Tequio nacional. O de la revaloración de la ayuda comunitaria

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Mario Ernesto Chávez Peón (CIESAS) y Marcela San Giacomo Trinidad (IIA-UNAM)

En las diferentes lenguas de México existen palabras para nombrar el sonido de la tierra cuando tiembla. En el zapoteco del Istmo se dice xuu[1], en el mixteco de Tlaxiaco nínaa, y en mazateco xa̠n xa̠n. Nuestra tierra se mueve y nosotros no siempre estamos listos para movernos con ella. El 7 de septiembre nos sacudió un primer temblor en Oaxaca y Chiapas, donde los zapotecos del Istmo, los huaves, chontales y la costa de Chiapas se llevaron la peor parte. Mara Castillo muere asesinada el 8 de septiembre, después del temblor, porque “Mara no se fue, a Mara la mataron” (#NiunaMás, #NiunaMenos), como a miles en Ciudad Juárez, en EdoMex, en todo el país. Feminicidios que nadie entiende, que a todos duelen. Así empezábamos el mes patrio, lleno de banderitas y jolgorio. Y mientras seguíamos los festejos nacionales, la madre tierra seguía de luto, y el 19 de septiembre nos vino un sismo mucho mayor que lleva ya más de 300 muertos, con afectados en la ciudad y estado de México, Puebla, Morelos, Oaxaca y Guerrero. La gente despertó y se dio cuenta que necesitaba moverse y hacer algo. Ayudar al prójimo se volvió instintivo para la mayor parte de los jóvenes y los habitantes de nuestro país.

Pero el movimiento no para, octubre comienza con nuevas represiones políticas en Cataluña, seguido del 2 de octubre ¡No se olvida!, que después de muchos años, sigue muy presente en la memoria colectiva de nuestra sociedad. Hace 48 años de Tlatelolco, 32 años del temblor del 85, 3 años de Ayotzinapa… seguimos con heridas abiertas, este duelo sin fin, sigue creciendo con cada acto de impunidad, con la inmoral corrupción de nuestra clase política y su completa ignorancia, incapacidad y desinterés en mandar obedeciendo a un pueblo solidario y organizado que la desborda.

Un tequio nacional digno de comentar

El tequio es entendido en la mayoría de las comunidades en México como el trabajo colectivo para resolver las necesidades de todos. Es la faena o trabajo comunitario que todo vecino de un pueblo lleva a cabo en su lugar de origen o residencia. La palabra proviene del náhuatl tequitl ‘tributo’ o ‘trabajo’, y constituye una práctica prehispánica que de diversas formas sigue arraigada en muchos lugares de nuestro país; conceptos similares los encontramos en el zapoteco con la guelaguetza , ‘intercambio de regalos y servicios’; o en el rarámuri en la palabra korima, que significa ‘compartir’. Según Warman, “El tequio es una de las instituciones más vigorosas para la cohesión y persistencia de la comunidad, incluso está sustentado por un discurso igualitario y equitativo” (2003: 235-236).[2]

En una gran cantidad de comunidades en México los sábados o domingos hay trabajos o faenas comunitarias que implican arreglar el camino al pueblo, reparar el techo de la escuela, limpiar el campo santo antes de las fiestas o ayudar al mayordomo en los cuidados y mantenimiento de la iglesia. Estos trabajos colectivos suelen implicar a las familias enteras, se hacen en grupo, hombro a hombro, cada quien cumple una función. Y del mismo modo, desde el 19 de septiembre de este año, de la 1:15 pm en adelante la ciudad de México, el estado de Morelos y Puebla se volvieron centros comunitarios de Tequio Nacional. La ayuda fue enorme. La solidaridad, desbordante. Nadie convocó y todos participaron. Algunos pidieron y todos han dado. Había sentimientos de miedo y angustia, y en estos momentos tenemos la necesidad de sentirnos acompañados y de acompañar al otro. Entendimos, por un momento al menos, que todos estamos interconectados, que el bienestar de los demás está ligado al nuestro, y que al ayudar a los demás nos ayudamos a nosotros mismos.

