Investigación para el cuidado de la vida: implicaciones
y contradicciones

Iván González Márquez[1]
Conahcyt CIESAS Pacífico Sur

Ilustración Ichan Tecolotl

Soy de los convencidos de que la ciencia en México (y en el mundo) debe tener como prioridad atender los grandes problemas nacionales (y globales). Vivimos en tiempos en que hay una crisis generalizada en todos los sistemas que sostienen la vida humana y no humana en el planeta. Es urgente y necesario involucrarse en la discusión de cómo entendemos esta crisis, cuáles son sus causas profundas y cuál es la mejor dirección en que podemos reaccionar para cuidar la vida. El sistema urbano-agroindustrial global no podrá sostener su trayectoria de crecimiento ni podrá tampoco estabilizarse en ninguna “sustentabilidad” con los niveles actuales de consumo de recursos y producción de desechos. Estamos atestiguando el inicio del fin del crecimiento económico y demográfico, de la globalización industrial que ha favorecido la acumulación de riqueza y poder en pocas manos. Para evitar el colapso social, nuestra única opción es el decrecimiento de emergencia. Nuestra mejor apuesta sería (re)construir economías locales, de bajo consumo energético, capaces de resolver necesidades básicas con materiales y conocimientos locales, así como con procesos artesanales y ecológicamente regenerativos, en el marco de economías solidarias que pongan el cuidado de la vida en el centro (González, 2020).

No somos pocos quienes hemos optado por un camino científico/académico para incidir de manera positiva en esta realidad que constituye el mayor desafío científico de la historia (González y Toledo, 2020). Conforme uno se hace consciente de que realmente nos va la vida en ello —que no son teorías para un supuesto futuro, sino una realidad que se está desarrollando ante nuestros ojos—, llega un punto donde nada más demanda nuestra atención con la misma urgencia. Cada vez más, los impactos de la policrisis obligarán a concentrar nuestra limitada energía colectiva en reaccionar, y no solo los centros públicos de investigación sino la sociedad entera debería considerar esto como prioridad. Sin embargo, aun coincidiendo a nivel personal con esta intención institucional de atender grandes problemas (entre ellos la transición energética, el cambio climático, la soberanía alimentaria, el agua, etc.), investigadores como yo enfrentamos dificultades particulares. En este texto muestro algunas de ellas, a partir de lo que he encontrado en mi propio camino, con el propósito de señalar puntos que podrían incrementar nuestra capacidad de incidencia.

Quién soy y qué estoy haciendo como Investigador por México

Nacido en la Ciudad de México, me mudé a Oaxaca porque sostengo que este es uno de los lugares cruciales para incidir en esta encrucijada. Tanto por su diversidad biocultural como por su tejido organizativo comunitario, este estado sureño es un laboratorio vivo de creatividad organizativa y adaptativa, caldo de cultivo de iniciativas regenerativas tanto del tejido comunitario como ecológico que serán de extrema relevancia para el futuro. Como psicólogo social y antropólogo, me enfoco en los procesos organizativos que están reaccionando a las múltiples crisis ante la creciente inoperancia de estructuras colectivas en decadencia. ¿Qué tipo de estructuras organizativas lograrán reaccionar mejor?, ¿Qué obstáculos enfrentan?, ¿Cómo podemos articular los saberes científicos y comunitarios para hacer frente colectivamente a esta situación?, son algunas preguntas de mi investigación.

