Ana Carolina Ibarra González[1]
IIH-UNAM
Mujeres, independencia y cambio político en la historia de Oaxaca[2]
En noviembre de 1812 el ejército de José María Morelos ocupó la ciudad de Oaxaca, la única ciudad de importancia que tuvo bajo su control por casi 18 meses. Capital de intendencia, sede catedralicia, la ciudad española que controló el comercio de la grana, segundo producto de exportación de la Nueva España, cedió pronto a las pretensiones del caudillo. Morelos soñó allí con convertir las granas en fusiles.
Aunque Oaxaca no fue el epicentro de la guerra insurgente, la intendencia y el obispado fueron fundamentales para la estrategia y campañas del caudillo y, sobre todo, para la elaboración de proyectos constitucionales y la formación de la opinión pública (Ibarra, 2004, p. 258-262). En la ciudad se publicó uno de los periódicos insurgentes de más larga vida, el Correo Americano del Sur que difundió los principios ideológicos de la revolución, así como sus conquistas militares. Tuvieron lugar en los espacios oaxaqueños los grandes debates sobre la soberanía y la representación americana, que marcaron un precedente decisivo para lo que iba a ocurrir en Chilpancingo. Importantes posicionamientos del liderazgo revolucionario se expresaron también en torno a cuestiones eclesiásticas (Ibarra, 2000). A lo largo y ancho del obispado la guerra dio lugar a duras batallas, y su intensidad se mantuvo sobre todo en la Costa Sur y en la Mixteca.
¿Qué lugar ocuparon las mujeres en estos acontecimientos? ¿Hubo alguna voz femenina que pudiera escucharse? ¿Qué tanto sufrieron la violencia? ¿Cómo se las arreglaron en estas circunstancias para resolver su vida diaria o expresar sus inquietudes? Como sabemos, el orden tradicional concedía poco lugar a las mujeres: estaban excluidas de actividades de gobierno, de dirección o liderazgo. Las mujeres no podían tener cargos públicos, ni votar, ser abogados, jueces o sacerdotes, así que es difícil imaginar que hicieran alguna contribución visible a los debates políticos que se llevaron a cabo con motivo de la presencia insurgente. Sin embargo, es posible encontrarlas a lo largo de los años que duró el conflicto actuando en favor de uno u otro bando, comentando sus experiencias. Mujeres preocupadas por la ausencia de sus maridos, mujeres temerosas de los abusos, mujeres buscando defender su patrimonio. Las mujeres de distinto origen acudían a la justicia para contener los males de la guerra y del desorden. También es posible descubrirlas en los foros de la justicia criminal, en calidad de acusadas, en procesos de infidencia, como víctimas o testigos pues las declaraciones de las mujeres eran, al menos en teoría, tan válidas como las de los varones.
La movilización de las mujeres de los últimos años ha hecho indispensable recapacitar sobre la presencia femenina en la historia. Mucha tinta ha corrido desde que Michelle Perrot advirtió, en Mi historia de las mujeres (2008), que era difícil localizarlas en los archivos, que las mujeres habían estado ausentes en la gran narrativa de la historia; desde que Spivak (2010) hiciera patente el problema al referirse a la dificultad de escuchar la voz del subalterno. Pero la fuerza del presente se ha impuesto y son cada vez más numerosos los estudios que intentan llenar ese vacío. Desde la antropología, la historia, la lingüística, la sociología y otras ciencias sociales han proliferado trabajos con distintas perspectivas metodológicas, de género, interseccionales y otras, que tienen como objeto de estudio a las mujeres. En ese sentido, Oaxaca ha desempeñado un papel pionero pues posee una larga tradición historiográfica encabezada por Margarita Dalton, Francie Chassen, Fabiola Bailón y Charlynne Curiel Covarrubias. Los recientes encuentros sobre el feminismo contemporáneo en Oaxaca dan cuenta de la vitalidad de los estudios y publicaciones sobre el tema, así como del incansable activismo que demanda una vida libre de violencia.[3]
Las siguientes páginas buscan acercarse a las actividades y participación de las mujeres durante la guerra de independencia en Oaxaca. Respecto a su relación con la insurgencia, unos cuantos casos ilustran la participación de las mujeres. Recuperamos también, muy brevemente, algunos testimonios que nos permiten ver hasta qué punto fueron afectadas por el conflicto, las dificultades que atravesaron. Muchas perdieron a sus maridos, sea porque partieron con los insurgentes, sea porque eran peninsulares que tuvieron que salir huyendo de la ocupación. Muchas fueron víctimas de la violencia desatada: fueron hechas presas, fusiladas, abusadas, despojadas de sus bienes. Por otra parte, veremos cómo las mujeres estuvieron activas en múltiples frentes y, si bien la coyuntura generó expectativas, al final la república no fue muy generosa con ellas. Un balance al respecto es obligado.
