Laura Herrera[1]
Laura Herrera, 2020 (foto de Sergio Badillo)
Los cantos han formado parte de mi vida desde que nací y me crié con Mamá Guecho (Gertrudis Vásquez). Recuerdo desde muy pequeña que cuando alguien fallecía, las mujeres cantaban, aunque también había algunos hombres que cantaban… pero principalmente eran ellas las que ejecutaban los cantos haciendo sonar también las palmas de sus manos.
De los velorios más grandes que recuerdo es el de doña Helena, quien murió a los 105 años. Ese funeral fue en Guadalupe –una extensión de tierra en donde se establecieron los primeros mascogos que llegaron a Coahuila- vinieron muchas personas de Brackettville y cantaron mucho.
En ese entonces, las mujeres no tenían una vestimenta especial, pero sí recuerdo que Mamá Guecho siempre usaba ropa larga, vestidos muy largos y delantales que se hacía ella misma. Algo muy importante que nunca se ha dicho o escrito es que siempre traían medias, siempre traían cubiertos sus pies aunque fuera tiempo de calor. Otra cosa interesante sobre la vestimenta es que, mientras estaban en el velorio, las mujeres usaban en la cabeza chalinas de colores “serios” (negro, gris o blanco). Era sinónimo de luto y había mujeres que duraban hasta un año con la cabeza tapada.
De los funerales, el canto que más tengo presente es el de I’m Packing up, y lo tengo muy marcado porque en una ocasión Mamá Guecho se desmayó mientras la cantaba. Era el funeral de una de sus hermanas, quien murió joven, a los 50 años. Yo tenía cuatro.
Durante los velorios las mujeres hacían un balanceo, una especie de baile suave hacia los lados mientras cantaban y movían sus manos alrededor del ataúd. El canto no era parejo sino que una iba elevando la voz y otra bajando, es decir, no era una sola voz ni sonaba uniforme. Era algo muy fuerte.
Actualmente, los cantos no suenan igual. Sin embargo, aunque no los podamos cantar de la misma manera, todos en la comunidad tenemos recuerdos de cómo se hacía antes.
Recuerdo haber visto de pequeña cómo se iniciaban los cantos, porque siempre había una persona que comenzaba y de ahí todas las demás la seguían. Normalmente, los cantos eran iniciados por mujeres líderes como Mamá Guecho, Ninas o Mary Dixon, y ya después las demás mujeres se juntaban y seguían las letras.
Creo que más que haberles enseñado, ellas aprendieron a cantar y a ejecutar los cantos de sus padres y abuelos porque era lo que veían y escuchaban. Mamá Guecho cantaba todo el tiempo, no necesariamente en un funeral o en alguna festividad sino que ella todo el tiempo estaba cantando o tarareando mientras hacía sus quehaceres.
Por algunos años, los cantos dejaron de estar tan presentes en los funerales y fiestas, sobre todo en las nuevas generaciones. Sin embargo, en una ocasión en 2018 conocí a un jovencito que se comenzó a interesar en los cantos cuando vio el documental Gertrudis Blues. Él fue a El Nacimiento y nos buscó a mí y a mi hija Dulce porque sabía que éramos la familia directa de Mamá Guecho, a partir de entonces entablamos amistad.
La idea de recuperar los cantos entre niños y niñas se gestó en El Maná de Cielito, mi negocio de comida tradicional, el cual comenzó con la idea de honrar la cocina de Gertrudis en la casa que le heredaron sus padres, una casa de adobes que tiene más de 100 años de antigüedad. Ahí se consolidó la idea de comenzar a dar clases para revitalizar nuestros cantos tradicionales entre los niños y niñas de la comunidad.
Por parte de algunas personas de la comunidad hubo mucha aceptación y otras no aceptaban, porque no querían que una persona externa cantara los cantos. Sin embargo, con el apoyo de algunos miembros de la comunidad el proyecto continuó y me da mucho gusto decir que, a pesar de que recientemente se cambió la locación, la revitalización de los cantos comenzó hace cuatro años en la que antes fue casa de Gertrudis, donde actualmente se encuentra El Maná de Cielito.
[1]Cocinera tradicional y miembro de la Tribu Negros Mascogos Cocinera Maná del Cielito
alejandraherrera81897@gmail.com
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