Claves descoloniales para pensar el proceso independentista catalán

Alejandra Araiza Díaz

ICSHu-UAEH

Introducción

Viví en Catalunya por 10 años. A la distancia, creo que justo fueron los años en los que el caldo de cultivo del independentismo fue creciendo. Lo primero que recuerdo es una manifestación muy nutrida en el invierno del 2006, al calor de los recortes al Estatut d’Autonomia. Tiempo después, recuerdo otra manifestación sobre la gestión de las infraestructuras en Catalunya, así como la enorme manifestación en verano de 2010, bajo el lema “Som una nació. Nosaltres decidim” Y lo último que me tocó vivir fue la acción del 11 de septiembre de 2013, que consistió en hacer una cadena humana por todo el Mediterráneo a las 17:14 horas, para conmemorar el 11 de septiembre de 1714: una derrota para Catalunya, pues fue cuando las tropas de Felipe V finalmente tomaron Barcelona. Claro que mi hija, mi compañero y yo no estuvimos exactamente en esa cadena. Fuimos con otras personas a hacer una cadena alrededor de La Caixa, en un gesto de querer ser parte de la apuesta independentista, pero desde una mirada crítica con las instituciones financieras que estaban jugando un papel tan preocupante en la crisis económica que se desató desde el 2008.

Las líneas que aquí presento pretenden mantenerse en esa posición: la de estar dentro y fuera, estar cerca y lejos, pero intentando comprender. Dije que viví 10 años en Catalunya, pero aún no dije que mi compañero de vida es catalán, que mi hija nació en Barcelona y que todos los días de mi vida escucho (y a veces también hablo) esa lengua que quiero tanto. Me enamoré del catalán no sólo porque es una lengua romance y -por tanto- más próxima a la mía, sino por su historia. La actividad más subversiva que han tenido los catalanes y catalanas ha sido la de desobedecer frente a distintos intentos de prohibición de la lengua.

Soy mexicana y estudié antropología social. Conozco la historia de las lenguas indígenas, de las zonas de refugio, del intento por “civilizar” a la población indígena para que sólo hablen español. Así, me fue muy fácil conectar con una realidad impuesta desde un centro colonial que busca aniquilar al otro. Y es de eso de lo que quiero hablar en este texto, de cómo una mexicana, medio catalana (por elección propia) vive el tema de la independencia. Pero no sólo hablaré desde la experiencia personal, aunque creo fervientemente en la importancia de ponerla en valor. Después de todo, “lo personal es político”. También quiero argumentar mis reflexiones desde planteamientos descoloniales.

Por eso, en primer lugar, expongo unas líneas sobre el programa modernidad/colonialidad, a través del cual podamos entender cómo se conformó la matriz colonial de poder. Sostengo que Catalunya fue conquistada al interior del propio imperio español en ese mismo proceso histórico. En un segundo apartado, expongo las alianzas estratégicas que vislumbro en clave descolonial y cómo el proceso catalán que aboga por la independencia puede ir en esa dirección. Y, finalmente, presento unas líneas breves que buscan cerrar el texto con la esperanza que el proceso catalán sea un diálogo pluriversal, un pensamiento de frontera que dinamite al imperio español desde adentro.

El programa modernidad/colonialidad

Desde América Latina, emerge una propuesta crítica que nos invita a pensar la modernidad/colonialidad como un solo proceso, que por momentos se distingue pero que es parte de lo que Aníbal Quijano denomina matriz colonial de poder (en Grosfoguel y Mignolo, 2008).

Escobar (2003) reconoce los siguientes elementos en la conceptualización de la modernidad/colonialidad: 1) es necesario localizar los orígenes de la modernidad en la Conquista de América y el control del Atlántico después de 1492, en vez de ubicarla en la Ilustración; 2) hay que considerar tanto el desarrollo del colonialismo como el del capitalismo como constitutivos de la modernidad; 3) por ello, se requiere una explicación planetaria de la modernidad y no una eurocentrada; 4) la necesidad de visibilizar la dominación de otros afuera del centro europeo como una dimensión de la modernidad, que traía consigo la subalternización de otros conocimientos y otras culturas y, finalmente 5) reconocer que ha habido una relación entre la universalidad abstracta y la perspectiva eurocentrada como únicas formas de conocimiento autorizado.

Por tanto, España y Portugal fueron las potencias fundantes de la primera modernidad y -con ello- de la matriz colonial de poder. En efecto, no hay modernidad sin colonialidad. Para que Europa alcanzara los niveles de desarrollo económico que tuvo, fue necesario saquear y dominar al otro allende el Atlántico.