Se formaron brigadas de voluntarios espontáneos que surgían por todos lados, la sociedad civil respondió como hace 32 años, pero ahora la tragedia no se focalizaba en la capital, caravanas enteras íbamos y veníamos a Morelos, Puebla, Oaxaca y Chiapas. Los centros de acopio eran hervideros que no paraban. Ayudamos todos, sin diferenciar color o estatus social. Nos marcó a muchos, revivió a otros, sorprendió a todos. Fue todo ayuda comunitaria y despliegue social. El ejercito hizo su parte, la policía también, los perros rescatistas ya son héroes nacionales, pero la sociedad rebasó al gobierno. Durante dos días cambiamos el sistema social y económico: compartimos. Hasta las empresas lo hicieron con teléfono, internet, restaurantes, tlapalerías, tiendas, al servicio de la gente. Pudimos sostener como sociedad esta forma de relación durante unos días y probamos que funciona, lo que resultó de ello fue abundancia para todos y reciprocidad. Sin embargo, conforme fueron pasando los días, se ha ido diluyendo esta contingencia y regresando a la aterradora “normalidad” de la desigualdad y la corrupción mexicana. Pero no tendría por qué ser así.

Esta ayuda colectiva mencionada, el Tequio, no es ajena en comunidades indígenas, campesinas y rurales. La Constitución de Oaxaca contempla inclusive en su artículo 12 que “las autoridades municipales preservarán el tequio como expresión de solidaridad comunitaria, según los usos de cada pueblo y comunidad indígenas”. Se calcula que el tequio proporciona un ochenta porciento de las aportaciones para las obras públicas en muchas comunidades. Aquí importan no sólo el resultado material de estos trabajos sino su valor social, la convivencia e integración de los miembros de la comunidad.​

El tequio en las ciudades no es la costumbre ni la norma, salvo en algunos barrios. ¿Qué pasaría si lo incorporamos a nuestro quehacer diario? ¿1 día a la semana de trabajo social? ¿1 día al mes? Ayuda desinteresada y no lucrativa. Qué tal si seguimos participando en los problemas y necesidades de nuestra ciudad, de nuestra comunidad, de nuestro país de la mejor manera que podamos. Algunos, de oficio, profesan con vocación diariamente la importancia de la participación y el trabajo colectivo, como profesores, trabajadores sociales, enfermeras, muchos otros desde sus diferentes trincheras también lo tienen presente.

Y en realidad no ha terminado el tequio, no debe acabar todavía. Una vez concluida la emergencia inmediata surge una gran pregunta para todos: ¿qué hacemos? Hay mucha desinformación y dudas de cómo continuar apoyando. ¿Qué toca en las siguientes etapas? ¿Cómo se está planeando la reconstrucción de hogares y escuelas? ¿Qué hacer con la basura generada? ¿Cómo adaptarse a las necesidades, usos y costumbres de las comunidades?, esperando reconstruir desde un lugar más positivo para todos.

Necesitamos también saber cómo y dónde se están distribuyendo todas las donaciones. La sociedad exige cuentas claras. El pueblo no puede sostener u organizar lo que le corresponde hacer al estado. Una gran parte de la población exigimos que el dinero para las campañas electorales de los partidos políticos (millones que sólo generan basura) se utilice para la reconstrucción material y social. Rechazamos el protagonismo gubernamental en medio de la tragedia, necesitamos organización, eficiencia, entrega y compromiso como la que los ciudadanos han mostrado.

La reconstrucción de México no es únicamente de estos últimos sismos, si no de un aparato de estado corrupto, de la pobreza extrema y la desigualdad social, económica y cultural. Hay que reconstruirnos desde el país que necesitamos y queremos todos los que salimos a las calles a sostener nuestra utopía por unos días, pero el proceso es largo y es necesario perseverar.


[1] Gubidxa Guerrero http://www.proceso.com.mx/502442/la-noche-xuuu-ese-inquieto-zumbido-zapoteco-estremecio-juchitan

[2] Arturo Warman (2003), Los indios mexicanos en el umbral del milenio. México: FCE.