La Marca Guadalajara y la búsqueda del alma más mexicana

Diana Negrín da Silva

CIESAS Occidente

Siguiendo los pasos de varias “ciudades globales”, el gobierno de Guadalajara acaba de lanzar su campaña Marca Ciudad inspirada en la canción ranchera de Pepe Guízar, “Guadalajara, Guadalajara”. La marca ciudad reproduce una estrategia empresarial en la que ciudades contratan a consultores quienes diseñan un producto-ciudad que capitaliza sobre elementos paisajísticos, culturales y económicos con el objetivo de atraer a la inversión privada y al turismo. Más allá de crear orgullo local, se trata de identificar lo que distingue a cada ciudad y ponerlo al frente y al centro de toda promoción pública y particular. El municipio invierte dinero con la expectativa de atraer más dinero dentro de una lógica de la ciudad neoliberal en el que el mercado y la especulación dirigen la revitalización urbana, así como el desarrollo suburbano y ex-urbano. Es una estrategia que también tiende a exacerbar inequidades al marginar espacios y prácticas económicas, políticas y culturales que no caben dentro del paradigma de una marca. En pocas palabras, la marca ciudad emplea la diversidad y riqueza cultural pero bajo lógicas que marginan los debates críticos sobre cómo transformar a la ciudad para que todos tengamos derecho a ella.
Desde el encuentro entre el infame conquistador español Nuño Beltrán de Guzmán y la reina tonalteca Cihualpilli, Guadalajara se ha imaginado en oposición a los pueblos originarios tanto de su entorno inmediato como del occidente mexicano en general. El criollismo tapatío no es ningún secreto y se ha dibujado espacialmente con la línea divisoria del Río San Juan de Dios, ahora avenida Calzada Independencia. Sin embargo a partir de la época colonial, la población tapatía se conformaba por una diversidad de “castas” que produjeron un nuevo imaginario racial nacido en tierras amerindias.1 Durante el auge del Puerto de San Blas, Guadalajara recibió un número significativo de inmigrantes europeos pero también de personas de Asia y Medio Oriente, todos con el sueño de crear sus fortunas en tierras nuevas. A lo largo de estas transformaciones, siguieron en existencia los pueblos indígenas dentro de la región que ahora engloba los ochos municipios de la zona metropolitana.
El crecimiento de Guadalajara aumentó con la privatización de las tierras comunales y la celebración del terrateniente liberal mexicano en procesos de un mestizaje racial y cultural. Este despojo territorial causó el primer gran éxodo rural mexicano que fue seguido por los desplazamientos de la Revolución y, posteriormente, por los cambios en la economía rural y urbana a partir de la década de 1960. Este último éxodo rural atrajo migrantes desde más lejos, muchos de ellos de pueblos indígenas del sur y centro del país. No obstante, Guadalajara mantuvo su identidad criolla como narrativa oficial y en la actualidad sigue considerando a la creciente población indígena como transitoria y, por ende, sin la necesidad de acceder a derechos como son la vivienda, el empleo y la educación. Fundamentalmente, la noción de no permanencia niega la co-creación política, económica y cultural de la ciudad.
Tomando en cuenta esta historia, el video que lanzó el gobierno de Guadalajara anunciando la Marca Guadalajara muestra que esta narrativa racial está cambiando. La Marca Guadalajara visibiliza a Venado Azul, un grupo de música regional wixárika (huichol) que sale en traje tradicional tocando música en el Teatro Degollado—uno de los recintos más elegantes de la ciudad. Sobresale el niño cantante llamado Yuawi quien representa la cara amigable de un pueblo que vive y resiste el despojo de empresas trasnacionales en sus tierras comunales y en sus territorios sagrados. No es la primera vez que el pueblo wixárika se utiliza para el aparato mercadotécnico de la ciudad. En el 2011, los Juegos Panamericanos realizados en Guadalajara también exaltaron las raíces indígenas de la región, esta vez al ver en el pueblo wixárika una fuente de inspiración para una de sus tres mascotas: Huichi, un venado rosado con un ojo de dios o tsikiri en la frente.
Pero para los wixaritari, el haber sido fuente de inspiración para una mascota no ha cambiado las coordenadas dentro de las que se encuentran en la jerarquía racial, política y económica de la ciudad. El ejemplo más visible de esta inequidad es vivida por los artesanos wixaritari quienes dependen de espacios públicos de venta y quienes nutren gran parte de la identidad turística de Jalisco y Nayarit. A pesar de la centralidad del folklor y de la artesanía en el turismo, cada gobierno municipal desplaza a éstos y otros artesanos indígenas bajo nuevos criterios sobre cómo debería de ser programado el espacio público en una “ciudad global.” Repitiendo prácticas de otros partidos políticos, el gobierno de Movimiento Ciudadano comenzó su mandato interrumpiendo la presencia de artesanos indígenas en lugares tan estratégicos como el corredor de Chapultepec, justo en temporada navideña. Aunque se ha vuelto a permitir la venta en espacios públicos, esta estructura mantiene a gran parte de la población indígena que trabaja artesanía en situaciones de precariedad y negociación constante.
Si uno de los debates históricos en México ha sido el de la inclusión y equidad entre las decenas de etnias que viven dentro de los límites nacionales, la inclusión del wixárika en los Juegos Panamericanos y en la más reciente campaña de Guadalajara son pasos hacia adelante. Es simbólico que inicie el video con el saludo en wixárika ke’aku y termine con Yuawi gritando un fuerte pamparius o gracias. Es también simbólico que el video concluya con la agrupación wixárika marchándose del escenario. Los wixaritari están aquí entre nos. Son la portada y la contraportada de la Nueva Guadalajara. Sin duda son cambios sustanciales en la imagen que busca atraer la inversión y el turismo a través de la cotización de la diversidad étnica y cultural. Es una muestra de que si México es pluricultural, Guadalajara también lo puede ser.
Pero allí está el engaño: la visibilidad de Yuawi en las fotos de prensa, y la inclusión de Venado Azul dentro del desfile de músicos mestizos quienes promueven la “Marca Guadalajara”, ofusca tanto la discriminación estructural como aquella que es vivida en nuestras relaciones cotidianas. El engaño que presenta esta estrategia es que la inclusión discursiva niega la realidad de la ciudad y esconde la falta de acceso a recursos que nos dan a todos una semblanza de dignidad. De esta manera la cultura wixárika, que a menudo ha sido negada dentro del espacio urbano, ahora se inserta dentro de la distinción que hace posible una marca ciudad.
La Marca Guadalajara es una manifestación del espacio imaginado por empresarios y funcionarios quienes desdibujan a ciertos barrios y grupos demográficos de su mapa a menos de que puedan prestar alguna nota colorida al ensamblaje de imágenes. La Marca Guadalajara trabaja desde la misma óptica que utiliza a las culturas indígenas como nota de distinción mientras que los desplaza de ciertos puntos de la ciudad como si fueran figuras en una maqueta y no personas con aportaciones y aspiraciones. Ahora que el Congreso del Estado de Jalisco se encuentra en el proceso de reconocer a nuestros conciudadanos indígenas como “sujetos de derecho” en vez de meros “sujetos de interés público”, es hora de repensar lo que significa vivir en una metrópoli étnica y económicamente diversa. Al contrario, impulsar a que la población de una ciudad se conciba a través de la noción de una marca es una apuesta por la revitalización de solo algunos nichos urbanos mas no una estrategia para crear una ciudad en la que todos tengamos derecho a transitarla y vivirla con dignidad.

1 Durante el siglo xviii los afro-descendientes eran un grupo demográfico creciente en Guadalajara