Mujeres luchando a favor de la insurgencia
El 6 de septiembre de 1819, dos mujeres sospechosas de preparar tortillas envenenadas fueron fusiladas por el ejército realista en Teotitlán del Camino, intendencia de Oaxaca (García, 1985: 330). Faltaban apenas unos cuantos meses para que en España se produjera el levantamiento de Riego en Cabezas de San Juan (Andalucía), hecho que de manera indirecta iba a favorecer la independencia de la Nueva España.[4] Nadie sospechaba entonces que pronto las circunstancias iban a ser propicias para el triunfo del movimiento trigarante.
Preparar tortillas envenenadas era una de las maneras en que muchas mujeres colaboraron con la insurgencia. Las dos mujeres no llegaron a saber que la decisión de castigarlas con la pena de muerte iba a ser condenada por el propio virrey Apodaca, que en aquel entonces se había empeñado en extender su política de pacificación. El capitán José Ramírez Ortega fue acusado de fusilar indebidamente en Teotitlán del Camino a Juana Feliciana y a Juana, por ser sospechosas en la “construcción y despacho de unas tortillas envenenadas” (García, 1985: 439-440). Todo parece indicar que el capitán Ortega y los oficiales que perpetraron ese acto criminal habían actuado por cuenta propia, siguiendo sus impulsos. Lo que es claro es que hicieron caso omiso de las instrucciones recibidas, pensando que saldrían impunes por tratarse de dos mujeres sencillas. Tal vez para escarmentar al resto a través de un típico acto de prepotencia machista. Violencia desproporcionada con un mensaje tremendo para advertir a las mujeres que no tenían derecho a entrometerse.[5]
Si revisamos las declaraciones de muchos comandantes realistas veremos que compartían la idea de que las mujeres eran uno de los mayores males que habían tenido que enfrentar desde el inicio de la insurrección. Entre ellos circulaban estereotipos sobre las mujeres en los que las veían confiadas en su sexo para “seducir a toda clase de vivientes, valiéndose de quanto atractivo tienen” (García, 1985: 378). Seducir a las tropas, es decir, convencerlos de las bondades de la causa, actuar como espías, como correos, colaborar en labores de propaganda y administración, tomar las armas y, por supuesto, hacer tortillas eran las diversas maneras en que ellas tomaban parte en la lucha.
La historiografía ha hecho poca justicia a esas mujeres anónimas cuya colaboración fue imprescindible. El Pensador Mexicano hizo en su tiempo un esfuerzo por rendirles homenaje a cientos de mujeres cuyos nombres consignó en una larga lista, que bien a bien no sabemos cómo reunió ni con qué criterio. José Joaquín Fernández de Lizardi no sólo dedicó su calendario de 1825 a las señoritas mexicanas, y a las grandes mujeres de la independencia, sino que sumó un listado de más de 150, de las cuales sabemos muy poco (Fernández de Lizardi, 1995: 315). Un siglo después, Genaro García se dio a la tarea de recopilar las causas de infidencia levantadas en contra de mujeres. Acceder a esas fuentes nos permite ir más allá del estudio de las heroínas conocidas.[6]
Si bien son excepcionales los casos en que las mujeres tomaron las armas, se enlistaron en los ejércitos y participaron en acciones de guerra, conocemos algunos. Moisés Guzmán Pérez ha podido reconstruir la trayectoria de María Manuela Medina, capitana nombrada por la Junta Nacional Americana que actuó en la región de Taxco y zonas del actual estado de Guerrero (Guzmán Pérez, 2013). Tenemos atisbos de la vida de Josefa Martínez, como jefa insurgente que se desplazó vestida de pantalones por los valles cercanos a Chalchicomula (García, 1985: 410-421).
