Lucía no fue investigadora de una sola faceta aunque sí de un solo propósito

Margarita Estrada[1]
CIESAS Ciudad de México

No ha sido fácil escribir estas líneas. Al hacer el recuento del trabajo y trayectoria de Lucía Bazán en el CIESAS y de mi amistad con ella se agolpan los recuerdos y no puedo evitar la tristeza por su ausencia.

Lucía y yo nos conocimos en enero de 1975. Yo acababa de llegar a la ciudad de México para estudiar Antropología y ella estaba terminando su tesis de licenciatura con Patricia Arias. Durante unos meses compartimos vivienda, y en esa convivencia construimos una gran amistad que nos permitió acompañarnos en los eventos más importantes de nuestras vidas: el matrimonio, el nacimiento de nuestra prole, el inicio de mi vida laboral y las vicisitudes de la vida.

Viajamos juntas en muchas ocasiones. Algunas veces por cuestiones de trabajo, otras de vacaciones acompañadas por nuestras familias. Una característica de estos viajes eran las interminables conversaciones que sosteníamos durante los días que duraba el viaje y el sentido del humor que compartíamos.

Sin embargo, lo que nos permitió consolidar nuestra relación de amistad fue el trabajo. Lucía y yo trabajamos juntas en varios proyectos de investigación, y ella fue muy importante en mi formación como investigadora de campo.

Esta relación laboral inició cuando Lucía Bazán junto con Patricia Arias, Augusto Urteaga, Juan Luis Sariego, José Díaz y Victoria Novelo impulsaron el programa de Antropología del Trabajo en el CIS-INAH. Era el año 1978 y esos esfuerzos se plasmaron en dos proyectos colectivos “Pequeña y mediana industria” y “Minería mexicana”.

Estos proyectos incorporaron ocho becarios y becarias. Yo fui una de ellas. Lucía me invitó a presentarme al proceso de selección y pasé a formar parte del proyecto Pequeña y Mediana Industria junto con Sergio Sánchez, Raúl Nieto, Minerva Villanueva y Adriana Meza. Lucía y Augusto Urteaga dirigieron ese proyecto que estudió distintos aspectos de la experiencia laboral de los trabajadores de la industria del calzado en León, Gto.

Fue en este proyecto y bajo la tutela de Lucía y Augusto que aprendí a hacer investigación antropológica. De manera meticulosa y paciente me guiaron primero en la elaboración del proyecto y la preparación del trabajo de campo: la confección de las guías de entrevistas y la recopilación de información sobre el lugar de estudio. Una vez en León, me orientaron en la elección de la zona de trabajo, en las formas de contactar a las personas que posteriormente entrevisté, en el diseño y distribución de un cuestionario, y en la disciplina de escribir el diario de campo.

Durante el trabajo de campo, Lucía y yo volvimos a compartir techo. La vida diaria nos permitió una convivencia que consolidó nuestra relación de amistad y pude conocerla más profundamente. Ahí descubrí su agudeza al escuchar sus comentarios sobre lo que nos acontecía en nuestras experiencias en el campo, y su tozudez cuando se trataba de sacar adelante aquello que estaba convencida que era lo más conveniente. No importaba si debía enfrentarse a sus colegas. Esta convicción fue una característica que la acompañó hasta el último de sus días. Y le valió algunas enemistades.

Una vez de regreso en la ciudad de México, Lucía y Augusto supervisaron la manera en la que sistematicé la información y revisaron los avances de los capítulos de lo que se convirtió en mi tesis de licenciatura. Al mismo tiempo, Lucía desarrollaba su propio trabajo de campo y más tarde escribió el resultado de su investigación. Un gran esfuerzo, lleno de profesionalismo y generosidad.

Las investigaciones que he desarrollado durante las décadas que siguieron a esa primera experiencia de investigación tiene su base en la formación que Lucía y Augusto me dieron. El aprendizaje que adquirí fue gracias al tiempo y trabajo que invirtieron en acompañarme a lo largo del proceso de investigación. Uno de los privilegios que he tenido en mi vida fue haberme formado bajo la dirección de una investigadora como Lucía Bazán.

Sin embargo, Lucía Bazán no solo desarrolló proyectos de investigación en CIESAS. El trabajo institucional que realizó todavía arroja beneficios entre quienes participamos en la docencia y tenemos como sede la Ciudad de México.

En 1999, Lucía Bazán asumió la coordinación de la maestría en Antropología Social. Lo primero que hizo fue abrir la maestría a toda la comunidad del CIESAS. Hasta su gestión ese ámbito había estado vetado a la mayoría de los investigadores. Sólo participaba en la docencia un pequeño grupo de colegas. Al hacer una convocatoria abierta para presentar líneas de investigación e impartir cursos, promovió la colaboración de las personas que habíamos estado marginados de ese proyecto. El resultado fue que la oferta de líneas se amplió. Desde entonces, cualquier grupo de investigadores e investigadoras que lo desee puede presentar una propuesta. Esto ha enriquecido al posgrado, a los y las estudiantes que se han formado con nosotros y a los profesores que hemos participado en el posgrado.

La presencia de Lucía en la coordinación del posgrado no sólo benefició a la comunidad académica. También se preocupó por las condiciones de trabajo del personal de apoyo. Xóchitl Zamora, la secretaria de la maestría estaba contratada por honorarios y Lucía buscó por todos los medios a su alcance que se le diera la base. Finalmente, después de muchos años de trabajar en CIESAS, gracias a los esfuerzos de Lucía, Xóchitl obtuvo seguridad laboral y las prestaciones de las que disfrutamos el personal de base.