Cuando uno se encuentra con colegas académicos, la plática típica comienza por qué tema trabaja cada quién y suele terminar en “lo que callamos los científicos”: la academia es ruda, es un ambiente hostil para el “animal suave que es nuestro cuerpo” (como dice el poema de Mary Oliver). Todos queremos hacer un aporte en nuestro campo de estudio y, en teoría, esto debería asegurar nuestra permanencia en centros de investigación y universidades. Sin embargo, estos objetivos muchas veces parecieran ir uno contra el otro. En especial, los “jóvenes” investigadores vivimos una permanente sobrecarga difícil de sobrellevar ante la precariedad de contratos temporales o “apoyos”, con la promesa de que quienes tengan mejor desempeño podrán aspirar a una plaza cuando la haya. Todos estamos en la misma, no es competencia, no se trata de ver quién la tiene más difícil, el pasto del vecino siempre se ve más verde, son cosas que me digo a mí mismo, que me hacen respirar profundo y redoblar mis esfuerzos. Pese a ello, a partir de conversaciones con colegas y de la lectura de lo que reportan colectivos afines (Sellberg et al., 2020), considero pertinente señalar algunas implicaciones y contradicciones de este tipo de investigación.

Taller práctico de análisis del flujo de agua en la parcela donde hicimos el levantamiento topográfico para una práctica de diseño hidrológico, en el marco del proyecto Cosechando Resiliencia de Nuup y Ecosta Yutu Cuii. Foto: Iván González

Costos y trade offs de la investigación transdisciplinaria

Ya en muchos lados se reconoce que las problemáticas socioecológicas requieren un abordaje transdisciplinario, por lo que este ideal se ha convertido en un lugar común en discursos y objetivos institucionales. Sin embargo, asumir este desafío implica costos adicionales que creo necesario visibilizar.

Aunque cada vez hay más oferta educativa con intención transdisciplinaria, al final siempre queda una tarea autodidacta. Claro, ser investigador siempre es ser autodidacta de alguna forma. Pero es diferente cuando tu investigación se ubica en un campo disciplinario al que entraste a través de cursos introductorios que te proporcionaron un mapa general y cuando aprendiste insertándote en una comunidad de práctica que te transmitió las sutilezas de procedimientos que no se aprenden leyendo. Es diferente adentrarte por tu cuenta en campos alejados de la disciplina donde te formaste. No solo es familiarizarse con marcos teóricos y un vocabulario especializado sino comprender la perspectiva disciplinaria y posicionarse en las discusiones, familiarizarse con otros criterios de valoración epistémica cuyas implicaciones analíticas y metodológicas definen si la comunidad disciplinaria reconocerá un determinado esfuerzo como suficientemente riguroso o no; como un aporte novedoso o como la ocurrencia de un advenedizo que desconoce lo que se ha discutido por décadas; como integración transdisciplinaria o como eclecticismo sin sustento.

Nadie puede ser “todólogo”, pero, para participar en equipos donde cada quien aporte desde su especialidad, es indispensable adentrarse en otros campos con la suficiente profundidad para poder articularlos. Esto es especialmente difícil cuando hay que atravesar abismos epistémicos como el que separa las ciencias sociales de las ciencias naturales. Nadie quiere pasar horas “filosofando”. Todos queremos acotar un problema y pasar a la acción para obtener resultados tangibles y publicables. Sin embargo, paradójicamente, esto frena el progreso científico. En su famoso análisis sobre cómo se conforman las comunidades científicas, Thomas Kuhn (1996) mostró que existen dos momentos muy distintos en la investigación. El progreso de la “ciencia normal” es cuando una comunidad logra unir fuerzas con gran eficiencia, trabajando coordinadamente sobre la base de presupuestos compartidos, con una definición bastante clara del problema y con un ejemplo (paradigma) de cómo proceder para abordarlo. No obstante, es inútil querer avanzar como si estuviéramos en modo de ciencia normal cuando no existe ese suelo común. Construirlo es un tipo diferente de trabajo científico, menos ordenado y predecible pero absolutamente fundamental. Con urgencia y sobrecarga, nadie quiere entrar en estas complejidades. Para quienes solo se han movido en ámbitos monodisciplinarios y/o de ciencia normal, esto puede resultar frustrante y desesperante.

