Hogares fronterizos. Mujeres guatemaltecas reproduciendo el hogar durante la zafra en México*

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Jania Wilson

CIESAS-Sureste

Diversos trabajos de investigación realizados en distintos momentos y espacios, han abordado de manera detallada el papel de los cientos de trabajadores que año tras año arriban desde distintos puntos de Guatemala para insertarse al trabajo agrícola en la zona del Soconusco en Chiapas. Se habla de la importancia que juegan en la economía de la zona, de la dinámica migratoria y la movilidad continua y flexible, de la precariedad laboral y las malas condiciones en que desempeñan su trabajo, de los controles migratorios, entre otros temas muy diversos (Martínez, 1994; Ángeles, 2009; Anguiano y Corona, 2009; Corona y Reyes, 2009; Rivera, 2011; Rojas, 2017; entre otros).

Cuando se habla de trabajadores agrícolas pertenecientes a alguna etnia, suele destacarse una característica recurrente: asistir a los centros de trabajo en compañía de toda la familia. A partir de ello surgen diversos trabajos que abordan las estrategias familiares de subsistencia y la caracterización de las familias y sus dinámicas; sin embargo, considero que hay una deuda pendiente con aquellas mujeres que viajan con los trabajadores y que no se insertan en las actividades agrícolas, tal es el caso de las mujeres que acompañan a hombres cortadores de caña en Huixtla. Son ellas quien día a día reproducen los hogares guatemaltecos en la frontera con México. La deuda a la que me refiero, tiene que ver con darle rostro a estas mujeres: ¿Quiénes son?, ¿qué problemas enfrentan en su esfuerzo por reproducir sus hogares en México?, ¿cuáles son sus preocupaciones e inquietudes?

Partiendo de lo antes mencionado, es que en este espacio presentaré algunos hallazgos sobre la vida cotidiana de las mujeres guatemaltecas durante su estancia en México en su intento por reproducir sus hogares.

La llegada a México

Llegado el momento de arrancar la zafra en Huixtla, el requerimiento de mano de obra de trabajadores guatemaltecos se vuelve uno de los temas primordiales para la organización de la cosecha. A diferencia de lo que podría suponerse, no son los cortadores que viajan solos los más solicitados por los contratistas, cabos y productores de caña, sino por aquellos que viajan con la familia completa, por quienes existe una preferencia notable.

Pero, ¿porqué es atractivo para un contratista reclutar a una familia completa, si en la caña, a diferencia de otros cultivos como el café, las mujeres y los niños no participan activamente en las tareas agrícolas?[1] Podría pensarse que contratar a una familia resulta más complicado, dado que es necesario brindarle alojamiento en las galeras o albergues e incluso en casas, hay que recurrir a documentación migratoria específica, y sobre todo, implica estar en la mira de la Secretaría del Trabajo sobre temas de “explotación infantil y maltrato a mujeres”, tal como se puede leer en las paredes de los albergues.

A pesar de ello, resulta más atractivo para los contratistas buscar familias completas debido a que eso les da la “garantía” de que el cortador permanecerá toda la temporada de cosecha. Al contratar a un joven cortador se corre el riesgo de que trabaje únicamente una o dos semanas y luego abandone el trabajo o cambie de empleador. De ahí que, exista la percepción de mayor seriedad y compromiso para el trabajo cuando se trata de familias completas, aún con los riesgos que ese hecho pudiera implicar.

Algunas investigaciones destacan que son mayoritariamente las familias guatemaltecas pertenecientes a un grupo étnico las que viajan a los centros de trabajo en México (Girón, 2010). En el caso del corte de caña en Huixtla, éstas son principalmente de origen Mam y suelen ser familias con larga trayectoria migratoria hacia México. Las mujeres involucradas, muchas veces con poco dominio del idioma español, deciden acompañar a sus esposos por diversos motivos, pero sobre todo, como parte de una estrategia de subsistencia familiar, por ejemplo, para economizar en la alimentación, para no separar a la familia e incluso, por el gusto de moverse a México durante esos meses.

Llegado el inicio de la zafra, en noviembre, inician las contrataciones, y con ello la movilidad de estas mujeres, quienes llevan a México aquellos enseres necesarios para subsistir: unas cuantas cobijas, un par de sartenes, platos, entre otros. El cruce fronterizo pocas veces se hace de manera documentada, generalmente se lleva a cabo de forma irregular dada la facilidad que esto representa tanto para los contratistas como para los trabajadores y sus acompañantes.

A su llegada a México, les será asignado dentro de la galera o albergue un espacio por familia, la calidad de éste dependerá de la capacidad de negociación de los trabajadores, así como de la antigüedad con el empleador, siendo por lo general más beneficiados aquellos que durante varias temporadas han sido leales a algún grupo de cosecha.

