Dulce M. Espinosa de la Mora[1]
Escuela Nacional de Antropología e Historia
Georgina Vences Ruiz[2]
Facultad de Filosofía y Letras, UNAM
Resumen
Hace años que los productores de maíz, calabaza y frijol en Telpitita, Jalisco, practican el «coamil», una forma de siembra en la que, al trabajar las laderas y parcelas, se reconocía la necesidad compartida de alimentos entre humanos y animales de monte. Con el tiempo, ese reconocimiento se transformó en una disputa, pues los animales comenzaron a necesitar más los cultivos de la gente y a ocasionar mermas, generando el malestar de los campesinos.
Entender esta disputa entre humanos y animales detona este artículo que investiga cómo, a lo largo de las diferentes fases del ciclo agrícola (preparación del terreno, siembra, limpia y cosecha), se fue modificando el vínculo entre el campesinado y la fauna silvestre, pasando de una forma de compartir el alimento a un territorio en conflicto. Se analizan algunas estrategias que los agricultores adoptan para sustentar a sus familias, considerando la presencia de los animales en sus parcelas y que el territorio se ha modificado.
La investigación se basa en datos de estancias de campo realizadas entre 2009 y 2010, como parte del proyecto del Instituto de Investigaciones Sociales de la UNAM Vulnerabilidad e instituciones culturales y sociales en el manejo de los recursos naturales: servicios ecosistémicos en Cuitzmala, Jalisco, y se centra en Telpitita, una comunidad que subsiste principalmente de sus cultivos, complementados con cacería y pesca, ha experimentado la transformación de la vida silvestre, así como la de la relación entre humanos y animales.
Palabras clave: coamiles, animales no humanos, productores de pequeña escala, disputa.
Introducción
Hubo un tiempo en que los pequeños productores de maíz, calabaza y frijol de Telpitita, en Villa Purificación, Jalisco, reconocían que los animales de monte tenían la misma necesidad de acceso a los alimentos que los humanos. La cosecha provenía de un tipo de siembra de temporal conocida como ¨coamil¨ en la que las laderas y faldas de los cerros, así como las parcelas en tierras planas, se cultivan con palo sembrador, y los alimentos compartidos eran producto del trabajo humano. Sin embargo, este reconocimiento se trastocó.
Con esta idea como base, este artículo quiere dar cuenta de las formas de relación derivadas del contacto entre productores de pequeña escala al sur de Jalisco y animales no humanos que convergen en sus parcelas o coamiles a lo largo de un ciclo agrícola anual. Para ello resulta necesario abordar las siguientes preguntas: ¿Cómo se relacionan y cómo se han relacionado el campesinado y los animales[3] en las parcelas o coamiles en Telpitita? ¿Y cómo las parcelas y coamiles pasaron de ser lugares reconocidos para la obtención de alimentos de ambos grupos, a convertirse en un territorio en disputa?
En este texto describiremos las fases de preparación del terreno, la siembra, la limpia y la cosecha, proceso durante el que los diversos animales del monte hacen presencia. También analizaremos algunas acciones que los campesinos emprenden en los coamiles para dar de comer a sus familias, contemplando o, mejor, incluyendo en ellas, a los animales de monte en las parcelas. Todo ello con el objetivo de entender la construcción social que dio origen a la animadversión entre lo humano y las diversas especies animales silvestres en la región de estudio.
La información que sustenta esta investigación se deriva de los datos recabados durante diferentes estancias de campo realizadas entre los años 2009 y 2010, como parte del proyecto de investigación Vulnerabilidad e instituciones culturales y sociales en el manejo de los recursos naturales: servicios ecosistémicos en Cuitzmala, Jalisco del Instituto de Investigaciones Sociales de la UNAM. Las estancias se realizaron en diferentes temporadas, y se entrevistó a trece hombres y mujeres de la localidad. La información sobre la localidad y su historia, salvo que esté referenciada de otro modo, proviene de estas estancias y entrevistas.
Para conocer más sobre esa problemática, presentamos un estudio cuyo objetivo etnográfico se encuentra en Telpitita, localidad de la comunidad indígena de Jirosto, municipio de Villa Purificación, en el estado de Jalisco. Se eligió dicho territorio por varias razones: se trata de una población que —todavía en 2010— subsistía de sus siembras, que complementaba con alimentos de cacería y pesca. Y, por otro lado, y quizás lo más importante, en este sitio los productores habían expresado su malestar por los perjuicios que causan los diferentes animales a sus parcelas, como comerse los maíces y otros cultivos.