En lo personal, he invertido muchos años en este tipo de exploraciones, pasando por teoría de sistemas, termodinámica de sistemas alejados del equilibrio, biología de sistemas y ecología evolutiva, hasta integrar ciencias antropológicas, sociales y estudios culturales, todo lo cual implicó abordar múltiples problemas filosóficos y epistemológicos. Mi tesis de doctorado es una primera versión de lo que será un libro de texto transdisciplinario que facilite el transitar por esos laberintos, tanto para estudiantes que quieren abordar problemáticas socioambientales como para especialistas que buscan hacer equipo con colegas de otros gremios. Y, sin embargo, descubro que incluso eso que yo considero el “camino corto” (con el ABC de cada componente sintetizado) es un recorrido demasiado largo para el que no cualquiera tiene el tiempo necesario. Muchos colegas en este camino son personas apasionadas que asumen con entusiasmo estos desafíos, pero hay que notar que, incluso teniendo una gran motivación, se necesita destinar tiempo y recursos finitos en un esfuerzo que tiene menor “retorno de inversión” si lo único que consideramos es lo que se nos evalúa para la permanencia laboral. En ocasiones desde lo institucional se solicita colaborar en estos procesos, pero no necesariamente se generan las condiciones ni se libera el tiempo necesario para llevarlo a cabo. En esos casos, involucrarse implica asumir esos costos extra, y existe un creciente cuerpo de literatura que observa cómo esto presenta desafíos, particularmente para jóvenes investigadores (Haider et al., 2018; Kelly et al., 2019). Como señalan Sellberg y sus colaboradores:

Transdisciplinary early-career researchers are trading off pushing their own scientific career, which is easier to do within the scope of one discipline, as opposed to managing research that aims for interdisciplinarity and the integration of disciplinary knowledge. (Sellberg et al., 2020)

Además de las complejidades teóricas, metodológicas y epistemológicas, la investigación transdisciplinaria implica importantes desafíos en aspectos relacionales (Cundill et al., 2019; Wolff et al., 2019). Hay que desarrollar habilidades sólidas de negociación: ser brokers, traductores y mediadores ante las frecuentes tensiones que se dan entre escuelas de pensamiento, equipos de trabajo y expertos que solo consideran como válido el tipo de conocimiento con el que están acostumbrados a trabajar. Hay un cansancio y desgaste adicional cuando, justo por no tener el suelo común de un paradigma bien establecido, tenemos que justificar de forma constante nuestro proceder ante colegas o evaluadores que no comparten los mismos marcos de referencia. En ocasiones las cosas se complican aún más porque, detrás de las discusiones conceptuales o metodológicas, lo que en realidad está sobre la mesa es quién es la autoridad en determinada materia, quién tiene la experiencia más relevante, quién tiene la última palabra para zanjar la discusión, quién debería coordinar al equipo, etc. En un contexto de sobrecarga e incluso burn out colectivo, el cuidado de esa esfera relacional —cómo navegar en esas tensiones de manera respetuosa y cuidadosa— requiere un tiempo adicional y unos espacios de convivencia que, de no existir, entorpecen aún más la construcción del suelo común (paradigma).

Costos y trade offs de la ciencia de incidencia

Si además de lo que convencionalmente se considera el trabajo académico (cursos y publicaciones) nos proponemos construir “soluciones” en el territorio, se agrega todo un nuevo conjunto de dificultades. Sí, queremos entender a detalle un problema en un contexto específico, pero no podríamos quedarnos ahí: es urgente contribuir directamente a incrementar la resiliencia socioecológica en los territorios, para lo cual es indispensable incluir a actores no-académicos. Si bien incidir en política pública o programas institucionales es una intención muy válida, también se puede incidir en esos grandes problemas colaborando con comunidades campesinas y organizaciones de la sociedad civil.

