la alta élite política que nos la prestaba, creo, o la rentaba a bajo costo. Cuando, años después, la reclamaron e instalaron ahí un insulso restaurante, tumbaron la magnolia. No he vuelto a poner pie allí, ni lo haré. También en el patio central hicimos asambleas y presencia activa (“sitting in” se le llamaría ahora).

Durante el proceso nos habíamos constituido en Asamblea Permanente, nuestro máximo órgano de autogobierno. Concurríamos casi todos diariamente a nuestras respectivas sedes de trabajo. También los de Casa Chata (yo entre ellos), y acudíamos con frecuencia a las instalaciones de “Victoria”, su nombre propio, que eran laberínticas en muchos tramos. Sólo por teléfono nos convocábamos. “Llaman de Victoria” era el aviso desde el conmutador. Y al trote arribaba el contingente de Casa Chata.

Pronto hubo en ese ciclo un cierto grado de implícito entendimiento recíproco entre Lucía y yo, con leves miradas que comentaban en silencio y con cierta ironía algunos discursos, un tanto encendidos y retóricos. Después, cuando ya fuimos amigas, la llamaba yo en broma “del Carmen”, y ella a mí “del Niño Jesús”, que no soy ni me gusta, y ella lo sabía. Era picardía, cercanía humorística y también pudorosa expresión de un hondo afecto bien correspondido.

El sentido del humor de Lucía, su ironía ante el ridículo, la agudeza de su escucha de dislates y fanfarronadas fueron siempre formidables. Los conservó y practicó hasta el final. Me hacía reír muchísimo, uno de sus numerosos dones para mí, que tiendo a la solemnidad. Juntas, nos reíamos ampliamente de mí. He de recordarla con alegría, me digo, y con su gracia un poquito cortante, tan especial. No vaya yo a darle póstumamente vergüenza ajena.

En esas reuniones de resistencia en “Victoria”, como hasta sus últimos días, Lucía allí estuvo siempre: callada, fiable, perseverante y solidaria. Entregada a sus investigaciones, en temas pioneros, y a la institución que aún nos cobija. Una fuerza impresionante la de ella: sólido como roca su cuerpo, siempre delgado, ágil y flexible. Correosa era la querida mujer.

En algunas épocas Lucía y yo no nos vimos con mucha frecuencia, aunque nunca nos soltamos del amor que nos unía. En 2020, el año de la peste, reinstauramos una cercanía que ya no cesó. Encerrada ella en Morelos y yo en el Ajusco, nos Zoom-encontramos con frecuencia, y hablábamos de todo un poco. Cuando ya hubo vacunas y empezó la lucha para conseguirlas, ella me describía con ironía benévola y certero humor los movimientos organizativos de los vecinos, muchos de ellos de cierta edad, para lograr acceso grupal a las codiciadas vacunas. En buen corazón nos reímos muchísimo con su relato de esas vicisitudes, exitosas, por cierto. Ella y Víctor tuvieron un papel crucial en la estrategia vecinal.

Después de la pandemia seguimos viéndonos en un cafecito cercano a su casa, donde proseguimos nuestro diálogo. O, a veces, si ella tenía poco tiempo, en su cubículo de directora académica, amplio ése sí, donde yo empezaba por cerrar la puerta, lo que le hacía gracia. Allí preparamos con todo detalle el Taller de Comunicación Escrita para mandos medios de la administración, que ya no llegamos a impartir. El inconsciente juega su parte: no he podido hasta hoy encontrar el fólder donde yo tomaba notas para esa pequeña aventura que nos daba mucha ilusión.

Volviendo al asunto de los espacios de trabajo por los que ella transitó, diré que, intrigada yo en especial por el recuerdo de un lugarcito mínimo, donde a duras penas cabía su escritorio y una silla enfrente, en la planta baja de Juárez 87, pedí y obtuve autorización para consultar su expediente en el Archivo General del centro.