Por lo general, las mujeres que tomaron parte en actividades subversivas lo hacían de manera discreta en pequeños grupos, con gente de su familia o de manera individual. Es menos frecuente verlas actuar en grupos grandes, exclusivamente de mujeres, en los que se perciben como mujeres empoderadas. En ese sentido, merecen ser relatados los acontecimientos que ocurrieron en el cuartel de San Andrés de Miahuatlán, en la sierra sur de Oaxaca, entre octubre y noviembre de 1811, años en que el obispado de Oaxaca estuvo asediado por la insurgencia de Morelos que ganó una enorme popularidad desplazándose de la costa a la sierra.
El 2 de noviembre de 1811 llegó a manos del Lic. Manuel María Mimiaga, Abogado de la Real Audiencia, el expediente promovido por el comandante de brigada Bernardino Bonavia y el capitán Manuel Ortega, subdelegado de Miahuatlán (García, 1985: 330-341). Según el relato de los seis testigos, integrantes del ejército de la zona con distinta jerarquía, la medianoche del 2 de octubre pudieron observar el movimiento de un grupo de mujeres en la puerta del cuartel. Un pelotón de más de cien mujeres, armadas con piedras y palos, buscó irrumpir forzando la puerta principal. Lograron derribarla. Entraron al patio con un gran griterío. Luego pasaron a la sala de armas y tomaron las lanzas, otras rompieron la ventana del juzgado para llevarse muchos papeles. Los relatos coinciden en la extraordinaria dificultad de contenerlas y en la escasa ayuda que recibieron de las autoridades locales.
Pocas conclusiones pueden sacarse acerca de los motivos de este motín que suponemos conectado con la insurgencia que merodeaba no lejos de la zona. ¿Quiénes eran ellas? Apenas salieron a relucir los nombres de algunas conocidas del pueblo: “la Pascuala”, Cecilia Bustamante y sus hijas Pioquinta y Micaela, Ramona Jarquín, Mónica, la esposa del herrero. Pero además muchas mujeres que se unieron a la movilización y venían de poblaciones cercanas. Queda clara su determinación y la pasividad de quienes estaban a cargo. El incidente se presta para muchas conjeturas, sin embargo, la sumaria se suspendió en noviembre sin que podamos encontrar mayor rastro sobre este excepcional acto de empoderamiento femenino.
Mujeres sufriendo la guerra y el desorden
De acuerdo con la información que proporciona Cecilia Rabell en su clásico trabajo sobre Oaxaca (2008), a principios de siglo XIX cerca de la cuarta o la quinta parte de las familias que habitaban en la ciudad estaban encabezadas por mujeres y una de cada diez tenía un marido ausente. No tenemos registros para saber hasta qué punto la crisis de independencia agravó esta situación, pero sí contamos con algunos testimonios que nos permiten conocer acerca de la situación de las mujeres solas o de las mujeres que quedaron sin sus maridos, sea porque fuesen víctimas de la violencia, porque salieran huyendo de la ocupación insurgente o porque se unieron a ella.
En más de diez años que duró la guerra, muchas mujeres tuvieron que defender su vida, su patrimonio y su honor de los abusos que trajo el desorden. Muchas mujeres tuvieron que hacerse cargo de la administración de sus hogares y negocios, aparte de la crianza y cuidado de los hijos, la casa, la huerta y el sostenimiento económico de la familia. Otras tuvieron que huir para refugiarse en un lugar seguro. En buena parte de los casos, realizaron tareas que antes no habían tenido que hacer: los grandes cataclismos suelen trastocar los roles tradicionales de género, situación que para algunos autores abre la posibilidad de que las mujeres puedan desafiar el patriarcado (Tutino, 2018; Ibarra, 2022).