Incontables experiencias demuestran que las “soluciones”, por más bien intencionadas y técnicamente fundamentadas que sean, no lograrán generar un cambio verdadero si no son co-construidas con los actores en territorio. Si no nos tomamos el tiempo de construir lentamente confianza, entender la realidad que viven las personas, las prioridades desde su perspectiva y vivencia, y qué “soluciones” son realmente sostenibles en las complejas circunstancias del lugar, nuestros esfuerzos científicos estarán mal dirigidos y no lograrán un verdadero impacto. Igual que con la transdisciplina, las metodologías participativas y el diálogo de saberes están ahora bastante presentes en objetivos y discursos. No obstante, rara vez se presentan las condiciones materiales y de tiempo adecuadas para llevarlos a la práctica. En circunstancias poco propicias, es natural que haya resistencia a tomar con seriedad este desafío. No se trata solo de lograr que las personas “se apropien” de las soluciones que propusimos como académicos (lo cual sigue siendo una forma de instrumentalizar al otro). Más que metodologías con las que logremos convencerles de hacer lo que nosotros creemos que deben hacer, se trata de abrirnos al diálogo permitiendo cuestionar nuestras propias creencias para co-construir con los actores territoriales todo, desde las preguntas y objetivos de la investigación hasta los procesos de sistematización-evaluación participativa. Se requiere diálogo y apertura para sostener una investigación colaborativa, exploratoria, donde a medio camino sea posible cuestionar los presupuestos iniciales para redirigir los esfuerzos (Corona y Kaltmeier, 2012).

La complejidad epistemológica y relacional inherente a la transdisciplina se intensifica al proponernos intervenir desde los ideales de diálogo de saberes y equidad u horizontalidad epistémica. El “suelo común” entre personas científico-académicas y campesinas/indígenas en ocasiones es aún más difícil de encontrar. El gremio antropológico, reconociendo su origen colonial, ha pasado ya por un intenso proceso de autocrítica y replanteamiento profundo en su relación con el Otro; sin embargo, para colegas de otras disciplinas la “colonialidad del saber” y la “ciencia occidental” siguen pareciendo extravagancias innecesarias o discursos inútiles, y se siguen reproduciendo asimetrías y verticalidades propias del “choque de civilizaciones”. La tarea de traducción, intermediación, resolución de conflictos y facilitación de procesos se vuelve aún más delicada al tener que lidiar con la justificada desconfianza originada por experiencias previas en las aulas rurales o con representantes de instituciones y proyectos anteriores.

Sumarse a un proyecto donde ya hay relaciones de confianza avanzadas y colaboraciones en curso entre comunidades e instituciones académicas es más fácil, pero muchas veces donde más se necesita incidir es donde no existen estas condiciones. En varias ocasiones he encontrado que ciertos grupos al interior de comunidades rurales e indígenas son mucho más conscientes de la emergencia y fragilidad en que se encuentran nuestros sistemas agroalimentarios, debido a su experiencia directa con los cambios en el clima, los precios de los combustibles, rendimientos y números rojos, lo cual favorece enormemente la posibilidad de unir esfuerzos para reaccionar. Aun así, el tiempo que se requiere es mucho y no sólo los académicos estamos sobrecargados: las mujeres y hombres en el campo están sosteniendo a duras penas un frágil equilibrio en el que con mucha dificultad pueden destinar tiempo a más talleres participativos.

El Programa Interinstitucional de Especialidad en Soberanías Alimentarias y Gestión de Incidencia Local Estratégica (PIES AGILES) tuvo el enorme acierto de no solo reconocer que los saberes campesinos son cruciales para atender los grandes problemas nacionales, sino becar a promotores campesinos de agroecología —con un pie en los saberes técnico-científicos y el otro en los tradicionales-campesinos—, lo que permitió que se dedicaran de tiempo completo a promover estos procesos en su localidad. Sin embargo, las personas con quienes debían llevar a cabo los procesos de investigación-acción participativa (IAP) enfrentaban estas mismas limitaciones. Hay un “cansancio participativo” por experiencias pasadas en las que las personas invirtieron tiempo y energía sin ver los resultados esperados. Incluso superado el problema de establecer relaciones de confianza a nivel personal, invitarles a destinar tiempo y energía escasos a un nuevo proceso implica una responsabilidad fuerte respecto a las expectativas de la comunidad. Nuestro grupo en Oaxaca generó 23 planes de acción territoriales resultantes de procesos de IAP con valiosas propuestas para impulsar las transiciones agroecológicas desde la acción colectiva. Desafortunadamente, no siempre hubo condiciones adecuadas para su completa implementación. Como programa formativo, más allá de las becas, no había presupuesto para viáticos ni para conseguir herramientas o materiales. Ante esto, tuvimos que gestionar por nuestra cuenta presupuesto y otros apoyos con aliados territoriales, además de poner directamente de nuestro bolsillo, pues al final recayó en nosotros la responsabilidad de generar “soluciones reales” a la altura de las expectativas.