En el marco de las exploraciones en el territorio estudiado, se encontró una región muy diversa de cuyas poblaciones se sabe poco. Para los años de la visita, los grupos familiares que allí habitan se dedicaban a actividades agropecuarias (véanse Lazos, 2020, y Espinosa, 2018) y aprovechaban los diversos vegetales y vida animal del bosque para obtener alimento, objetos ornamentales, dinero, entre otros recursos.
Estas comunidades interactúan y se benefician de las especies silvestres a las que llaman ¨animales de monte¨, porque nacen y provienen de ese espacio. De acuerdo con datos de campo, cuando se pregunta qué son estos animales, las dos principales características con las que los describen son: los consideran privados de pensamiento, y carecen de extremidades (como las que poseen los humanos). En adelante, en este trabajo se reconocerán como animales no humanos a todos estos animales de monte porque el factor común que tienen entre ellos es, precisamente, que carecen de humanidad según Carretero y Marchena (2018, citados en Varela, 2022, p. 14). Las comunidades de Villa Purificación señalan que los animales de monte generan afectaciones, y las dividen en benéficas y perjudiciales. Las segundas las denominan de ese modo debido a los daños que causan a los bienes muebles, animales domésticos, a las personas y a los cultivos.
La Villa Rica
En Villa Purificación se encuentra la localidad de Telpitita, en la costa sur del estado de Jalisco donde predomina el bosque tropical caducifolio. Este es un ecosistema que se extiende de sur a norte del Pacífico mexicano en el que se ha registrado el mayor número de especies endémicas del mundo (Gentry, 1995; Trejo y Dirzo, 2000, citados en Boege et al., 2010: 5), y es reconocido por su alta diversidad en flora y fauna (Rzedoswki, 1991, citado en Noguera, 2002).
Por otro lado, las investigaciones arqueológicas han identificado diferentes poblaciones antiguas que habitaron la región de la costa, donde se constituyó el complejo mosaico cultural conocido como el Occidente de México (Schöndube, 1994: 21) del área mesoamericana. Estos mismos registros también han dado cuenta de que aquellas culturas y pequeñas poblaciones prehispánicas sembraban maíces, calabazas, chiles y tomates en policultivo bajo el sistema milpa.
Tras la Conquista, las comunidades indígenas sobrevivientes de la región mantuvieron el cultivo del maíz, así como su dependencia de la colecta, la caza y la pesca, a lo que se sumó el manejo de animales de corral introducidos por los peninsulares. Tales prácticas han perdurado hasta nuestros días —cambiando la proporción de su importancia lo que indica que hay una continuidad histórica en dichas formas de abastecimiento y subsistencia.
El coamil: espacio de animales humanos y no humanos
Actualmente la milpa —la parcela o el coamil, que es como se le nombra al espacio de cultivo y trabajo en la localidad—, está reconocida como el sistema agrícola tradicional más practicado, a lo largo del país, pero vale aclarar que no es el único. En términos biológicos es considerado un espacio dinámico de recursos genéticos,[4] en el que se siembran diferentes cultivos, además de los maíces. Dependiendo de la región en donde se encuentre, en esta parcela pueden crecer quelites, quintoniles, verdolagas, plantas medicinales, entre otras muchas plantas y especies comestibles asociadas. La milpa, indica CoSustenta(en Cortés Pérez, 2021), también lleva a cabo otras funciones como la de ¨[hospedera] de insectos, tlacuaches, armadillos […]¨, que son fuente de alimento para animales no humanos y trampa de cazadores.
En los mitos mesoamericanos, el maíz —uno de los principales elementos de la milpa— está fuertemente vinculado al humano, como también están asociados varios animales. De acuerdo con López Austin, está el mito referido al origen del hombre cuando los dioses después de realizar varios intentos para crearlo enviaron ¨al gato montés, al coyote, a la cotorra chocoyo y al cuervo a traer mazorcas amarillas y blancas de Paxil y Cayalᨠcon los que finalmente lograron formar al hombre y a la mujer (2003: 31).
En otra versión, López Austin encuentra en la obra La leyenda de los Soles el relato donde se narra cómo el dios Quetzalcóatl —quien deseaba destinar la planta a alimentar al hombre—, descubre el depósito donde se atesoraba el maíz gracias a una hormiga que cargaba un grano. Así, junto con los dioses de la lluvia lo robaron y lo distribuyeron a los cuatro puntos cardinales de la tierra y desde allí aprendieron a cultivarlo para reproducirlo cada año (2003: 35).