A cada familia le es asignado un espacio para instalarse, son pequeños cuartos contiguos, con un espacio reducido para habilitar la cocina al aire libre y, el baño, en todos los casos, es compartido.

Así es como las mujeres comienzan a reproducir el hogar en México, y es así como empieza su vida cotidiana en un lugar fuera de casa, el cual pronto se convertirá en un hogar temporal… y en una nueva forma de vivir la frontera.

Reproducir el hogar en espacios compartidos

Es lunes… Elisa se despierta a las 4:30 de la mañana para encender el fogón. El café y las galletas, el atole o la avena deben estar listos, pues los hombres se van al cañal. Una vez que la plebe se ha ido, el trajín cotidiano comienza. Hay que levantar el lugar donde durmió la familia, limpiar un poco, y lo más importante, hay que comenzar a preparar el desayuno, pues no tardará en llegar la camioneta que lleva la comida al cañal. Tortear, guisar frijoles, cocer las papas. Luego hay que llenar las viandas y preparar la bebida. A las 7:30 las mujeres estarán al pie de la camioneta entregando las bolsas con la comida para sus hijos, esposos, sobrinos.

Es tiempo para la salida diaria del albergue, hay que ir a la tienda del ejido. Lugar donde entre las ocho y nueve de la mañana se reúnen todas las mujeres, muchas veces acompañadas de los niños pequeños. Hay que hacer rendir el dinero, pues esta tienda vende más caro que en Huixtla, pero se ahorra el pasaje. Al regresar al albergue hay que volver a cocinar, pues ya está próxima la hora de la comida, y la camioneta llegará a las 11:30 por la otra ronda. De nuevo hay que estar en el fogón. La segunda comida ha pasado, regresa la camioneta a entregar las viandas vacías y las mujeres se acercan, a varias de ellas les han enviado leña o algún animalito que se han encontrado los cortadores y puede servir para la cena.

Una vez que se han hecho las dos comidas, es momento de realizar otras actividades, como lavar la ropa, bañar a los bebés, lavar los trastes y también es el momento en que las mujeres aprovechan para el aseo personal. Por la tarde, hay que comenzar a preparar la cena. Posteriormente puede haber un momento para descansar, para sacar el telar o platicar con otras mujeres, esto mientras llega la hora de comenzar a preparar la última comida, única en el día en la que estará toda la familia reunida. Las ollas están en el fogón listas para cuando la plebe regresa a los albergues. Las mujeres reciben a los hombres. Al terminar de comer, hay que lavar todo, pues debe estar listo para el día siguiente. Acostar a los niños, es tarde hay que descansar, todos se han acostado es el turno de Elisa, mañana le espera un nuevo día.

Como se puede leer, las mujeres guatemaltecas, día a día trabajan para reproducir el hogar durante el tiempo que viven en México. Ellas asumen los espacios que ocupan como propios, pues es en ellos donde realizan sus actividades, y a pesar de que éstas tienen poca visibilidad, resultan fundamentales para la familia y para la cadena productiva del corte de caña.

Pero la vida cotidiana de las mujeres durante su estancia en México, está llena de elementos que convierten el día a día en toda una experiencia de vida. Nunca faltan situaciones que se presentan día con día y que las mujeres deben enfrentan o incluso disfrutar. El uso del espacio es uno de los conflictos principales.

Los albergue o galeras también son lugares donde las mujeres se relacionan, por lo que de la convivencia cotidiana surgen buenas amistades, que pueden llegar hasta el comadrazgo, incluso es un lugar donde se traspasan fronteras étnicas, pues es común ver mujeres de la costa aprendiendo el Mam, vistiendo el corte[2], e interesadas por aprender a tejer. Mientras que las mujeres Mam, aprenden español con ayuda de las mujeres de la costa. Se dan muestras de solidaridad hacia las mujeres con familia más numerosa y que son consideradas “las más pobres”, o bien, hacia aquellas que llegan por primera vez.

La solidaridad entre ellas también está presente en momentos de enfermedad, ya sea de los hijos o ellas mismas. No falta que entre ellas se intercambien remedios, o incluso hay ocasiones en que la encargada de la cocina “intercede” ante el cabo para llevar al médico particular a algún niño, especialmente cuando se trata de los bebés.

Pero también hay conflictos, y entre envidias, disgustos, malentendidos, chismes, se generan relaciones ásperas que hacen incómodo para las mujeres compartir ciertos momentos, pero hay que sobrellevar esta situación pues es inevitable toparse con aquellas personas que no son del agrado. En diversas ocasiones las familias proceden de la misma comunidad en Guatemala, por lo que las amistades y enemistades cruzan la frontera e inciden de igual manera en la reproducción de las dinámicas en los hogares y albergues.