En su lectura sobre Quijano, Pacheco (2014) dice que hay una disociación entre capital y capitalismo, “en donde la colonialidad opera como articulación y subordinación de las distintas formas de trabajo, incluida la del capital (trabajo-salario), dentro del capitalismo” (Pacheco, 2014: 509), asimismo “hay un desplazamiento de la centralidad de la clase por la categoría de raza en los términos de una clasificación social” (Pacheco, 2014: 509). No se puede pensar el capitalismo sin la colonialidad. Y, para el caso de América Latina, esta lectura crítica que hace Quijano sobre el marxismo, nos ayuda a comprender la dependencia económica. Así, el desarrollo es una trampa, una promesa que algunos países nunca alcanzarán.

Porque, en efecto, tal como afirma Mignolo:

[…] la colonialidad es el sitio de enunciación que revela y denuncia la ceguera de la narrativa de la modernidad desde la perspectiva de la modernidad misma, y es al mismo tiempo la plataforma de la pluriversalidad, de proyectos diversos provenientes de la expansión de historias locales tocadas por la expansión occidental (en Escobar, 2003: 62).

En la misma búsqueda de diálogos posibles de la pluriversalidad y en rechazo a la universalidad occidental, Dussel propuso la idea de transmodernidad “como un proyecto de superación de la modernidad no simplemente por su negación sino por pensar sobre ella desde su “lado oculto”, desde la perspectiva del otro excluido” (en Escobar, 2003: 65). Desde mi óptica, Catalunya debe ubicarse claramente ahí, en la frontera de la modernidad: dentro y fuera, subsumida y colonizada por el imperio español. El proceso independentista debería apuntar claramente a la pluriversalidad y no cerrarse sobre sí mismo tras la búsqueda de un Estado-nación eurocentrado y opresor.

Desobediencia, descolonialidad y alianzas estratégicas

Al hablar de programa modernidad/colonialidad, Escobar (2003) hace alusión a Lakatos, un epistemólogo que intenta -al igual que Kuhn- visibilizar los proceso revolucionarios o marginales al interior de la propia ciencia. Es así como esta teoría descolonial pretende ser una alternativa frente la visión eurocéntrica del mundo. Pretende dinamitar la historia del descubrimiento de América desde una perspectiva lineal que sólo trajo progreso para Europa. Pretende dinamitar la idea de desarrollo, que en realidad sólo puede producirse cuando se somete a pueblos enteros. Pensar descolonialmente:

[…] significa entonces embarcarse en un proceso de desprenderse de las bases eurocentradas del conocimiento (tal como lo explica Aníbal Quijano) y de pensar-haciendo conocimientos que iluminen las zonas oscuras y los silencios producidos por una forma de saber y conocer cuyo horizonte de vida fue constituyéndose en la imperialidad (según el concepto del británico David Slater) (Grosfoguel y Mignolo, 2008: 34).

 El derecho a la autodeterminación -que es el tema que colocan en el centro los independentistas catalanes- no puede menos que ser un tema de interés para los postulados descoloniales porque ofrece una oportunidad más para pensar-haciendo conocimientos que iluminen esas zonas oscuras, con base en las cuales se ha construido la dominación para los pueblos latinoamericanos y también para los pueblos que habitan en la Península Ibérica y que son controlados por el imperio español: el catalán, el vasco, y el gallego, principalmente.

En clave descolonial, nos interesa recoger historias de resistencia, prácticas de desobediencia que dejan ver que la modernidad no existe sin la colonialidad. En 2014, se hizo un primer intento de referéndum catalán y en 2017, vimos este segundo referéndum, en un acto de desobediencia civil ejemplar. Como dice Juan Carlos Velasco:

[…] no todo derecho merece ser obedecido, sino sólo aquel que presenta una adecuación material a los principios constitucionales puede esperar una obediencia cualificada de los ciudadanos, una obediencia que prevé, por tanto, la posibilidad de desobediencia (Velasco, 1998: 171).