Éste es custodiado con esmero casi feroz por la compañera María Félix. Ella, la guardiana de la memoria institucional de cada uno de nosotros, es un ejemplo virtuoso de una apreciación que Lucía hace en un video sobre el ánimo de trabajo que ella ve prevalecer en este “pueblo” del CIESAS (el apodo es mío), y que celebra como uno de sus rasgos más bellos y emblemáticos. Dice Lucía que le admira la leal entrega y dedicación de todos los trabajadores a sus respectivas responsabilidades y a muchas otras, por añadidura y de pilón. Lo dice en uno de los videos que el equipo de Armando Alcántara (Alejandro Matalí, Erick Arroyo) me facilitó y que son joyas imperdibles. Uno es para los 49 años del CIESAS y otro para el medio siglo de labores (50 años). Los recomiendo con énfasis.

El más extenso integra la serie “Palabra del CIESAS”. Allí se la ve caminar vigorosamente, con sus largas piernas y ágil paso, por algunas partes del Centro de Tlalpan. Después, profiere su palabra sentada en un sofá blanco, ataviada con un exquisito huipil amuzgo, en colores que resaltan sus grandes ojos (por cierto, entiendo que Víctor disfrutaba siempre de agasajarla con ropa fina, elegante y sentadora). En ese video, Lucía da mucha información valiosa sobre su itinerario personal. Destaca los tres años de estudios en Roma, monja que fue, como una base formativa esencial para el pensamiento lógico y analítico que practicó después invariablemente, para mayor beneficio de todas nosotras. No menciona en cuál orden estuvo, y ya no quise molestar a Margarita, a quien mucha lata he dado en este proceso de escribir, que me ha resultado muy difícil.

Volviendo al archivo y a la información que allí encontré, mi admiración por Lucía creció inmensamente. La lista de sus publicaciones es impresionante; hay también premios y reconocimientos que nunca presumió, con su reserva característica. Desde 1976 en adelante, muchísimos trabajos hizo con Margarita Estrada, su amiga del alma y compañera inseparable. “Su pareja”, como corría la broma institucional, con quien dialogó siempre, hasta su último día, en amorosa fecundidad. También en años posteriores investigó y publicó con Gonzalo Saraví, cuya inteligencia brillante me comentó una vez en privado. Pude comprobarla cuando él coordinó el postgrado, en una gestión espléndida. Me conduelo con él por la pérdida irreparable que él y su esposa sufrieron en años posteriores.

El 7 de octubre de 2004 me escribió una dedicatoria en un libro suyo del año 1991: Vivienda para los obreros. Reproducción de clase y condiciones urbanas (Colección Miguel Othón de Mendizábal, CIESAS, edición al cuidado de Ramón Córdoba y Dolores Latapí Ortega). El libro (se me) había (re)aparecido en una de las muchas cajas con las que convivo hoy en día, en dilatada mudanza hacia no sé dónde. Revisé esa obra y la encontré admirable. Completo y complejo trabajo, riguroso y actualizado, cierra con un impresionante apéndice cuantitativo. En un impulso que no supe explicar y que, de nueva cuenta, le dio risa, le pedí que me lo autografiara. Hizo más: me lo dedicó, con las siguientes palabras: “Tere. Estos son otros tiempos. Los obreros y nosotros necesitamos una casa. Construyámosla y compartámosla. Con afecto. Lucía”. Atendamos a su visión de futuro y lucidez premonitoria.

Concluiré con algunas frases sueltas y notables de su propia voz en los mencionados videos: CIESAS, dice, ha sido para ella un lugar de vida, no sólo de trabajo. “No sería la persona que soy si no hubiera sido por este Centro”, añade. “Aquí construí amistades entrañables y aprendí de colegas, estudiantes y compañeros de todos los sectores lecciones duraderas de compromiso y entrega a la institución”. “Hacia el futuro”, sostiene, “hemos de estar atentos a las nuevas tendencias de la sociedad”. Y esta última frase generosa: “no investigo para que me publiquen, o para que digan ‘oh, cuánto sabe esta persona’. Lo hago para que alguien viva mejor.”

Que así sea, Lucía querida.

Postdata: Sugiero, propongo y pido la compilación de un listado completo de sus publicaciones, y la reconstrucción de la línea del tiempo institucional que nos dio tan generosamente, con cargos y encargos, y más encargos. Ése sería un homenaje duradero y un útil legado para los más jóvenes en esta institución con más de medio siglo de labores expertas y resultados pioneros. Un bello ejemplo a seguir.

Tlalpan, Ciudad de México, 15 de octubre de 2025.


  1. tcarbo@ciesas.edu.mx