Testimonios muy elocuentes muestran los sentimientos de varias de ellas cuando llegaron a Oaxaca los emisarios de Hidalgo, Armenta y López, que pronto serían ejecutados en un lugar público de la ciudad. Luego con la represión de la conspiración de Palacios y Tinoco. Finalmente con la ocupación de la ciudad por las fuerzas de Morelos. En todo este tiempo hubo temor e incertidumbre, como lo comentaron varias mujeres vecinas de la ciudad.
Entre los testimonios más reveladores de lo mal que lo pasaron muchas mujeres en esa época está el de doña Micaela Fontaura, criolla, esposa del teniente letrado José María Izquierdo. Izquierdo, como muchos europeos de la ciudad, tuvo que salir huyendo cuando se vieron amenazados por la presencia inminente de Morelos. Su mujer quedó en la ciudad, desprotegida, aunque con buenas relaciones con el gobierno recién instalado del que obtuvo ciertas garantías, gracias a la mediación de un tío suyo. Y es que Micaela estaba emparentada con la familia Sesma de la que, aunque dividida en sus lealtades, una parte colaboró con el caudillo a través de Ramón Sesma, que figuró entre los principales jefes de la ocupación. Pronto otros miembros de la familia obtuvieron buenas posiciones en el ejército y la burocracia insurgente, lo que fue de mucha ayuda para doña Micaela.
La aguda mirada de la señora Fontaura sobre lo que aconteció en Oaxaca entre el 25 de noviembre de 1812 y el 2 de enero en que consiguió salir de la ciudad quedó consignada en un amplio informe que ella redactó de su propia mano y que constituye uno de los testimonios más completos sobre las primeras semanas de la ocupación insurgente (Esparza, 1986: 86-96). El informe explica la poca resistencia que hubo el 25 de noviembre, pues el tiroteo duró a lo sumo un par de horas. No tardó en escucharse el repique de campanas, el júbilo de la gente y el festejo. Pronto el caudillo se instaló en las casas consistoriales en donde recibió la visita del cabildo eclesiástico. Muy poco después convocó a los criollos de la ciudad para ratificarlos en sus cargos o bien designarlos en el lugar de que ocupaban los peninsulares.[7]
Los primeros días de la ocupación se vivieron cosas terribles: Morelos mandó fusilar al teniente general Francisco González Sarabia y al comandante Régules Villasante, en las Canteras, como escarmiento para los europeos que se resistieran. Pronto exigió que se les expropiaran sus caudales. De acuerdo con la estimación de Micaela Fontaura, serían más de tres millones lo que pudieron conseguir en numerario, plata y alhajas. Ella misma fue víctima del saqueo que se produjo en la ciudad pues una tarde que regresó a su domicilio encontró al Tesorero de la Nación con orden de embargar sus bienes, como se verificó, “no dejándonos ni lo más ínfimo, sin perdonar la librería de mi marido” (Esparza, 1986: 92-93). Con mucho esfuerzo solamente consiguió retener un poco de ropa suya y de sus hijos.
Mil vicisitudes tuvo que pasar esta mujer hasta poder entrevistarse con Morelos para solicitarle un pasaporte. Ella misma redactó una misiva en la expuso su situación y la necesidad de reunirse con su marido. Consiguió poco después el documento firmado por el propio Morelos y con el papel en mano determinó salir de allí al siguiente día. Aún no teniendo lo necesario emprendió una larga caminata rumbo a Guatemala. Previendo los riesgos que corría, comandantes y figuras conspicuas del gobierno le entregaron cartas de recomendación y le asignaron escoltas para acompañarla en el trayecto. Se encaminó a Tehuantepec, mientras veía pasar cargas llenas de zurrones de grana, armas de fuego y bastimentos que iban rumbo a Oaxaca. El viaje fue largo pero sin incidentes y siguió hacia Macuilapa, llevando impresos y correspondencia para unos y otros, siempre acompañada. En esa población recibió noticias de su marido, la valiente mujer tomó el caballo y salió de Macuilapa para reunirse con él a medianoche en el pueblo de Xiquipilas, desde donde ambos caminaron al día siguiente hasta Tuxtla. Fue allí en donde ella tuvo la calma para redactar de su puño y letra el extenso informe.