Eso es justo lo que hemos visto: un pueblo que ha desobedecido a una orden injusta contra el derecho a la autodeterminación. Todo lo que se ha dado en torno al proceso ha demostrado el intento desesperado por parte del imperio español por mantener la colonialidad al interior de su propio territorio. El mismo Velasco (1998) afirma que la desobediencia civil no es una práctica antidemócrata, sino demócrata radical. Es más:

El desarrollo de la democracia sólo es viable si se permite la eclosión -a veces conflictiva, pero siempre enriquecedora- de la disidencia. Las minorías en una democracia no han de abjurar de sus convicciones, pero han de evitar por su lado cualquier imposición que vaya más allá de la coacción simbólica del mejor argumento. La mayoría puede ejercer tanto una omnipotencia legislativa como una insoportable presión moral sobre el conjunto de la sociedad, llegando a quebrantar cualquier opinión que se muestre disconforme, pero mayoría y verdad (y corrección normativa) no coinciden forzosamente, y de ahí que la decisión de la mayoría haya de permanecer siempre revisable a la luz de los mejores argumentos (Velasco, 1998: 174).

Ha sido muy interesante ver esto en el proceso catalán. Los primeros años en que me tocó vivirlo eran minorías las que anhelaban la independencia, pero poco a poco “los mejores argumentos” fueron ganando terreno. Hoy estas voces no son minoritarias en Catalunya, aunque sí puedan parecerlo en el contexto del Estado español.

En mi opinión, las acciones que se están llevando a cabo en el marco del proceso catalán son muestra de un pensamiento de frontera, de un pensamiento descolonial. Y creo que ahí es donde debemos tejer las alianzas estratégicas desde América Latina. Ello nos debe ayudar a cuestionarnos nuestros propios procesos de independencia. ¿Se fraguaron desde la frontera y desde un pensamiento descolonizante? ¿O se fraguaron desde el intento criollo por mantener -aunque de forma transformada- la modernidad/colonialidad? Es así como creo que debemos leer el proceso catalán y desde ahí crear las alianzas pertinentes.

Para cerrar

Por todo lo anterior y desde una lectura en clave latinoamericana y descolonial, creo que es mucho más potente hacer una defensa de la independencia de Catalunya como una ruptura del imperialismo español. Y no le encuentro sentido a reivindicarse como un Estado europeo ni hacer gala de un glorioso pasado imperial-medieval. Cuando se fundó el proyecto modernidad/colonialidad -como hemos visto-, surgió el eurocentrismo y la matriz colonial del poder. En esa primera modernidad, España y Portugal llevaron la batuta y casi desde el principio Catalunya quedó supeditada a España. Poco a poco -al igual que otras naciones sin estado- devino en una colonia interna.

Por tanto, creo que es mejor aspirar a des-colonizar que soñar con convertirse en otro Estado europeo, moderno-y-colonizador. En cambio, cuando la defensa de la República Catalana pasa por intentar recoger la identidad catalanista desde la multiplicidad, en diálogo intercultural y en clave autónoma, rompe con los esencialismos de los ocho apellidos, que no calzan con el nacionalismo catalán o que -por lo menos- no deberían calzar. La República Catalana debería ser un horizonte posible de recuperación de la memoria colectiva, de búsqueda de libertades democráticas y de ruptura del régimen del 78 -que impuso de nuevo la monarquía y cobijó los crímenes del franquismo-. Debería ser una apuesta por repensar en todo el estado español esas características imperiales que aún perviven y que mantienen al país entero sumido en una profunda desigualdad. Confiemos, pues, en la potencialidad que este ejercicio de autodeterminación puede tener desde la descolonialidad.


Referencias

Escobar, A. (2003). Mundos y conocimientos de otro modo. El programa de investigación de modernidad/colonialidad latinoamericano. Tabula Rasa. Revista de Humanidades, 1, 51-86. Recuperado de http://www.redalyc.org/articulo.oa?id=39600104

Grosfoguel, R. y Mignolo, W. (2008). Intervenciones descoloniales: una breve introducción. Tabula Rasa. Revista de Humanidades, 9, 29-37. Recuperado de http://www.scielo.org.co/pdf/tara/n9/n9a03.pdf

Pacheco, V. H. (2014). Reseña de Cuestiones y Horizontes. Antología esencial de la independencia histórico-estructural a la colonialidad/descolonialidad del poder. Aníbal Quijano. Revista de filosofía, 9-10, 507-514. Recuperado de https://dialnet.unirioja.es/servlet/articulo?codigo=5402382

Velasco, J. C. (1998). Tomarse en serio la desobediencia civil. Un criterio de legitimidad democrática, RIFP, 7, 159-184. Recuperado de http://digital.csic.es/bitstream/10261/10719/1/+Desobediencia%20civil%20-%20RIFP%201996.pdf