Además, están todos los otros actores territoriales con quienes promovimos redes de acción territorial: autoridades de diverso orden, ONG, instituciones públicas, escuelas rurales, etc. Cada una con su visión, sus objetivos y su propio esfuerzo para destinar recursos limitados a explorar formas de colaboración. Involucrar a más y más actores fortalece los procesos, pero también los complejiza: sostener cuidadosamente cada vez más relaciones e interacciones se va haciendo imposible. Hay que tener en cuenta que estamos entrando en entramados relacionales saturados de divisiones, tensiones y conflictos de todo tipo, por lo que establecer una colaboración con cierto grupo en la comunidad, cierta autoridad o institución debe hacerse con mucho cuidado. A la vez, entrar en el ámbito de “resolver necesidades de las comunidades” nos ubica en un espacio de inevitable y necesario diálogo con el Estado en sus distintos niveles de gobierno (así como de la red de ONG que han proliferado para cubrir vacíos), donde nuestros esfuerzos siempre están en riesgo de ser cooptados o capitalizados con fines partidistas o de otra índole. Un paso en falso y la confianza se viene abajo. Hay que ir con tiento.

Entre la emergencia y la emergencia: otra emergencia

En mi presentación en la jornada por los 10 años del programa, situaba yo mi trabajo entre la emergencia planetaria y los procesos colectivos que emergen en estas circunstancias, pero es necesario visibilizar una tercera emergencia, a nivel personal y de salud, donde los costos y trade offs que he descrito acaban manifestándose. Como señalan Sellberg y sus colaboradores (2020), en la discusión sobre cómo lograr una ciencia transdisciplinaria rigurosa pero también socialmente relevante que construya soluciones en colaboración con actores no-académicos se suele pasar por alto la dimensión personal y del autocuidado.

Transdisciplinary early-career researchers are pointing out that current dominant academic environments and institutions are not supporting a balanced and flourishing transdisciplinary research practice, but rather creating trade-offs between the three aspects of the ‘Triple-S’ [Science, Society and Self] (see e.g. Patterson et al., 2013; Ruppert-Winkel et al., 2015; Jaeger-Erben et al., 2018). (Sellberg et al., 2020)

¿Cuidar la vida en los territorios a costa de descuidar la propia? ¿La búsqueda del bien común atropellando el bienestar personal? ¿Respetar a todos los actores involucrados excepto a nosotros mismos? La fragilidad de nuestros cuerpos no puede soportar el jaloneo en todas las direcciones. Irónicamente, en palabras de Paasche y Österblom (2019), estamos intentando atender problemas complejos de la “ciencia de la sostenibilidad” con una práctica científica que en sí misma no es sostenible:

Success in science has perhaps never before been so measured, and the explicit demand for more publications—which take a lot of time to produce—exemplifies this. (…) the scientific community’s collective ability to contribute to society is being undermined by this tendency. We claim that increasing demands have led us on a counterproductive path. Although science, as an intellectual endeavor, mustn’t necessarily slow down, it must be allowed to hold focus rather than constantly being told that value, for instance, equates with inflated publication records. (Paasche y Österblom, 2019)