El relato de doña Micaela no sólo es uno de los más completos de los primeros momentos de la ocupación, y del clima que prevalecía, sino de la manera en que ejército insurgente se lanzó al saqueo de las casas y los bienes de los enemigos. Su narración permite conocer la situación en que se encontraban las fuerzas en las regiones del sur conforme se encaminaba al Istmo. Muestra además el estado de indefensión de algunas mujeres, la forma en que tuvieron que sobreponerse. En este caso, sacar el valor para hacer un viaje largo y difícil, superar los peligros y llegar con éxito a su destino.
Después de los dramáticos acontecimientos que acompañaron los primeros días de la toma de Oaxaca, la ciudad entró en relativa calma, dados los acuerdos de Morelos con las autoridades locales, fundamentalmente con los cabildos secular y eclesiástico. Hubo momentos de aparente concordia y de celebración. No viene al caso aquí insistir en la importancia que tuvo Oaxaca para los insurgentes, ni los logros políticos que allí se consiguieron. Basta recordar que, para mediados de 1813, la insurgencia se desplazaba hacia Chilpancingo radicalizando su lucha, en tanto los principales de Oaxaca habían tomado distancia, incluso algunos conspiraban en contra del gobierno.
No quisiera cerrar este apartado sin mencionar uno de los episodios más lamentables de la ocupación, en especial por la importancia que tiene para el tema que estamos tratando. La guerra trae muchos males entre los que se encuentran el desorden, la violencia y los abusos que cometen los vencedores. Con frecuencia, aunque no únicamente, son las mujeres las que mayormente los sufren.
Cuando los principales jefes de la insurgencia partieron rumbo a Chilpancingo, quedó encargado de guarnecer la plaza el mariscal y canónigo, doctor Francisco Lorenzo de Velasco. De conducta muy cuestionable, él y sus allegados impusieron la ley del más fuerte para cometer todo tipo de excesos sobre la población, básicamente robos, saqueos y extorsiones. No obstante su condición de eclesiástico, fue actor de incontables abusos sobre las jóvenes y las señoras de Oaxaca (Ibarra, 2000: 197-201). Hay abundantes testimonios en los archivos que consignan esas violencias. Consignan también las muestras de gallardía con las que algunas respondieron al acoso misógino y a la prepotencia del que se cree vencedor. Queda pendiente una incursión en ellos para poder narrar los detalles de la violencia hacia las mujeres en el periodo de la guerra, un ángulo generalmente poco atendido por la historiografía y sobre el cual la documentación es sumamente reveladora.
Después de la revolución
El cambio político, cuyas promesas y verdaderos logros podrían ser discutidos en otro espacio, trajo consigo la desestructuración, temporal o definitiva, de situaciones previas. La guerra ofreció a las mujeres la posibilidad no sólo de suplantar a los maridos ausentes sino también de participar en política. Hay suficientes muestras del interés que mostraron algunas para actuar y expresar opiniones propias (Ibarra, 2022). La crisis les dio la oportunidad de desafiar el patriarcado.
Al término de la guerra, la mayor parte de las mujeres siguió realizando las tareas que siempre tuvo a su cargo, tareas domésticas y fuera de casa. Las leyes de la monarquía les daban la posibilidad de vender, comprar, prestar, rentar, heredar y tener propiedades, siempre y cuando fueran mayores de edad y no estuviesen bajo la tutela del pater familias o del marido. Las mujeres casadas tenían una condición de inferioridad y estaban sujetas a la autorización de sus esposos. En cambio, las viudas se hacían cargo de sus negocios; también las mujeres solteras que hubiesen alcanzado la edad suficiente para conseguir ese derecho. Entre las élites de la Nueva España hubo mujeres capaces que manejaron un patrimonio e incluso lograron incrementarlo (Couturier, 1985; Parra, 2003; Escalona Lüttig, 2021). Algunas mujeres conocidas del periodo de la independencia fueron excelentes administradoras de sus bienes y dejaron documentación abundante para conocer acerca de su participación en diversos ámbitos (Arrom, 2020). Las transacciones llevadas a cabo por mujeres eran tan válidas como las de los hombres.