Comunidades mayas, nahuas, mixtecas, así como otras poblaciones indígenas, mantienen presente en su memoria, en sus prácticas agrícolas y religiosas, diversos elementos del vínculo ancestral con el universo del maíz. Entre ellos están los lazos con diferentes especies animales con las que mantienen relaciones de compleja vinculación. Katz —quien realizó una investigación sobre el simbolismo de las hormigas (2005)— encontró que en algunas comunidades indígenas estos insectos han sido acusados de dañar la milpa, pero, por ejemplo, para los mixtecos además de causar daños también anuncian el inicio de la temporada de lluvia cuando aparecen, lo que les da una connotación positiva dentro de las comunidades.
A partir de estos datos etnográficos sabemos que las siembras son un espacio donde convergen necesidades e intereses de diferentes especies vegetales y animales, cuyas interacciones seguimos comprendiendo poco. El caso de hormigas o el de las cotorras mencionadas en los mitos, indican que la relación entre humanos y animales en las milpas no es sencilla ni se puede reducir a animales que hacen bien o hacen mal.
En el caso de Telpitita, los habitantes de la localidad tienen contabilizada una decena de especies silvestres que buscan alimentarse con maíces —el sustento de las comunidades en México por excelencia—, que son fruto de su trabajo. El maíz es motivo de disputas y de convergencia entre humanos y animales. Y en esta compleja relación, cada pueblo o ranchería tiene una manera de dirimir esos desencuentros, una fórmula que responde a su cultura, historia, contexto y circunstancias.
Telpitita, sus coamiles y sus habitantes antes de la primera mitad del siglo XX
Telpitita, nombrada de esa manera en honor a la virgen de Talpa, es una de las localidades de la comunidad indígena de Jirosto, situada a unos 8 kilómetros de la cabecera comunal. La comunidad se caracteriza por los desniveles del suelo, montículos, enormes rocas y pequeñas planicies, un relieve que determinó la traza irregular de las viviendas y la formación de las parcelas. Jirosto rentaba estas tierras como agostadero para los hatos ganaderos de los hacendados, mientras que algunos comuneros sembraban sus milpas de temporal.
Se dice que los pioneros provenientes del Portezuelo, un asentamiento vecino, fundaron Telpitita hacia finales del 1900. Abuelos de la comunidad recordaron a través de entrevistas que en aquel tiempo había más vegetación con monte alto, robles, árbol maría (Plumeria rubra), tepezmequite (Lysiloma mycrophyllum), pastizales y zacatales nativos, frutales como guayaberas y nanciteras,[5] abundante agua de lluvia y en diversos veneros, así como aves y mamíferos que se dejaban ver con cierta frecuencia, además de muchos alacranes. Todos mantenían una fuerte dependencia del bosque.
En ese tiempo, debido al reducido número de habitantes en el territorio de la comunidad, los pequeños productores[6] gozaban de mayor libertad para elegir dónde fincar sus viviendas, y sembrar parcelas y milpa. Es decir, podían mudarse más de una vez si así les convenía. Para ello, acudían con las autoridades comunitarias para solicitar su anuencia.
Las primeras familias sembraron en suelos planos cerca de los veneros de agua. Manejaban dos tipos de parcelas: las llamadas ¨yuntas¨, que miden cuatro hectáreas aproximadamente, ubicadas en planicies por lo que se podía arar en ellas con animales de tiro, y las segundas, situadas sobre laderas y pies de cerros (ver imagen 1), denominadas «coamiles» (Espinosa, 2018: 78) porque, como se mencionó al comienzo del texto, se emplea el palo sembrador llamado coa para sembrar.
Imagen 1. Cerco, parcela y pastizal sobre la ribera del río El Chino. Villa Purificación, Jalisco.
Georgina Vences, 2010
Cada año cuando los productores sembraban, las semillas, brotes y frutos atraían diversos animales de monte. Se acercaban mapaches (Procyon lotor), tlacuaches (Didelphis virginiana), e incluso venados (Odocoileus virginianus), pericos (Aratinga canicularis) y hormigas. La mayoría no causaba serias afectaciones, pero sí disgustos e inconvenientes que se traducían en un aumento del trabajo. Incluso algunas personas les tenían cierta consideración: ¨cuando uno siembra muchito, esos animalitos no perjudican mucho, siempre comen ellos y sale pa’ uno también, pero el viento no, el viento sí acaba con todo¨ (Santana Martínez, 2010).
