Guadalupe: legado y reconocimiento

Araceli Almaraz

Universidad Autónoma de Baja California

Es para mí un honor participar en este merecido homenaje a mi colega y amiga Guadalupe Rodríguez Gómez. Gracias por la invitación al Dr. Guillermo de la Peña y a las consideraciones de la Dra. Ma. Eugenia de la O, entrañable colega y amiga, que se unió a las risas y reflexiones con Guadalupe Rodríguez y conmigo a lo largo de 2017.

Mi intervención se divide en dos partes, la primera está enfocada en el legado académico que nos deja Guadalupe Rodríguez y se funda en sus preocupaciones por los grupos productivos más pequeños y vulnerables del país, que para ella significaron un gran reto, al mismo tiempo que una satisfacción y una aspiración —que queda inconclusa, porque ella siempre quiso ampliar y ampliar sus investigaciones—. La segunda parte se centra en el reconocimiento a la mujer y a la amiga. La cercana relación que tuvimos en los últimos años me dio la oportunidad de reír, de compartir secretos, de explorar imaginarios de un mejor México, de hablar de lo difícil que es ser investigadora en este país, a la vez que madre y responsable institucional.

Pues bien, en 2002 conocí a Guadalupe Rodríguez en el ciesas-Occidente, donde tuve la fortuna de recibir algunas clases de su parte, las cuales inmediatamente marcaron una postura tajante y desafiante en el campo de los estudios regionales y los sistemas productivos. Para aquellos que iniciábamos nuestra formación doctoral, o al menos para mí, los primeros intercambios abonaron el sentido crítico y la necesidad de reconstruir una visión múltiple de los productores agrícolas, ganaderos, pescadores y artesanos, al incorporar la dimensión cultural al estudio de las normas comerciales.

El legado de Guadalupe Rodríguez es haber dejado una generación de especialistas en los estudios sobre sistemas productivos regionales, capaces de comprender las aristas que enlazan las prácticas culturales con el valor de cambio de las mercancías. Guadalupe decía que “el valor agregado al producto se encuentra en función del pasado sociocultural” y que “el conocimiento y las prácticas de producción que se han llevado a cabo a través de generaciones deben ser legitimadas como propiedad intelectual”. El sentido de la propiedad y el carácter del conocimiento colectivo, construido social e históricamente, son determinantes en sus escritos.

En su legado esta visión quedó mucho más clara cuando se refirió y ahondó en las denominaciones de origen. Lo que Guadalupe Rodríguez reiteró es que “éstas se construyen sobre la base de apreciaciones culturales y rejuegos de poder”. Los especialistas en formación quedan invitados a seguir discutiendo en cómo la

dimensión cultural se materializa en el origen (espacio material y sociocultural históricamente construido); en las especificidades de los saberes y quehaceres locales, así como en las que distinguen a los insumos provenientes del espacio que les dota de singularidad; en las identidades […] distintivas que se construyen en torno, y gracias, a los productos; en la reputación que alcanzan dentro y fuera de las regiones de donde proceden; en la autenticidad que se les atribuye, y en el carácter histórico que se les construye y se les reconoce.

Desde su propuesta analítica, Guadalupe Rodríguez advirtió dobles retos, cercanos a la antropología económica y a la historia económica. A los aportes sobre cadenas de valor, globalización y plusvalía se sumó la discusión sobre identidad, comunidad y territorio. En medio de las discusiones sobre saberes locales, Guadalupe interpretaba los alcances de los organismos supranacionales y la legitimación de las denominaciones de origen. De ahí que el legado de mi colega y amiga se asienta de manera sobresaliente en la forma de interpretar la construcción y resignificación de las mercancías con denominaciones de origen, a través de las cuales la configuración de poder, o lo que ella llamaba “los rejuegos del poder” expresan la unicidad de un territorio a la vez que definen pugnas culturales a distintas escalas. En 2007 Guadalupe escribió lo siguiente: “Sostengo […] que las formas culturales sobre las que se sustenta la legitimidad que confiere [la denominación de origen] se construyen sobre la base de luchas de poder entre grupos vinculados a su producción o elaboración, así como a su comercialización o imitación fraudulenta”.

En sus libros, capítulos y artículos nos invita a repensar el capitalismo, el fetichismo de la mercancía en la actual era de la globalización, en las marcas, en el reconocimiento de lo único, de los procesos históricos y culturales detrás de las mercancías. No le interesaba influir en el Instituto Mexicano de la Propiedad Intelectual, sino reflexionar sobre lo material e inmaterial en los procesos de intercambio comercial, en las arenas informales y las formalmente estructuradas para el intercambio. Su principal crítica era que “México se había orientado a buscar la categoría colectiva, antes que pugnar por la denominación de origen, categoría última que legitima socialmente a una región de origen del producto y es reconocida por el Estado”. Detrás del estudio de los productores “queseros” de los altos de Jalisco, de los productores tequileros, de los ganaderos, de los pescadores de erizo, Guadalupe quería analizar esa “travesía única [de los productos] hasta llegar a [sus formas de] regulación, certificación y protección comercial, jurídica y simbólica”.