Algunas peculiaridades de la realidad oaxaqueña merecen ser tomadas en cuenta. Por ejemplo, la situación de la nobleza indígena que incluyó hombres y mujeres con derechos, con propiedad, en repúblicas con un régimen jurídico propio. Para principios de siglo, varias cacicas habitaban en la ciudad y eran jefas de familia, como lo consigna Rabell (2008: 125). Un par de años después de la consumación de la independencia, se suprimió la nobleza (española e indígena) en México, sin embargo, sabemos que aunque los caciques de Oaxaca perdieron derechos y privilegios, pudieron conservar su patrimonio.
Oaxaca encabezó la tarea codificadora con el Código Civil de 1828, adelantándose a varios estados de la federación. Inspirado en el Código Napoleónico, hubo pocos avances respecto a las mujeres, pues prácticamente tuvieron los mismos derechos que tenían antes. En general, los cambios que trajo en esta materia el siglo XIX son apenas perceptibles, como lo consigna Arrom en un trabajo representativo. Sólo en algunos detalles mejoró la condición femenina (Arrom, 1981). Así que la impresión de que el liberalismo siempre fue benéfico —por el valor incuestionable de sus propuestas de libertad, igualdad y justicia— debe confrontarse con realidades más complejas. En ese sentido, la historiografía reciente ha abierto ricos debates que ponen en duda la prédica secularizadora del liberalismo en favor de las mujeres (Scott, 2018; Hunefeldt, 2000).
Particularmente entre 1830 y 1870, los derechos políticos de las mujeres y de otros grupos fueron restringidos. La posibilidad de ser ciudadanas, de votar y ser votadas, fue anulada con distintos argumentos en favor del grupo familiar-patrimonial (Ibarra, 2022). En todo el mundo predominó el voto censitario, el voto selectivo que excluyó a todo aquel que no tuviera un patrimonio suficiente, que no fuera capaz de escribir, que no tuviese una educación. Aún cuando hubo quienes tuvieron un patrimonio, administraron negocios y haciendas, las mujeres no estuvieron contempladas en ese proceso. No era concebible que fueran cultas, que estuvieran a cargo de sus familias, tampoco importó que cumplieran con requisitos de vecindad y arraigo, mayoría de edad o instrucción suficiente. Se restringió su acceso a la ciudadanía bajo el argumento de una supuesta falta de autonomía. No obstante y muy en contra de ese argumento, estuvieron activas en otras esferas, especialmente en los terrenos de una ciudadanía civil. Es allí donde vale la pena seguir incursionando para conocer la historia de las mujeres de las primeras décadas del siglo XIX.
Referencias
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Arrom, S. (2020). La Güera Rodríguez, mito y mujer. Taurus.
Couturier, E. (1985). Las mujeres de una familia noble: los condes de Regla de México (1750-1830). En Lavrin, A. (comp.), Las mujeres latinoamericanas: perspectivas históricas (pp. 153-176). FCE.
Escalona Lüttig, H. (2021). Mujeres mineras, familia, conflictos y redes financieras en la intendencia de Oaxaca (1786-1820). Tiempos Modernos, 11(46), 395-420. https://www.tiemposmodernos.org/tm3/index.php/tm/article/view/5556
Esparza, M. (comp.) (1986). Morelos en Oaxaca: documentos para la historia de la independencia. Gobierno del Estado de Oaxaca.
Fernández de Lizardi, J. J. (1995). Obras (Vol. XIII). UNAM.
García, G. (comp.) (1985). Documentos históricos mexicanos (Tomo V). SEP.
Guzmán Pérez, M. (2013). María Manuela Molina. Capitana titulada por la Suprema Junta. En Guzmán Pérez, M. (coord.), Mujeres y revolución: En la independencia de Hispanoamérica (pp. 159-192). Instituto de Investigaciones Históricas-UMSNH.