La consideración no se tenía hacia las aves, particularmente los pericos y las guacamayas, porque llegaban en parvadas que tenían la capacidad de afectar seriamente los cultivos. Incluso podían dejarles poco maíz o comerse toda la cosecha. Por ello las ahuyentaban echando tiros al aire y enviando a los niños a espantarlas.
La preocupación de los productores iniciaba desde el momento en que ponían las semillas en la tierra. Como dependían del temporal, si no llovía lo suficiente no germinaban bien, y aparecerían las hormigas y roedores. Entonces echaban más de una, tres, cinco semillas. Don Casimiro recordó lo que hacía su padre; colocar semillas adicionales para los otros, a manera de tratar de garantizar la cosecha o compartir: ¨eso platicaba mi jefe que según eso son siete granos que hay que sembrar uno, son siete granos, que uno es pa’ el esquilín,[7] otro pa’l ratón y van a quedar cinco pa’l patrón¨ (Casimiro Verdín y María Santos, 2010).
En cambio, don Faustino, al hablar sobre el maíz, argumentó que existe una rivalidad con él porque todos lo comen. Se lo comen las arrieras, las gallinas, los puercos, las vacas, las bestias, hasta los venados, las zorras (Urocyon cinereoargenteus), los tejones (Nasua narica) y los jabalíes (Pecari tajacu): ¨Todos semos contrarios del maíz, entonces el maíz, pobrecito se cría con la voluntad de dios pa’ estar dispuesto pa’ mantener a todos los nacidos¨ (Faustino Martínez, 2010). La rivalidad a la que alude don Faustino por otro lado confirma el alto valor que tiene el grano como alimento para humanos y animales, aun cuando ambos compiten por él. Los primeros se permiten repartir un poco con los segundos, compartiendo así también parte de su trabajo.
Las familias recordaron que incluso con las dificultades que enfrentaban para subsistir, obtenían buenas cosechas sin usar agroquímicos, cosechas que alcanzaban para alimentarse ellas, y a sus bestias de carga, gallinas, puercos y perros durante el año o hasta un poco más. Por ello consentían que un poco del maíz de la parcela alimentara ocasionalmente a mamíferos, aves e insectos que, si bien causaban molestia, no generaban encono al grado de desatar una fuerte persecución o desear su destierro absoluto.
Las trasformaciones que llevaron a la disputa
A partir de la segunda mitad del siglo XX Telpitita comenzó a experimentar diferentes cambios entre la población, la práctica agrícola y las condiciones del entorno, que impactaron los cultivos y las relaciones de los habitantes con los animales de monte.
El primer cambio consistió en el aumento del número de habitantes del lugar. A Telpitita llegaron más familias del Portezuelo y de otras rancherías, sumándose a las ya existentes. Con ello aumentaron los desmontes y se redujeron las áreas de pastizales, para la construcción de viviendas y siembra de más parcelas.
Respecto a la práctica agrícola, esta sufrió cambios de manera acelerada en unas cuantas décadas. En los años 1960 los productores ya empleaban los fertilizantes, herbicidas y plaguicidas químicos que compraban porque garantizaban las cosechas y obtenían altos rendimientos de maíz para satisfacer la creciente demanda del mercado regional. A Telpitita acudían compradores procedentes de Autlán, Guadalajara y otros municipios. Una parte de la producción se destinaba al consumo familiar, el resto para la venta convertida en mercancía.
Décadas después, al disminuir la demanda de productos agrícolas, las autoridades gubernamentales comenzaron a impulsar la siembra de pastos mejorados como alternativa, entre ellos jaragua (Hyparrehenia rufa) y tanzania (Panicum maximun) con lo que inició la sustitución de milpas por forrajes para el ganado. Para entonces el suelo desmontado era mayor y algunas personas comenzaban a notar que transitaban menos animales del monte en el lugar.
Luego, hacia fines de los años 1980, los habitantes recibieron ¨la orden¨ de cercar las parcelas, potreros y toda fracción de tierra que estuviera en usufructo o fuera ¨propiedad¨. Hubo quienes cercaron con alambres, otros con maderos y otros con los materiales que pudieron conseguir. Algunas personas resultaron afectadas pues fueron objeto de despojo de fracciones de tierra y otras quedaron sin posibilidad de acceder a ella. La orden también dio la pauta para que se cometieran excesos al colocar cercas en caminos y fuentes de agua, dificultando el acceso a alimentos y el tránsito de las especies animales en general.