Las galeras se vuelven su lugar de referencia, el cuarto o espacio de que dispongan se vuelve su hogar y el resto de las personas que habitan en una galera se convierten en esos vecinos que, o son aliados en una realidad similar y compleja o bien, hacen la más vida difícil.

Tácticas de mujeres fuertes

De acuerdo con De Certeau (2010), vivimos en un constante “arte de hacer”, donde quienes habitamos un espacio, utilizando lenguaje de la milicia, desplegamos tácticas cotidianas para sobrevivir a las estrategias que impone la lógica del sistema habitado. Bajo esta lógica, es que he llamado tácticas a esas acciones cotidianas que realizan las mujeres que acompañan a los cortadores de caña para sobrevivir a una realidad compleja, caracterizada por la precariedad, la pobreza y la exclusión.

El papel de la mujeres es de suma importancia para los cortadores, quienes aseguran que viajar solos es más complicado que con la familia, pues al estar acompañados cuestiones prácticas como la comida, la ropa, la limpieza son una preocupación menos; incluso les parece triste estar todo el tiempo solos y sin la familia.

La creatividad de estas mujeres es una de las mejores tácticas que ponen al servicio de sus familias, hacer comida para cortadores que viajan solos, lavar ropa ajena, establecer relaciones con mujeres locales para conseguir empleo, hacer tejidos para vender al regresar a su lugar de origen, vender refrescos en el cañal, negociar con los cabos para conseguir mejores espacios para vivir, son algunos ejemplos de esas tácticas cotidianas que les permiten sobre llevar y reproducir su hogar durante el tiempo que viven en México.

Los obstáculos a los que se enfrentan son diversos, más aún si tomamos en cuenta que, los cortadores guatemaltecos, como afirma Canales (2006), reúnen varias de las características que estigmatizan a los migrantes y empobrecen aún más el trabajo: ser migrante e indígena. Para el caso de ellas habrá que agregar, además de esas dos características, el hecho de ser mujeres y la invisibilidad de las actividades que realizan como elementos que acentúa el estigma y la precariedad.

Las mujeres enfrentan carencias en el acceso a los servicios de salud así como en el acceso a servicios educativos para sus hijos. Los espacios habitados no siempre son los más adecuados en relación a higiene y privacidad, siendo ésta última una de sus principales incomodidades. Además, su vida se limita al espacio del albergue o galera siendo poco partícipes de la vida social fuera ellos. Las carencias económicas y la precariedad son realidades a las que se enfrentan durante toda su estancia en México, a pesar de ello, conservan el deseo de que no termine la temporada de corte de caña, pues cuando eso suceda, deberán regresar a Guatemala sin trabajo, o bien, se verán en la necesidad de buscar otro lugar en México para comenzar de nuevo.

Las mujeres por no insertarse al trabajo agrícola quedan aún más invisibilizadas y relegadas al ámbito de lo privado, a pesar de que sean ellas quienes hacen posible la reproducción del hogar, la cual a su vez permite a la agroindustria de la caña contar con la mano de obra necesaria para tener una cosecha exitosa. En ese sentido, comprender el papel fundamental de estas mujeres durante el corte de caña a pesar de la precariedad y la exclusión con la que viven la frontera, continúa siendo un tema vigente y pendiente para entender la dinámica laboral transfronteriza de Huixtla, Chiapas.

 


Bibliografía

Canales, A. (2006) «Los inmigrantes latinoamericanos en EU: inserción laboral con exclusión social» en A. I. Canales (ed.) Panorama actual de las migraciones en América Latina. México: UdeG, Asociación Latinoamericana de Población, pp. 81-116.

De Certeau, M. (2010). La invención de lo cotidiano I Artes de hacer (A. Pescador trad.). México: Universidad Iberoamericana e ITESO. [Versión original 1979]

Girón, C. (2010). “Migrantes” Mam entre San Marcos (Guatemala) y Chiapas (México)”. En A. Torres (coord.), Niñez indígena en migración. Derechos en riesgo y tramas culturales. Ecuador: Flacso, AECID, UNICEF, pp. 227-301.

 


[*] La información para este artículo es parte del proyecto Región transfronteriza México-Guatemala: Dimensión regional y bases para su desarrollo integral. FORDECyT (2017-2018), coordinado por el Dr. Tonatiuh Guillén, Centro Geo. México

[1] Esta afirmación habla de lo que sucede comúnmente, con ello no quiero decir que nunca participan las mujeres, si hay quienes cortan caña, pero son las menos. Al igual que en el caso de los menores de edad sobre todo niños a partir de 9 años también se identifica cortando caña.

[2] Traje utilizado por mujeres Mam.