Algunas palabras para Guadalupe

Nashieli Rangel Loera

Departamento de Antropología
Universidad Estatal de Campinas, Brasil

Me encuentro actualmente en la región de Pontal de Paranapanema, al oeste del estado de Sao Paulo, realizando un trabajo de campo entre campesinos. Es justamente a Guadalupe a quien debo buena parte de mi pasión por la problemática campesina, y mi formación como antropóloga. Tuve la fortuna de trabajar como su asistente de investigación durante casi cuatro años, de 1999 a inicios de 2002, año en que salí de Guadalajara para realizar mis estudios de posgrado en Brasil, donde vivo desde entonces. Me inicié como parte de su equipo haciendo la transcripción de entrevistas de la investigación que realizó en España, con productoras de queso en Cabrales, y más tarde, contra todos los pronósticos, me incorporé como parte de su equipo en su proyecto sobre procesos organizativos de productores rurales en el occidente mexicano. Y digo contra todos los pronósticos, porque quien conoció a Guadalupe sabe que era extremamente exigente y rigurosa. Tenía esa fama entre colegas y era difícil para sus alumnos seguir el ritmo de trabajo y la disciplina que ella misma se imponía. A kilómetros y años de distancia de esta experiencia, y como un día yo misma se lo dije, este tiempo compartido con ella fue un regalo, una dadiva.

Durante los años de convivencia con la Dra. Lupita, como cariñosamente la llamábamos, me contagió de su espíritu de investigación incansable y aprendí la diferencia entre rigidez y rigor en la producción del dato etnográfico. En mi formación como antropóloga fue, sin duda, una de las personas más generosas que conocí. Discretamente y muchas veces disfrazándolo de exigencia, me desafiaba a ir más allá de lo que observaba y abrir nuevos caminos de investigación. Así fue cuando en 2003 ¾ya estaba yo en Brasil, y ella se encontraba realizando una estancia en la Facultad de Estudios Agrarios de la Universidad de Yale¾ me desafió a retomar mis datos de campo de la investigación realizada con productores de queso Cotija en México, y a escribir un texto que, en ese mismo año y bajo su dirección, ganó el premio Harold Schneider de mejor artículo de la Society for Economic Anthropology de Estados Unidos. Guadalupe amaba lo que hacía, y quien convivió cotidianamente con ella sabe de la enorme entrega y voluntad que le imponía a su trabajo, así como el compromiso social que marcó su relación con los campesinos y el campo mexicano. En su compañía, era fácil contagiarse por este entusiasmo. En el periodo en que trabajé con ella leí por primera vez a autores clásicos y contemporáneos de la antropología, y aprendí que al ponerlos en diálogo y confrontarlos con nuestros datos y preocupaciones de investigación, siempre pueden volverse un lugar nuevo.

Me gustaría terminar mencionando que las palabras nunca serán suficientes para describir todo el aprendizaje recibido y lo que representa, para los estudios del campesinado y para la antropología mexicana, la pérdida de Guadalupe Rodríguez; pero también me parece necesario decir que,  para mí, hoy día, como mamá investigadora, su reconocimiento gana magnitud cuando pienso en el enorme esfuerzo y energía depositada por ella, a cada momento, para lograr conjugar su papel como madre soltera, y realizarse al mismo tiempo como antropóloga, en un ambiente tan hostil para las mujeres y tan competitivo como es la academia. Tuve la suerte de compartir en algunos momentos los cuidados de la Güerita, como cariñosamente le decía yo a su hija Constanza, a quien conocí cuando tenía solamente dos años de edad. “Constanza significa perseverancia”, me dijo un día Guadalupe cuando le pregunté por el nombre dado a su hija. No hay mejor palabra, me parece, que describa a Guadalupe: su constancia, su perseverancia en todas las batallas de su vida. Espero de corazón que Constanza, que ha emprendido su propia carrera, así como otras y otros investigadores a quien Guadalupe ayudó a formar, encuentren en sus vidas un ambiente más humano y menos inhóspito y solitario para realizarse; y dejo una sincera invitación para que la perseverancia de Guadalupe nos sirva de ejemplo para reflexionar sobre las maneras en que, como antropólogas y antropólogos, nos apoyamos y abrazamos las luchas cotidianas de otras mujeres.

Envío un saludo afectuoso desde Brasil y mi cariño incondicional para la Güerita, a quien deseo una vida plena.