Las familias comenzaron a resentir los resultados de los cambios hacia el comienzo del siglo XXI: reducción del número de productores, envejecimiento de los agricultores, migración, abandono de tierras, sustitución de milpas por los pastos mejorados y siembra de maíz para forraje.
En las parcelas los cambios se expresaron en una disminución de los rendimientos en las cosechas, desgaste de la tierra, en los altos costos que debían erogar para sembrar, principalmente al verse obligados a comprar fertilizantes como la urea, indispensable para obtener cosecha en suelos degradados bajos en nitrógeno, y los herbicidas como el tordon empleado contra las malas hierbas. Para las familias, incluso aquellas con ingresos insuficientes, sembrar maíces continuaba siendo el principal sustento alimenticio, aunque representara un gasto importante y la cosecha no alcanzara para cubrir el año.
La gente comenzó a percibir que los ciclos de lluvia eran más cortos, hubo reducción de agua en los afluentes, menos peces y crustáceos; disminuyó la presencia de hormigas, las manadas de jabalíes no superaban los cinco individuos, y los venados y cotorros dejaron de aparecer. En algunas parcelas los frijoles no volvieron a crecer. En cambio, aumentaron las poblaciones de tesmos[8] (Spermophilus annulatus), grandes consumidoras de maíz. El grano —valioso como alimento y por todo el trabajo que se destina a obtenerlo—, aumentó su valor. Pero no solo eso, el margen de la cosecha se redujo a tal punto que ya no se podían permitir perder nada o casi nada de lo sembrado. Se instaló —con razón— una percepción de escasez a la que se sumaron las nuevas tecnologías para la siembra, y acceder a ellas significó que la gente ya tampoco podía disponer de maíz como lo hacía en el pasado.
El ciclo agrícola y las interacciones entre humanos y no humanos
En el momento que se hizo el trabajo de campo para esta investigación, la mayoría de las siembras seguían siendo de temporal. El ciclo inicia en marzo con los trabajos de limpieza del terreno, en mayo se queman los restos de vegetación y se espera la lluvia que debe mojar bien la tierra para sembrar. Luego en los siguientes meses se realizan las actividades de deshierbe —con líquidos o manualmente— y se aplican los fertilizantes. Los productores aumentan la vigilancia en septiembre, cuando aparecen los elotes. A partir de octubre comienzan a pizcar.
De acuerdo con datos de campo, al comenzar las labores para arreglar la tierra en los meses de marzo y abril los agricultores desmontaban con machetes el zacate y el monte para limpiar el espacio a sembrar. Si llegaban a encontrar alguna víbora enroscada en los macollos[9] la mataban con varas, a machetazos o chicotazos en la cabeza dejando sus restos a los zopilotes (Coragyps atratus). Luego en mayo realizaban la quema para eliminar los restos de vegetación que hubieran quedado.
Una vez que los productores colocaban las semillas, iban o enviaban a niños a ahuyentar zanates y otras aves para impedir que sacaran los granos y se comieran los brotes, y también a las iguanas (Iguana iguana), a las que les atraían los brotes de frijol. Los tesmos se comenzaron a acercar después. Antes de que los productores usaran agroquímicos, elaboraban una receta para preparar una ¨yerba¨ —así denominan a los venenos en general— que se echaba para ahuyentar o matar a los animales que se comían el maíz.
Se recomendaba matar un sapo (Bufo), de los más gordos, ponerlo a cocer con maíz hasta que este último reventara. Una vez cocidos, los granos de maíz se llevaban al desmonte para regarlos por toda la siembra. Al comerlos el animal se ¨enyerbaba¨ porque los sapos son muy venenosos.
Las preocupaciones disminuían momentáneamente cuando las cañas del maíz habían superado el metro de altura, pero regresaban cuando aparecían los jilotes. Entonces, los productores regularmente llevaban de dos a cinco perros para vigilar y disuadir a los posibles intrusos. En caso de encontrar cañas tiradas y hojas, hacían vigilias nocturnas o daban vueltas por la tarde cuando aumentaban las oportunidades de cazarlos.
Entre septiembre y octubre ya estaban listos los elotes tiernos. Las tensiones se multiplicaban porque más de una especie podía llegar en manada para comer el dulce grano, como los mapaches, los tejones y los jabalíes, lo que auguraba más de un enfrentamiento con los productores.
