Lisset Anahí Jiménez Estudillo
El 14 de agosto de 1896, se convocó a la primer función cinematográfica abierta al público; convirtiendo a México, en uno de los primeros países en adoptar el cinematógrafo de los hermanos Lumière en un acto social.
A más de 120 años, el cine llegó para quedarse, no sólo como el séptimo arte, sino que llegó para incidir de manera transversal en la vida social económica, política y cultural, de un país entero.
Desde el 2013, México puntea la cuarta posición, como uno de los países más taquilleros en venta de boletos. Y ocupa la sexta posición, con los precios más baratos: 3.3 dólares. Que en realidad, equivale a la tercera parte de un salario mínimo
(8 horas de trabajo): y así, pues no es muy barato que digamos ¿verdad?
Siguiendo a Becker (2008) , cuando hable de cine, no haré referencia sólo a los filmes (la obra/el índice) como tal; sino al conjunto de personas que trabajan de manera cooperativa y organizada. Es decir, a la red que se entreteje y contribuye con conocimiento: a la creación, producción y exhibición. Incluso a su industria y a su consumo, y por supuesto, al impacto que el cine genera en nuestro contexto.
En el 2016 la producción fílmica fue de 162 películas (IMCINE), superando el record de la época de oro de 1958. La producción independiente aumentó 32% en relación con el 2015. Y aún así, es una realidad que seguimos consumiendo cinematografía blanca[1], que no representa, a nuestro contexto: social, económico, político y cultural.
Las pantallas han moldeado la identidad cultural de cada estado-nación. De 1936 a 1959, la cinematografía mexicana marcó una identidad post-revolucionaria homogénea y nacionalista, basada en la construcción, de un imaginario de la mexicanidad mestiza y urbana, en un país, en vías de desarrollo bajo una supuesta democracia. Lo que indica, que el cine también es político[2].
Hoy más que nunca el audiovisual está presente en nuestra cotidianidad, ya sea como un ideal de vida o como un referente de la representación social. Por ello, el cine tiene una capacidad de agencia[3], que quizá ningún otro arte ha permeado tan profundamente en la vida social de las personas; es decir, que todos los ámbitos que están en contacto, detonan la reproducción de relaciones sociales que producen acciones y transformaciones, todas enmarcadas en una red que da sentido a cómo vamos concibiendo el mundo.
Al hablar de la obra de Alfred Gell, Patricia Tovar, apunta que el objeto artístico, el filme en este caso, tiene una vida transicional; puesto que se relaciona e incide en otros agentes, en este caso los públicos y viceversa; estableciendo un devenir de relaciones y acciones, pasando por la agencia del índice (la obra fílmica) y la de los públicos, en múltiples sentidos.
Esta relación-acción que se generan entre los públicos al momento de tener contacto con la cinta; es ahí donde se da una segunda abducción, donde los canales receptivos están abiertos, y generan un mundo de recepción propia. Y con esto, habría que ir más allá, pues el cine se convierte en un evento social, acompañado de una experiencia. Donde los sucesos históricos van sufriendo modificaciones de acuerdo a las condiciones temporales y espaciales que van moldeando a la cultura.
Todo lo que engloba la experiencia de Ir al cine, sin duda es lo que nos hace ir una y otra vez. Pero esta experiencia no comienza, ni termina en la sala, si no que hay un antes y un después de llegar y pedir dos tickets para festejar la vida.
Por ello, es importante, crear proyectos culturales y artísticos que trastoquen la reflexividad y sensibilidad hacia una nueva forma de construir otros mundos posibles; un ejemplo es ProyectoR Cine en Nayarit, que trabaja con la exhibición para generar puntos de encuentro; donde ver/escuchar una obra cinematográfica se vuelve una fiesta social, que crea acciones que van transformando nuestra realidad, a través de contenido ligado asertivamente a nuestro contexto.
[1] La cinematografía blanca, hace referencia a producciones realizadas bajo cualquier industria proveniente de países colonizadores, principalmente hecho en Hollywood.
[2] En 1992 entra en vigor la Ley Federal de Cinematografía, la cual estipula el porcentaje que las salas comerciales deben cumplir para exhibir películas nacionales. En ese entonces, se consideró un 30% de la cartelera, como mínimo. En 1998, se hizo la última modificación, dejando el triste porcentaje del 10% de cartelera para la exhibición del cine mexicano en las salas comerciales de todo el país.
[3] “Capacidad o cualidad que tienen los objeto/pieza de arte de ejercer una acción y provocar respuesta. La capacidad de hacer que las cosas sucedan y crear algo nuevo.” (Gell, Alfred, 1998)