Dra. María Guadalupe Serna[1]
Instituto Mora
Conocí a Lucía Bazán hace casi tres décadas cuando por razones de trabajo nos trasladamos, procedentes de Xalapa, Ver., a vivir a la ahora Ciudad de México, donde finalmente nos establecimos. Fernando, mi esposo, llegó a la Sede de la Ciudad de México para colaborar con Rafael Loyola, entonces Director General del CIESAS. Lucía y Fernando estaban en la misma área y como colegas, supongo que con preocupaciones similares, establecieron pronto amistad. Yo empecé a conocerla, además de por ser colega de mi esposo, porque nuestros hijos, aunque aún pequeños, y los de Lucía y Víctor asistían al mismo colegio, así que nuestra amistad surgió en ese contexto. Por una parte, con Fernando compartía área, intereses y preocupaciones; por mi parte, la fui conociendo poco a poco y descubriendo intereses comunes. Como vecinas cercanas y mujeres profesionales, compartíamos similitudes en el ciclo de nuestras unidades domésticas e intereses en la investigación, lo que también generó cercanía.
Como comenté Fernando había llegado al CIESAS a colaborar con el equipo de Rafael Loyola. En algunas ocasiones, por lo general algún fin de semana, teníamos ocasión de reunirnos en casa, para departir y conversar. Como a mí me gusta cocinar, no me representaba problema invitarles a cenar, y en varias ocasiones se sumaron a estas reuniones Víctor y Lucía. Yo creo que fue en ese contexto que empecé a conversar con ella y a conocerla. Compartíamos el hecho de que ambas éramos de provincia. Adicionalmente proveníamos de regiones con cierta similitud, donde uno se ve poco, pero cuando lo hace siempre la pasa de lo mejor. Donde uno se siente cercana a sus amigas, aunque se vean una o dos veces al año. Lo que, ahora que reflexiono supongo, encontrábamos muy familiar y nos ofrecía sentir esa familiaridad regional.
Nuestra vida era relativamente parecida, en el sentido de que ambas nos encontrábamos en el mismo ciclo doméstico, donde había que correr sistemáticamente, desde muy temprano, a lo largo del día y todos los días de la semana. Todo ello con el objetivo de desarrollar nuestras actividades como mujeres profesionales y como corresponsables en nuestras respectivas unidades domésticas, lo que entonces observábamos como momentos difíciles pero transitorios. De alguna manera, todo aquello relacionado con el ciclo de vida de la unidad doméstica parece que lo tomamos, nosotras, como algo que transcurría y se cerraba. Por lo que creo que, por lo regular, siempre fueron nuestras perspectivas profesionales las que prevalecieron por encima de la cotidianeidad del ciclo doméstico. La alta demanda de tiempo y atención concluiría una vez completado el objetivo, como efectivamente sucedió.
Todo esto permitió que fuéramos forjando también una amistad, ya que con el tiempo empezamos a conversar sobre nuestras perspectivas y coincidencias, especialmente sobre la forma de percibir lo que sucedía en nuestro país, al igual que en la ahora Ciudad de México. Ambas veníamos de regiones con una tradición muy arraigada respecto de formas de ser y actuar, especialmente la de ser muy directas con las personas y claras respecto de lo que se quiere decir. Esto ciertamente no fue ni ha resultado sencillo en esta ciudad, pero uno se acostumbra. La visión defeña ha sido sistemáticamente distinta a la regional y aparentemente así será por un largo tiempo, como podemos observar en el presente.
Creo que disfrutábamos nuestras coincidencias, al menos yo lo hacía, pero eso no se pregunta, seguramente así era. Lo que sí tengo claro es que cuando nos reuníamos los cuatro las conversaciones se alargaban indefinidamente, hablando y comentando los temas más diversos. Así fue transcurriendo el tiempo y con él los cambios, si bien nuestra amistad continuó. Aquellos tiempos fueron de arduo trabajo, al igual que de intercambios, discusiones y preocupaciones sobre el futuro, todo ello etapas de nuestro ciclo de vida.
También fueron tiempos de aprendizajes al vernos beneficiados por las distintas perspectivas que los amigos que se fueron integrando tenían, lo que nos permitía aprender de unos y otros, por lo menos en mi caso. Por más de una década nuestra amistad continuó así, ambas sabíamos lo que profesionalmente hacíamos y los temas que nos preocupaban, conversábamos al respecto e intercambiábamos puntos de vista, cada una desde la institución donde laboraba. Profesionalmente nuestras carreras transcurrieron por rutas muy distintas, y similares en algunos momentos, ya que ambas estuvimos a cargo de distintas posiciones en nuestras instituciones.
Para 2011 fui invitada a colaborar en un proyecto solicitado al CIESAS, por el entonces CONACYT, en una investigación que tuvo a su cargo Lucía. Se trataba de un estudio cuyo objetivo era conocer el alcance que tenía la política pública instrumentada en nuestro país para fomentar la formación de recursos humanos de nivel posgrado, a saber, maestría, doctorado y posdoctorado; las repercusiones que ésta tenía en la sociedad, al igual que en los sectores productivos del país, ya que se consideraba su relevancia, la excelencia académica de los programas, y su contribución a la equidad socioeconómica, puesto que se trataba de una política que consideraba cuestiones de género y de descentralización.
No fue fácil llevar a cabo esa investigación ya que combinó, por una parte, el levantamiento de una encuesta a nivel nacional, para lo cual se articuló el país en tantas regiones, lo que nos permitió desarrollar un análisis cuantitativo con indicadores básicos, que dio cuenta de la situación del posgrado y de sus estudiantes en la primera década del siglo XXI, y por otra, un estudio cualitativo donde se entrevistó a estudiantes de posgrado de las regiones en las que se estructuró el país, lo que permitió conocer detalladamente el perfil de las y los estudiantes de posgrado, el significado que para ellos tuvo el contar con una beca y las oportunidades que esto les había abierto. Una investigación, sin duda importante, que contribuyó a destacar la relevancia que tenía contar con un apoyo económico para calificarse y con ello lograr mejores empleos y mayores oportunidades. Lucía fue una coordinadora y guía amable, directa y eficiente. Sobre todo, muy clara acerca de lo que debíamos analizar. Formó un equipo grande y bien ordenado y distribuido en secciones específicas a lo largo del país. Para mí fue una agradable experiencia conocer las trayectorias de las y los estudiantes de posgrado, sus preocupaciones y sus perspectivas de futuro. Lucía formó un equipo que encontré siempre bien coordinado, estructurado, y organizado para cerrar y concluir en tiempo. Esa fue la única vez que trabajamos como colegas.
Los siguientes años seguimos viéndonos y conversando e intercambiando puntos de vista y preocupaciones. Sin embargo, los últimos tiempos, concretamente a raíz de la pandemia de COVID-19, las relaciones se volvieron más distantes, no fue sin duda un buen periodo, para nadie. Siempre que nos encontrábamos insistíamos en que debíamos vernos, sin concretar, lo que ahora que lo escribo me entristece. El último año, ahora lo que lo reflexiono, la vi muy poco.
No obstante, siempre recordaré con gusto a aquella Lucía emprendedora, activa y preocupada por la educación de las y los jóvenes de este país. Te extrañaré Lucía, pero siempre te recordaré con mucho gusto.