Para identificar a los causantes de los daños observaban la escena, el estado de los restos y la huellas. Por ejemplo, el mapache —indicaron los informantes— deja huellas semejantes a las pisadas humanas; dicen que tiene ¨las patitas como de persona¨, le gusta mucho el elote tierno, por lo que lo consideraban como ¨muy elotero¨.
Pero cuando los jabalíes o los tejones iban por el maíz, llegaban en manadas con hasta cinco individuos. Regularmente aparecían por las tardes o en la noche. Los enfrentamientos de este tipo ocurrían con más frecuencia en los coamiles que se encontraban un poco distantes de las viviendas. Los productores iban con sus armas de fuego, las retrocargas, y sus perros para ahuyentarlos o matarlos. De manera que las parcelas se convertían en trampas donde aumentaban las posibilidades de que los animales fueran cazados en represalia (Santos-Fita et al., 2013).
Una parte de los restos de los animales eran dejados a los perros para que los comieran, el resto se llevaba lejos, hacia los cerros, donde los zopilotes los pudieran encontrar. Finalmente, al llegar octubre, cuando los elotes ya habían madurado, comenzaba la pizca hasta diciembre o enero, con lo que terminaba el ciclo.
Se observa que a lo largo del ciclo llegan diferentes animales de monte, pero unos dejaron de aparecer. Los que llegaban en manadas, ahora lo hacían en grupos pequeños y otros, como el tesmo, comenzó a visitar los sitios con más frecuencia. Los productores reconocieron que había menos animales de monte y los perjuicios que les causaban en las siembras eran pocos. No obstante, varios ya consideraron como positiva la disminución y ausencia de diversidad de especies, como en el caso de los cotorros, porque de ese modo dejarían de tener pérdidas en sus cultivos y de dinero.
Reflexiones finales
En Telpitita se pudo observar cómo ciertas transformaciones en la producción agrícola ocurridas en medio siglo impactaron negativamente en la forma de relacionarse entre los productores y los animales del monte, a los que permitían comer un poco de granos, brotes y frutos del maíz.
Con el tiempo, la milpa se está volviendo un bien escaso donde los humanos y no humanos luchan, de manera que los agricultores van dejando de lado ese gesto de compartir por adoptar la lógica de no perder grano, dinero ni trabajo.
En la medida en que los métodos de siembra o sistemas de cultivo se han modificado y se han vuelto menos de subsistencia y más extractivistas, el territorio se ha modificado empujando a los animales de monte a depender más del alimento que encuentran en las siembras y a las comunidades a defender su trabajo desconectándolo del entorno. Con menos fuentes de agua, menos bosque y suelos más degradados, obtener una buena cosecha es cada año más complicado.
Referencias
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Cortés Pérez, P. (2021, 29 de diciembre). Milpa, vital para la preservación de la riqueza alimentaria. Universo. Sistema de noticias de la UV. https://www.uv.mx/prensa/banner/milpa-vital-para-la-preservacion-de-la-riqueza-alimentaria
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Katz, E. (2005). Las hormigas, el maíz y la lluvia. Anales de Antropología, 39(2). https://doi.org/10.22201/iia.24486221e.2005.2.9972
Lazos Chavero, E. (coord.) (2020). Memorias agrarias, vivencias ambientales. Pueblos en movimiento en Villa Purificación, Jalisco. IIS-UNAM.
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Noguera, F. A., Vega Rivera, J. H., García Aldrete, N. y Quesada Avendaño M. (2002). Historia Natural de Chamela. Instituto de Biología – Universidad Nacional Autónoma de México.
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- En adelante, animales hará referencia a animales no humanos, salvo que el texto sugiera lo contrario. ↑
- De acuerdo con la Secretaría de Agricultura y Desarrollo Rural (2022), son cualquier tipo de material genético que contenga unidades funcionales de la herencia, origen agrícola, pecuario, acuático, microbiano e invertebrado, con valor real o potencial para la alimentación y la agricultura. ↑
- La gente nombra de esa manera a los árboles de la guayaba y el nance. ↑
- Se toman en este trabajo los términos propuestos por el Senasica, la CNA y la FAO, quienes consideran pequeño productor vinculado a la agricultura familiar a «los productores agrícolas que cultivan en parcelas menores a cinco hectáreas y en el caso de los pecuarios, crían alrededor de 35 animales de una o más especies […]» (Senasica, 2021). Ver también FAO, s.f. ↑
- Otro tipo de hormiga que es muy pequeña, generalmente de color negro. ↑
- Ardilla de tierra. ↑
-
Brotes de plantas. ↑