Lucía planteaba que los y las investigadoras de la ciudad de México estábamos en desventaja respecto al resto de las unidades del CIESAS. No teníamos a nadie que planteara las necesidades administrativas, de mantenimiento y académicas de la unidad. El resto de las sedes tenía un director regional que podía exponer y gestionar sus requerimientos ante la dirección general y la administración. No así la ciudad de México. Aunque no fue la primera directora regional, aquí también dejó su huella. Se preocupó por ampliar y consolidar el contenido del cargo. Para ello asumió la responsabilidad de gestionar la resolución de los problemas administrativos y materiales de la unidad. No fue fácil. Recuerdo su disgusto cuando se enteraba de que alguien estaba de trabajo de campo o en un congreso y no había informado a la dirección regional. Nos ganaba la inercia de avisar a la Subdirección de Investigación. Desde que ella asumió la dirección regional los investigadores sabemos a quién reportar una gotera en el cubículo, solicitar apoyo cuando la computadora no funciona, o a quién acudir cuando queremos organizar algún evento. En el ámbito académico promovió reuniones para que se conocieran los proyectos de los estudiantes e investigadores huéspedes. Trató, sin mucho éxito, de fomentar el intercambio académico entre los y las investigadoras de la unidad.

Lucía no participó directamente en la docencia y dirigió pocas tesis. Sin embargo, en los proyectos colectivos que encabezó, formó a las personas que trabajaban con ella. No los trataba como sus ayudantes, nada más lejos de su intención. Lo que deseaba era que se convirtieran en investigadores para que más tarde pudieran trabajar de manera independiente.

Finalmente, en 2019, asumió la dirección académica a invitación de Fernando Salmerón. Aceptó como parte de su compromiso con la institución y por la amistad que la unía a Fernando. En ese cargo colaboró después con América Molina y Carlos Macías. No fue un periodo fácil, la gestión institucional era y continúa siendo complicada en el contexto de cambios que se han llevado, desde esa fecha, en las políticas de ciencia, humanidades y tecnología. Para ella además las dificultades también fueron personales pues durante ese periodo empezaron sus problemas de salud. A pesar de ello, Lucía tenía claro cuál era su papel y lo cumplió hasta el último día de su vida.

Como directora académica invitó a participar en diferentes comisiones del CIESAS a personas egresadas del posgrado que ella había conocido cuando lo coordinó. Le interesaba que hubiera nuevas caras, nuevos nombres, nuevas miradas. Era la manera que estaba a su alcance para fomentar el relevo generacional, que desde su perspectiva era uno de los grandes retos para el CIESAS.

Las últimas veces que nos vimos ella estaba hospitalizada. A pesar de ello se mostró interesada por lo que sucedía en CIESAS. En esos días había tenido lugar una asamblea de investigadores. Me preguntó qué había pasado, se molestó por algunos acuerdos que se habían tomado y se mostró contenta por otros. Durante esas visitas hablamos de nuestros proyectos. Ni ella ni yo nos imaginábamos que unos días después ya no iba a estar con nosotros. Con su partida perdí una interlocutora formidable.

Lucía aceptó las responsabilidades que he enumerado porque quería incidir en el rumbo de la institución. Ella identificó algunos de los retos que enfrenta el CIESAS y actuó en consecuencia en la medida de sus posibilidades. Eso le valió enemistades porque ocupar un cargo es enfrentar a los distintos intereses y tomar decisiones con las que ciertos grupos o personas estarán en desacuerdo. Es imposible darle gusto a una comunidad tan diversa y compleja como la del CIESAS. Nunca fue su intención quedar bien con toda la comunidad.

Sin embargo, como ella aclaró en su presentación en el evento por los 50 años del CIESAS, no sólo el trabajo organizaba su vida. Lucía siempre estuvo pendiente de sus hijos, su marido y sus padres. También se preocupaba por sus amigas. Yo recibí muchas veces apoyos de todo tipo cuando la vida se me complicaba. Era una amiga confiable y siempre dispuesta a brindar afecto y compañía.

A Lucía le gustaba leer novelas. A mí también. A lo largo de los años intercambiamos nombres de autores y sus libros. Ella me presentó a Jorge Amado y yo le presenté a Alma Delia Murillo. Siempre le he agradecido que me prestara el primer libro de Amado que leí. Ella me agradeció que le presentara a Alma Delia Murillo. Sé que en sus últimos meses de su vida disfrutó la lectura de esta autora. La leyó despacio, volvió sobre lo ya leído, pensó lo que la autora decía y la forma como lo decía, y la disfrutó.

También le gustaba y conocía de música. Uno de sus hijos es escritor y el otro músico. Sin duda su madre inculcó el gusto por la música y la literatura y de esa manera influyó en la elección de esas profesiones.

No quiero mostrar una imagen romántica de Lucía. No sería justo con ella. No siempre era fácil su trato. Si no estaba de acuerdo contigo o con lo que hacías podía ser implacable. Pero era una mujer solidaria, generosa, agradecida y comprometida como pocas personas con la institución en la que trabajamos.

Lucía Bazán nos dejó hace casi un año. Durante estos meses los que la queríamos la hemos extrañado.


  1. Correo electrónico: mei@ciesas.edu.mx