Los compromisos de la investigadora y la mujer la movían entre las comunidades agrícolas y el cuidado de su hija —Constanza la bella—. De la observación a la observación participante; de la denuncia a la consultoría y de ahí a la evaluación de las acciones; de las entrevistas al análisis y a la finalización de proyectos. Y en todo acto asomaban el ímpetu, la pasión y la exigencia, adquiridas a lo largo de su vida, con una añoranza permanente por los años en Chicago.  A pesar de ello, Guadalupe buscaba que con sus estudios se allanara el camino para un México mejor. En este mundo globalizado, ese pensamiento no era el de una idealista. Ella requería comprender las costumbres, las creencias, las formas organizativas y enfrentar de la mejor manera posible los retos metodológicos de los cambiantes procesos territoriales. La difícil aproximación a los sujetos la compartió con grupos de jóvenes investigadores y alumnos, algunos de ellos mis conocidos y amigos como Héctor Fletes Ocón. En cada oportunidad no reparaba en gritar su amor por México, aunque su regreso al país estuvo plagado de obstáculos por varias décadas. La incapacidad de hacer avanzar a más comunidades fue parte de sus frustraciones. Desde donde estés, gracias Guadalupe por este legado.

Me quedaste debiendo un seminario con los pescadores de Baja California, Guadalupe. Me prometiste que lo haríamos en la primavera del 2018 y te fuiste antes.

Desde el plano personal quiero destacar que en los últimos años Guadalupe y yo nos encontramos virtual y personalmente de manera muy grata. Esto sucedió a partir de 2008, cuando casualmente coincidimos en una reunión convocada por el Instituto Interamericano de Cooperación para la Agricultura (iica México), el Instituto Nacional para el Desarrollo de Capacidades del Sector Rural (Inca Rural) y la Secretaría de Agricultura y Desarrollo Rural (Sagarpa) en la Ciudad de México. Guadalupe, como acostumbraba, llegó con minifalda y lentes negros. En medio de burócratas, consultores y académicos nos encontramos como si hubiera sido ayer cuando charlábamos en el ciesas. De ahí empezamos nuestros intercambios electrónicos. El Facebook, hizo más llevadera la distancia conmigo y con muchas de sus amistades. Destaco los nombres de Janet Morford y Louis Stanford de quienes alguna vez me habló. Le gustaban las flores, le encantaba postear flores cada que podía.

Cuando yo viajaba a Guadalajara, la visitaba y tomábamos el té, desbaratábamos al país y recordábamos historias lejanas de cada quien. Al final, casi siempre tenía tiempo para preguntar por mi familia, en especial por mi hija y sus competencias.

La soledad fue hasta el final una dura compañera. En una ocasión me llamó a Tijuana para pedirme el contacto de Maru de la O, de quien requería ayuda inmediata. Después de ello Maru propuso tener un espacio colectivo en Whatsapp para que nos sintiera cerca. El grupo fue etiquetado como “Amigas de Guadalupe”. Cada mañana nos saludábamos como si estuviéramos de puerta a puerta. Y como yo tenía dos horas menos, solía cuestionarme qué hacía levantada tan temprano.

Una de las ocasiones más duras que viví con ella fue en el hospital ABC de la Ciudad de México. Fui a visitarla al final de un tratamiento que se alargó por una semana. Acordamos vernos en su cuarto y preparar una cena. Después de picotear la ensalada y cederme todo lo demás, pasamos horas hablando sólo de ella. Desde sus días en Chicago, hasta su llegada a México y al ciesas. Su separación, la relación con su hija y también de ese terrible sentimiento de persecución que la agobió hasta el final de su vida. En aquella ocasión me pidió estar durante la sesión explicativa que le daría uno de sus oncólogos. Me permitió escuchar el diagnóstico que, aunque reservado, la mantuvo positiva. Salí casi en la madrugada con sentimientos encontrados. Ese repaso de su vida me alegró y al mismo tiempo me entristeció.

Nos propusimos que en la primavera de 2018 ella volvería a Tijuana y organizaríamos un seminario con pescadores. Antes de ello le prometí visitarla en diciembre de 2017 en el marco de la Feria Internacional del Libro (fil). Recuerdo haberle traído un pescado fresco de la comunidad de Popotla ya que en Guadalajara lo vendían sólo congelado. Le envié un video de los vendedores de esa comunidad cuando preparaban su dorado. Ella se emocionó y me lo agradeció enormemente. Nos fuimos al día siguiente con Maru de la O a desayunar antes de dejarla en la fil, donde esperaría a su hija.

Simplemente sus ganas e incansable tesón, eran mayores a sus fuerzas físicas. Para esos momentos un reporte del Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social (Coneval) que debía entregar en enero de 2018, la traía vuelta loca por lo que no paró de trabajar en semanas. Así que con entradas y salidas al hospital terminaría escribiendo el reporte final entre la última semana de diciembre 2017 y la llegada de 2018.

Antes del 12 de enero ni Maru ni yo tuvimos noticias de ella. Ese día las tres intercambiamos Whatsapps. No volvimos a saber de ella, hasta la noticia de su partida.

Guadalupe, donde estés, mis recuerdos permanentes y este homenaje que te reconoce como científica, mujer, madre y amiga.