Hunefeldt, C. (2000). Liberalism in the Bedroom. Quarreling Spouses in Nineteenth-Century Lima. The Pennsylvania University Press.
Ibarra, A. C. (2000). El cabildo catedral de Antequera, Oaxaca, y el movimiento insurgente. El Colegio de Michoacán.
Ibarra, A. C. (2022). “¿Hay alguna razón para excluirlas la de representación nacional?” Las mujeres en el tránsito de la Nueva España al México independiente. Academia Mexicana de la Historia / SEP.
Ibarra, A. C. (2004). La independencia en el Sur de México. Instituto de Investigaciones Históricas / Facultad de Filosofía y Letras, UNAM.
Izard Llorens, M. (1979). El miedo a la revolución. La lucha por la libertad en Venezuela, 1777-1830. Tecnos.
Parra, A. (2003). Empresa y familia en la minería del Guanajuato decimonónico. Boletín Oficial del INAH, (72), 79-86.
Perrot, M. (2008). Mi historia de las mujeres. FCE.
Rabell, C. (2008). Oaxaca en el siglo XVIII: población, familia y economía. Instituto de Investigaciones Sociales – UNAM.
Scott, J. W. (2018). Sex and Secularism. . Princeton University Press.
Spivak, G. C. (2010). Can the subaltern speak? En Morris, R. C. (ed.), Can the Subaltern Speak? Reflections on the History of an Idea (pp. 21-78). Columbia University Press.
Tutino, J. (2018). The Mexican Heartland: How Communities Shaped Capitalism, a Nation, and World History, 1500-2000. Princeton University Press.
- anacarol@unam.mx ↑
- El presente texto se inserta en dos proyectos colectivos centrados en las mujeres de Oaxaca en la primera mitad del siglo XIX: CF-2023-I-144 y PAPIIT IN400124. ↑
- Convocadas anualmente por las principales instituciones de Oaxaca, desde 2023 se han celebrado con regularidad reuniones, mesas de debate y conversatorios que han suscitado gran interés y animado las movilizaciones en favor de los derechos de las mujeres. ↑
- El levantamiento de Riego obligó al monarca a restablecer la Constitución, abriendo paso a lo que se conoce como el Trienio Liberal. Para algunos autores el temor a que los excesos de la revolución liberal se extendieran a los dominios americanos, hizo que sectores conservadores, reacios al cambio, se volcaran en favor de la separación definitiva de España (Izard, 1979). Aunque el argumento se ha complejizado, es indudable que para la Nueva España el acontecimiento contribuyó a inclinar la balanza hacia la independencia. ↑
- Esta actitud hacia la participación de las mujeres en la política fue común en todas las revoluciones de la época. La revolución francesa canceló los clubes de mujeres por considerar que ellas alborotaban mucho y que debían estar cumpliendo con sus deberes en casa. Tras un activismo importante en favor de su participación, los congresistas republicanos en Nueva Inglaterra prohibieron su presencia en esos foros. Las Cortes españolas no concedieron lugar a las mujeres ni siquiera en los espacios abiertos a público de sus sesiones. ↑
- Sabemos bastante de las heroínas de la independencia. Los primeros liberales dedicaron a las mujeres insignes menciones y homenajes, en especial a Leona Vicario y Josefa Ortiz de Domínguez. En 1910, Genaro García, aparte de reunir las causas de infidencia de muchas mujeres, escribió la biografía más completa de Leona. Recientemente, los trabajos de Patricia Galeana, Moisés Guzmán Pérez, Guadalupe Jimènez Codinach, Alicia Tecuanhuey y Ann Staples nos ofrecen una rica galería de biografías bien documentadas de las heroínas de la independencia. Sus investigaciones nos permiten conocer a un número cada vez mayor de mujeres revolucionarias. ↑
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Morelos se instaló en la ciudad mediante acuerdos con las principales corporaciones y con la anuencia de los criollos de la élite, entre los cuales repartió nombramientos y prebendas. Si bien al inicio asesinó a señalados jefes realistas que buscaron defender la plaza, poco después buscó consensos para crear un gobierno que tuviese legitimidad. ↑