Así como la obsesión por el crecimiento económico nos ha conducido a rebasar los límites biofísicos globales poniéndonos en una trayectoria de colapso, la inercia institucional de escalar programas, multiplicar publicaciones e incrementar resultados de incidencia también se topa con los recursos finitos y límites biofísicos de nuestros cuerpos. En mi caso, mi espalda terminó por no poder sostenerlo todo, desencadenando una emergencia personal extrema que se convirtió en una discapacidad ahora aparentemente permanente. Por fortuna, el contexto pospandemia normalizó hasta cierto punto el trabajo remoto que me ha permitido seguir laborando, modificando mi espacio personal para lograrlo (mi casa ahora parece un centro de rehabilitación física). Aquí, una vez más, las tareas de cuidados quedan invisibilizadas: las horas que ahora debo invertir a diario para mantener mi cuerpo en un estado funcional (y la ansiedad en un nivel aceptable) se agregan a todas las otras horas de costos adicionales que ha implicado asumir el desafío de atender estos grandes problemas, lo cual difícilmente se ve reflejado en las métricas con las que se nos evalúa.

No es un caso aislado: hoy en día está bien documentado que el estrés sostenido conduce a problemas de salud crónica, lo cual termina afectando la misma productividad científica en cuyo nombre nos estamos sacrificando. Problemas de concentración, insomnio, episodios de parálisis en los que funciones ejecutivas dejan de estar disponibles… Y aún debemos sumarle la capa de ecoansiedad y duelo-por-el-mundo que es inevitable navegar de manera intensa cuando abordamos dichos problemas como tema de investigación, y cuando estamos escuchando de viva voz las afectaciones en la vida de los actores territoriales con quienes estamos construyendo vínculos afectivos. Estoy convencido de que construir relaciones colaborativas que permitan una acción colectiva-regenerativa es en definitiva la mejor dirección en la que podemos construir una sensación de esperanza y “seguridad” en el presente, pero no tener el tiempo ni las condiciones adecuadas para cuidar todas esas relaciones y expectativas genera un gran estrés relacional. Estamos impulsando una red de apoyo local en un tiempo donde los dos grandes entramados que deberían sostener la vida —la natura y la cultura— están colapsando a nivel global. Es abrumador.

Conclusiones

El principal “producto de investigación” que puedo reportar es la red de relaciones de confianza y colaboración que hemos construido. Un equipo que, durante estos primeros tres años, ha logrado adaptarse a las siempre cambiantes circunstancias y limitantes, construyendo no solo confianza sino ese “suelo común”: un modelo de intervención para hacer frente a un tipo de problema —un paradigma— que ha surgido de una verdadera colaboración transdisciplinaria y diálogo de saberes.

Patrón de cultivo en KeyLine para maximizar la infiltración de agua de lluvia y controlar erosión, resultante de la capacitación impartida por Red RAICES en el marco del proyecto Cosechando Resiliencia de Nuup y Ecosta Yutu Cuii. Foto: Iván González

Si bien algunos de nuestros primeros experimentos campesinos agroecológicos fallaron por falta de lluvias, esto nos condujo a redirigir nuestros esfuerzos y a poner en el centro el tema del manejo hidrológico y la adaptación al cambio climático. Con apoyo de aliados territoriales como Tierra del Sol y La Restauradora, logramos capacitarnos en técnicas complejas de levantamiento fotogramétrico, análisis de escorrentía y diseño Key Line como base para activar procesos regenerativos que incluyen manejo sintrópico, agroforestal y agroecológico, agrohomeopatía, etnobioles y más. Logramos articular saberes campesinos de probada efectividad en campo con saberes técnicos de diversos equipos científicos con quienes colaboramos: el equipo del Jardín Etnobiológico de Oaxaca (análisis territorial con QGis y metodología para identificar variedades vegetales locales con valor biocultural y capacidad de adaptarse a los extremos climáticos), el equipo de la UMSNH y el IIES-UNAM (con una metodología para identificar zonas claves para la obtención de germoplasma considerando las proyecciones de cambio climático a nivel municipio), el equipo del CIDIIR-IPN y el COMULAB del Centro GEO (con herramientas para ver impacto de cambio climático en ecosistemas y para generar boletines climáticos que ayuden a la toma de decisiones en parcela), entre muchas otras importantes colaboraciones que no podría enlistar aquí. Integrando todo hemos construido un “modelo de intervención integral” para proteger la producción local de alimentos con acciones concretas ante un problema tan difícil de abordar como es el cambio climático, con capacidad de implementación desde una parcela hasta una microcuenca.

Con egresados de la primera generación PIES AGILES hemos conformado la naciente Red RAICES (Red de Apoyo para Iniciativas de Cuidado Eco-Social) para dar continuidad a este trabajo, una propuesta de estructura organizativa que va creciendo orgánicamente y que ya está logrando implementar sus primeros proyectos de forma autogestiva. Iniciar desde cero con una nueva generación sería, desde mi punto de vista, tirar un valioso trabajo a la basura: estoy convencido de que todo el tiempo y esfuerzo invertido en construir ese entendimiento mutuo y esas relaciones de confianza tienen todavía muchos valiosos frutos que ofrecer. Vamos empezando.

Agradezco la oportunidad de impulsar este proceso a través del programa Investigadores por México y con el apoyo del CIESAS Pacífico Sur, y veo con optimismo lo que se podría lograr en los 7 años que me quedan dentro del mismo. Considero que es un lapso de tiempo en el que los impactos de la crisis irán en aumento y, por lo tanto, abrir brechas hacia donde se pueda canalizar positivamente la energía colectiva es crucial. El cansancio y la sobrecarga evidentemente no son solo propios de la academia, son un síntoma de la crisis civilizatoria y no hay garantía de que nuestras “soluciones” vayan a ser suficientes. Aún así, considero que la articulación entre centros de investigación y actores territoriales no-académicos que ya está en marcha en nuestro país tiene un enorme potencial. ¿Cómo podemos favorecer más este tipo de articulaciones? ¿Qué ajustes podemos proponer para facilitar que más jóvenes investigadores puedan asumir estos desafíos en las mejores circunstancias posibles?

Suscribo totalmente las conclusiones a las que llegan Sellberg y sus colaboradores (2020) sobre cómo avanzar hacia un cambio sistémico que permita desarrollar una ciencia transdisciplinaria, comprometida con la sociedad pero también con el bienestar de los propios investigadores. Aquí coinciden diferentes propuestas como la de la “ética del cuidado en la academia” (Ward y Gahagan, 2010; Corbera et al., 2020), la “academia lenta” (Berg y Seeber, 2016), y otras reacciones contra el productivismo y aceleración en la ciencia (e.g. Fischer et al., 2012; Paasche y Österblom, 2019). Es necesario adecuar las métricas y criterios de evaluación, las estructuras de incentivos y recompensas para que, en vez de asumir costos extra que no se toman en cuenta, realmente pueda alinearse la búsqueda de bienestar personal y del bien común. Reconocer como avances importantes lo que se requiere en periodos como éste, que caen fuera de lo que hace la ciencia normal. Ajustar los criterios de financiamiento en correspondencia con lo que necesitamos en esta emergencia, para que la ciencia no siga al servicio del business as usual sino de la regeneración ecosocial y la resiliencia comunitaria, en donde sigue siendo imprescindible reconocer el trabajo de campesinas y campesinos como investigadores, sosteniendo parcelas experimentales y laboratorios organizativos en los territorios. Si aceptamos que la policrisis obligará, en el mejor de los casos, a un cambio estructural profundo en la sociedad global, no es extraño que también obligue a cambios estructurales en cómo hacemos ciencia.

Referencias

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  1. ivan.gonzalez@conahcyt.mx, ivan_gonzalez_marquez@hotmail.com